Eligió Escocia porque como canario la legislación británica lo eximía de cumplir cuarentena. Aterrizó en Edimburgo el 29 de noviembre y tras dos semanas recorriendo el país llegó la hora del regreso y la pesadilla. Le solicitaban un QR y un test que no tenía. En vano el consulado intercedió a su favor. Tuvo que prolongar cinco días más su estancia, pagar una PCR y este viernes, de regreso a la Isla, ni en Escocia ni a su llegada a Tenerife le pidieron la prueba. 

Es un isleño de natural inquieto, viajero impenitente, de esos que se atreve contra viento y pandemia. Ankor Ramos, agente de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife, aprovecha cualquier resquicio que le ofrece la tiranía del calendario laboral para dar rienda suelta a su gran pasión: la fotografía. Y ni siquiera la alargada sombra del Covid-19 ha sido capaz de refrenar este impulso

En esa constante búsqueda por captar nuevos encuadres barajó dos alternativas. Turquía y Escocia figuraban inicialmente en sus planes, pero al final se decidió por el país del cardo, acaso inspirado por la similitud de su bandera con la de Tenerife: fondo azul con dos aspas blancas. Pero la verdadera razón de fue más bien práctica. “Consulté la página oficial de turismo, Visit Scotland, donde se advertía a los visitantes que según las normas del Reino Unido debían cumplir una cuarentena de 14 días a su llegada, pero de la que se exceptuaba a los residentes canarios, que estábamos diferenciados del resto de ciudadanos del Estado español”, explica. Sabía que podía correr riesgos por la situación tan cambiante que está provocando el virus, pero se sintió avalado por la legislación británica. Y no se lo pensó dos veces. El domingo 29 de noviembre, bien provisto de un cargamento de ilusiones, se embarcaba en un vuelo directo desde Tenerife Sur rumbo a la medieval Edimburgo, donde aterrizó con la única compañía de sus arretrancos y la noche.

Acaba de incorporarse a la Policía Local con su unidad, encargada de mantener las normas en la capital de Tenerife

Tras dos intensas semanas llegó la hora de emprender el regreso. Fue entonces cuando todos aquellos momentos idílicos, esas instantáneas grabadas en la retina y en la memoria de las tarjetas digitales dieron paso a una auténtica pesadilla. Hasta el frío se tornó en una enorme calentura. Aquel domingo, 13 de diciembre, no lo olvidará mientras viva: “Me dirigí al aeropuerto para tomar el vuelo de las 12:15 a Tenerife y, de entrada, me fue imposible descargar el QR que requería el Ministerio de Sanidad”, explica Ankor. Ahí no acabarían sus problemas. Una empleada de la aerolínea Ryanair apostada en el mostrador le exigió, de manera intransigente, la presentación del QR y una PCR para embarcar. “Y aunque me acredité como canario, explicándole e insistiéndole que para nosotros no se precisaba esta prueba y que además el vuelo era directo, sin escalas, me negó el acceso”. Desesperado, y contrarreloj, se puso en contacto con el consulado español, pero pese a la mediación de un funcionario de la oficina diplomática, la empleada de la compañía se mostró inflexible y volvió a negarle la tarjeta de embarque.

Ya sin opciones, descorazonado y rendido a su suerte, no tuvo más opción que reservar cinco noches en un hotel de Edimburgo, un coste añadido a su presupuesto, y aguardar con paciencia la salida del próximo vuelo a Tenerife, fijado para anteayer, viernes, 18 de diciembre, obligado además a comprar un nuevo billete porque Ryanair rechazó aceptar el cambio. Asimismo, tuvo que pagar un test PCR por el que desembolsó 80 libras (88 euros), el precio más asequible que encontró frente a las 130 y hasta 160 libras (de 143 a 176 euros) que le pedían algunos laboratorios. “Estás obligado a hacerte la prueba en un plazo de 72 horas previas a la llegada a destino. Y no se puede caducar ni antes, por supuesto, ni tampoco durante el viaje”. Así que se la hizo el martes por la mañana. “Allí tienen habilitadas unas carpas en la zona del aeropuerto donde la gente acude con sus coches, pero claro, como yo iba sin vehículo me dirigieron a un contenedor y, sentado sobre un bloque de hormigón, me hicieron el test”. Esa misma tarde le dieron el resultado, con diagnóstico negativo, entregándole un documento donde se certificaba que reunía los requisitos sanitarios exigidos para viajar. Estaba sano.

Así, mochila al hombro y con su PCR como bandera, provisto del QR que finalmente pudo enviarle por mail desde la Isla su gran amigo Jesús Agomar, se presentó en el aeropuerto de Edimburgo dispuesto a tomar el vuelo de Ryanair de las 6:40 con destino Tenerife Sur. Le escanearon el QR, todo correcto, pero su sorpresa llegó cuando ni le pidieron el test a la salida de Escocia, ni tampoco a la llegada al Reina Sofía. Definitivamente se lo tomó a cachondeo. A juicio de Ankor “no es de recibo que estemos sujetos a la arbitrariedad de las compañías aéreas en cuanto a la interpretación de las normas”

A la hora que estaba volando hacia la Isla debía reincorporarse al trabajo y fue ayer, sábado, cuando Ankor cambiaba la cámara por el uniforme, desplegándose junto a su unidad de la Policía Local para velar por el cumplimiento de las medidas arbitradas por el Gobierno de Canarias para evitar la propagación del virus. A la vista de cómo está azotando el Covid a Tenerife hasta ha llegado a pensar que quizás estaba más seguro allá en Escocia, “donde la situación es más relajada”, dice. Y, paradojas de la vida, recuerda que cuando se decretó el confinamiento, su unidad fue la primera en salir a la calle, al endurecerse las medidas también estaban de servicio y ahora, con el toque de queda, vuelven a estrenarse. Lo que espera Ankor Ramos es que la gente tome conciencia colectiva. “Nuestro problema no es exógeno, sino endógeno: las fiestas, las reuniones... Creo que aquí existe una gran carencia en cuanto al sentido de asumir que somos una comunidad”, concluye.

El mago y el dron

Su elección de Escocia como destino está enfocada a su visión como fotógrafo. “Con el tema de la pandemia y como mi fotografía está centrada en las personas y en los atractivos naturales me dirigí a la búsqueda de gentes y paisajes”. En suelo escocés vivió un sinfín de experiencias, disparando su cámara y sus emociones sin descanso. “Alquilé un coche y fui dando tumbos”, desde las highlands hasta la agreste costa. En muchas ocasiones se enfrentó a la soledad de espacios remotos, lugares sencillamente espectaculares donde era el único ser humano presente. Y también vivió peripecias. “Un día, el dron que llevaba se me quedó colgando de un árbol a seis metros de altura”. En aquel vasto campo divisó a unas personas y se encaminó hacia ellas. “Me encontré con un mago, un vitoriero de los nuestros, que estaba con su nieto, y le comenté lo que me había pasado, esperando que me echara una mano”. Lo miró con cierta socarronería y se acercó al árbol donde estaba suspendido el aparato. “Desde allí tiró mano del móvil y llamó a alguien, que se presentó de inmediato, escaló por el árbol y liberó el dron”. Había tres grados de temperatura y aquella gente estaba en mangas de camisa. “Me dio la mano y se despidió”. Sin más. “Excepto la empleada de Ryanair, que me da que era inglesa, la gente escocesa es estupenda”.