Opinión | Volando bajito

La maldad de una vecina

El dueño del animal vivía con miedo y trataba por todos los medios, evitar que se enrabietara, controlando hasta la obsesión la actividad del perrito

Imagen de archivo

Imagen de archivo / LP/DLP

No estoy autorizada a facilitar nombres y no lo haré, claro. Hace unos meses, un joven amante de los animales vivió uno de los momentos más duro su vida, del que aún no se ha recuperado. Hacía tiempo que el chico vivía atemorizado por una vecina a la que no le gustaba ni los perros ni el joven, un muchacho feliz. El perrito era juguetón y su dueño lo adoraba tanto como lo detestaba la vecina, una señora de más de 80 años y con mal carácter que vivía sola.

Cuando el joven iba a trabajar dejaba al perro solo en casa con agua y comida, lógicamente. Hablamos de una vivienda terrera con azotea individual situada en Telde. En más de una ocasión, el perro juguetón subía a la azotea y acababa colándose en la casa de la vecina, presencia que provocaba quejas, discusiones y amenazas de la mujer al vecino.

Ella nunca verbalizó el nivel de las amenazas que rondaba su cabeza pero el dueño del animal vivía con miedo y trataba por todos los medios, evitar que se enrabietara, controlando hasta la obsesión la actividad del perrito, un animal de escaso peso. La vecina no podía ni escucharles jugar. El nivel de angustia que vivía el chico no era menor. Sé de lo que hablo.

Un día alguien tocó en la puerta. El chico abrió y descubrió en la acera al perro sin vida. El animalito había sido apaleado hasta la muerte. Llamó a su veterinario, que al ver el estado del perro llamó a un forense para que llevara a cabo una autopsia. Según el estudio, los golpes fueron causados con un palo, lo que despejó todas las dudas. Su intención fue denunciar a la vecina pero carecía de pruebas. Semanas después la mujer murió víctima de un infarto. Estaba sola.