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Natalia Sosa Ayala: reivindicar una identidad alternativa

Escritora marginada y atrapada en la insularidad, alcanza una divulgación amplia con un libro que refleja la opresión con la que vive su condición homosexual

Natalia Sosa Ayala: reivindicar una identidad alternativa

La editorial Torremozas, fundada en Madrid en 1982 y especializada en literatura escrita por mujeres, edita parte de la obra de Natalia Sosa Ayala, en concreto los poemas que conforman su primera etapa de su trayectoria poética publicados en la revista Mujeres en la isla de 1957 a 1962 y sus libros Muchacha sin nombre y otros poemas (1980) y Autorretrato (1981). Se recupera así una de las voces más significativas de la poesía escrita en la segunda mitad del siglo XX, lamentablemente poco divulgada y conocida hasta estos momentos. Esta publicación supone traspasar las fronteras de la insularidad y darle una divulgación nacional. Es necesario resaltar el entusiasmo con el que la editorial Torremozas acogió este proyecto y el empeño del escritor Daniel María para que este libro viera la luz.

Natalia Sosa Ayala (Gran Canaria, 1938-2000) publica su primera novela Stefanía (1959) con solo diecisiete años. En 1954 comienza a escribir para la prensa local y para diversas revistas, entre ellas Mujeres en la isla, una publicación de contenido cultural en la que solo colaboran mujeres y en la que, lejos de hablar de belleza, recetas de cocina y moda, se publican artículos de opinión, crítica literaria, poesía, cine, etc., y años más tarde empieza a colaborar en LA PROVINCIA. Pero es la poesía el género que más cultiva.

Su poesía habla de deseos, de miedos, de incomprensión, de búsqueda, de refugio. Su propia obra se convierte en el asidero desde el que da cobijo a su experiencia vital atrapada, sin quererlo, en un cuerpo incomprendido. El uso de la primera persona, la presencia de la naturaleza, el verso dialógico, sus silencios y el entramado metafórico van conformando el tejido estructural de su poesía, directa en ocasiones, dura y desgarradora, sin concesiones a lo anecdótico o superficial, y con un discurso que reclama su identidad en cada verso. En su poesía se observa cierta perturbación de lo cotidiano, porque es aquí, fuera de la acomodaticia normalidad en la que nos hemos instalado, donde se desarrolla la poesía y la vida de Natalia Sosa. La literatura, más allá de sus valores estéticos y artísticos, manifiesta una visión del mundo y un contenido social e individual que transciende al texto. Y su obra denuncia la amenaza de un mundo que la obliga a negarse y a emprender un proceso de aceptación en una sociedad que la oprime y la encasilla.

La aparición de la crítica feminista y las teorías que ha posibilitado la lectura y el análisis de las obras literarias desde diferentes perspectivas para visibilizar otras realidades, como por ejemplo el hecho de ser escritora, ninguneada por la historia de la literatura, y lesbiana, lo que supone una doble marginación. Son muchos los mecanismos culturales e ideológicos que reproducen la identidad heterosexual, pero después de siglos de represión, surgen formas para luchar contra este orden normativo represivo, multitud de formas que pretenden dar voz a las pluridentidades silenciadas y anuladas, y una de estas formas es la escritura. De este modo, Natalia Sosa se acerca a la poesía para construir su identidad en un sistema que le reprocha su homosexualidad y para encontrar un lugar desde el que ubicarse en el mundo. En este proceso de construcción de la subjetividad, desarrolla una obra poética, como resistencia a la normalización, a través de diferentes etapas que se corresponden con la negación, invisibilidad, opresión y búsqueda. Si bien, las obras que se presentan en esta edición pertenecen a las primeras etapas, en su poesía no deja nunca de buscar y la propia búsqueda no solo se convierte en un proceso de escritura, sino también en la deconstrucción y reconstrucción de códigos con los que descifrar su identidad.

Es necesario contextualizar su obra para poder comprenderla, porque se desarrolla durante la dictadura franquista y, si bien es cierto que la condición homosexual ha sido hostigada y reprimida durante siglos, el franquismo, amparado en el ideario del nacionalcatolicismo, refuerza el cumplimiento de una férrea moral que recae, principalmente, en la mujer y en el control de su cuerpo destinado a ser esposa y a la procreación, y en una renovada y fortalecida persecución a la homosexualidad. Así que la ilegalidad es la condición en la quedan confinadas las personas homosexuales, una condición que les recuerda constantemente que están viviendo contrarias a la ley, que prohíbe y dictamina a quién y cómo se debe amar, toda una incongruencia del sistema que les destierra a la marginalidad, y que pone en evidencia una sospechosa carencia de libertad y diversidad.

Las mujeres, educadas bajo las pautas de la Sección Femenina, aprenden que su objetivo en la vida es el matrimonio, y en ello debe residir su felicidad y su realización personal. La mujer es un cuerpo que habla a través de la maternidad y de su relación de dependencia con respecto al varón, bendecida por la unión matrimonial, y es ahí donde ha descansado su representación social. Pero cuando se es mujer y lesbiana, se carece de una representación identitaria con la que asumir la existencia de un cuerpo que pueda expresarse libremente en la sociedad: "Siempre viví con miedo a reconocer mi condición homosexual" (Natalia Sosa, comunicación personal, 26 de julio de 1998).

Aplastada por la grisura y la tiranía de la normatividad, desde su primer poema Hipocresía, se presenta como ese ser construido artificialmente por las imposiciones del orden social: "soy la que lleva en sí la hipocresía" y, jugando con las sutilezas del lenguaje, define lo que la gente ve en contraposición con lo que realmente es: la "hiedra extraña", que se sabe diferente a ojos de los demás.

