A quien madruga

En el mundo uno puede esforzarse mucho en algo y alcanzar el éxito o fracasar y salir herido de gravedad en su intento

A quien madruga

A quien madruga / E. S. G.

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Vi en el periódico estos días algunas fotos de la jura de la Constitución de la princesa Leonor y me llamó mucho la atención la gente reunida en la calle para ser público del teatrillo. Intenté imaginarme un poco cómo serían sus vidas, cómo de fanes de la monarquía tienen que ser para pasar frío y chupar piedra dura durante unas horas con tal de ver a una muchacha jurar la Constitución, pero no saqué mucho en claro, la verdad.

De la monarquía me gusta pensar que son los funcionarios mejor pagados de España, nadie sabe a qué se dedican en concreto -algo de representación supongo que harán entre firma y firma de grados universitarios- pero pareciera que tampoco queremos saberlo, no se vaya a romper la magia y nos dé por exigir un referéndum. Calma, calma. Tuve una asignatura en mi primer año de carrera de la que no recuerdo nada. Lingüística aplicada a la traducción. Tampoco recuerdo el nombre del profesor que la impartió. Sí guardo en la memoria un consejo que ese hombre nos regaló a todos el primer día de clase mientras nos presentaba el programa de su materia.

Dijo: «Esto no es una asignatura que se pueda estudiar el día antes del examen». Nunca entendí por qué se nos insistía tanto a los alumnos de primero de grado en aquello, como si no estuviéramos recién salidos del curso académico más duro al que ningún estudiante se puede enfrentar, segundo de bachillerato. Jamás estudié tanto como lo hice ese año, trescientos sesenta y cinco días perseguida por las voces de adultos que me recordaban cada vez que podían que con cada examen yo me estaba jugando mi futuro.

Ahora a mí el futuro en general no me mueve ni un pelo, pero a los dieciséis una décima más o una décima menos en un examen de Biología o de Historia de España podía destrozarme la psique, sobre todo porque no sabía qué quería estudiar más adelante ni a qué me quería dedicar. Solo tenía clara una cosa, necesitaba las mejores notas posibles para tener todas las puertas abiertas. Supongo que así funciona la histeria colectiva: adolescentes desquiciados por las hormonas y la incertidumbre chocan de frente con adultos desquiciados por la meritocracia. 

El caso es que me puse a estudiar para ese examen de Lingüística aplicada a la traducción veinticuatro horas antes de que nos lo entregaran. Días después supe que había sacado un ocho y pico. Tampoco recuerdo si la asignatura era fácil o difícil, interesante o un tostonazo, no tengo ni idea. Han pasado más de diez años de eso, imagínense. No hay moraleja en esta historia, mi vida continuó como si nada.

La de ese profesor también. En el mundo uno puede esforzarse mucho en algo y alcanzar el éxito o fracasar y salir herido de gravedad en su intento. La suerte que se tiene es lo único que importa, y es esta una de las poquísimas colinas que moriré defendiendo. Las historias à la Oliver Twist ya no conmueven a nadie, verán. No están siendo días sencillos para los defensores de la meritocracia, el trabajo duro, los sacrificios, etcétera. Me acordé de este tema porque después de ver las fotos esas de la jura de la Constitución leí a Berta Prieto explicar esta en El País que se sentía en un brete porque había ganado una beca de creación de 6000 euros pero había usado ChatGPT (una inteligencia artificial) para redactar el proyecto. En su columna preguntaba a los lectores si debía devolver esa beca o no.

Pienso que sí tendría que devolver esos 6000 euros porque si no eres capaz de redactar tu propio proyecto no te mereces el dinero para desarrollarlo, pero en el fondo me da igual. Como vengo explicando, al final lo único que importa es la suerte que se tenga. La suerte de nacer en una familia u otra, la suerte de jugárselo todo a ser capaces de memorizar diecisiete temas de una asignatura en un día y ganar, y la suerte de que nadie en el comité de evaluación de un programa de becas se dé cuenta de que tu propuesta de proyecto la ha redactado una inteligencia artificial. Buena suerte a todo aquel que intente demostrar que Dios solo ayuda a quienes madrugan. Tiene pinta de que la van a necesitar.