Consciente de que su discurso poético surge desde la afirmación de ser un cuerpo abyecto concebido por el rechazo cultural, Natalia Sosa se niega a sí misma porque se siente nada, vacío, reproche, " [?] sin saber si es que vivo, / si significo aún, / si soy algo más que un cuerpo / que camina y camina, monótono y pesado". Poco a poco, va definiendo algunas de las señas de identidad que desarrolla a lo largo de su trayectoria poética: las de ser un cuerpo abyecto y excluido que, necesariamente, implica conformar su identidad a partir de ese sentimiento de exclusión, desde la otredad su cuerpo adquiere significado y se sirve de la palabra poética para darle visibilidad y legitimidad.

Su poesía habla de silencio y opresión con una voz que, desoyendo el discurso hegemónico, escribe sobre sí misma, siempre en primera persona, en un intento por interiorizar y formular su propio discurso, su propia verdad, frente al impuesto por los otros. Así, se va haciendo con un lenguaje sutil y cifrado donde tienen cabida sus deseos, su amor a otra mujer, amor prohibido:

Ayer vino a verme una amiga de infancia:

hacía tiempo -eterno tal vez-,

que no nos conocíamos.

En aquel ayer, su hogar

-geráneos y dalias,

muro de aroma ya desvanecido-,

se abría a mis ventanas.

Mi amiga era delgada,

pensativa, obediente.

Yo tenía trenzas desvaídas

y las manos inquietas

y soñaba ya, entonces.

Juntas descifrábamos misterios

entre rojos claveles y albos azahares.

Limpias y tímidas mirábamos,

desde la acera que con el sol lucía,

aquello que creíamos un mundo diferente:

-las bestias jadeantes,

los besos a hurtadillas...-.

Fue ayer y atardecía.

Recordamos un rato y luego,

ya mujeres,

hablamos vagamente:

"Natalia, estoy amando".

Yo seguía recordando a mis trenzas.

"Natalia, estoy amando".

Aquel principio de mi amor primero.

"Natalia..."

Amar... Yo estoy sufriendo...

Y sonreí,

como la tarde,

triste.

En Muchacha sin nombre y otros poemas resalta su sentimiento de desafección y asume ser pecado, un sentimiento de culpa que le lleva a negarse en este poemario. Y, aunque esta propia negación se convierte, más adelante, en la autoafirmación de su cuerpo, siente que se trata de un cuerpo que nace de la culpa: "en mí, siempre tus ojos penosos y severos, / siempre unida tu pena a mi pecado". Y desdibuja su ser en un intento por materializarse en los insectos, en las plantas?, en los elementos de la naturaleza, símbolo de perfección: "Vosotros sois felices / con vuestra corta vida, / ¡y yo quisiera ser como vosotros!", y con quien quiere identificarse ante la insignificancia y la invisibilidad con la que siente su ser: "Yo era una cosa breve. [?] Yo era una cosa leve [?] Yo era un cosa sola. [?] Yo era una cosa pura?".

El discurso oficial heteropatriarcal cae en la contradicción de utilizar la naturaleza, lo creado por ella, para legitimar su argumentación normativa, una argumentación que no se sostiene y cae por sí sola al hablar de la homosexualidad, pues no puede ir contra natura lo que la propia naturaleza ha creado y se escuda, de esta forma, en ella para excusar lo que son prejuicios morales y culturales destinados a velar por la seguridad y el cumplimiento de la organización social tradicional, un sistema que responde a una estructura cultural que regula el comportamiento sexual dentro del ámbito del matrimonio. Se apodera de ella el temor y el miedo, ese miedo que, en muchas ocasiones, paraliza, nos vuelve más dóciles y vulnerables ante las amenazas, desembocando en una negación de su identidad:

No me llamo Natalia.

Jamás nací.

O si nací fue muerta.

El sol extendía sus primeros rayos

por una madrugada fatídica de marzo.

Mas no era yo la que su luz bebía.

Yo no existí jamás.

A lo sumo fui venas, manos, sangre,

un corazón pequeño y precintado

pero no fui jamás destinada a ser alguien.

Mi nombre, yo, Natalia,

estará inscrito en un papel cualquiera,

en labios que no saben lo que hablan,

en tardes remotísimas y ausentes,

acaso,

en el tiernísimo corazón de alguien.

Mas yo, yo no soy yo.

No soy Natalia.

Esta constante negación de su identidad se convierte, paradójicamente, en la formulación de una nueva identidad diferente que reclama los espacios que le han sido prohibidos y constata la existencia de un pensamiento que desea desasirse del sentimiento de culpa y dejar de existir en un ser extraño para convertirse en el testimonio de una voz diferente, que abre otra mirada, aglutinadora de un nosotras que, si bien no elimina el discurso único, construye un nuevo referente desde el que dar voz a la diversidad.

Como vapor de lluvia en el asfalto,

cada paso que emprendo se hace nube.

Soy la extranjera inquieta

que por la calle huye

en busca del hotel del que ha extraviado

nominación y número,

con el miedo brotando de los labios

y aterrados los ojos por lo cierto

de saberse en el exilio sola.

Mi nombre sólo es bruma entristecida

y nadie lo pronuncia, por extraño;

ni siquiera otro amor lo ha cobijado

en la terrible hora de tu olvido?.

De alguna forma, su poesía trastoca el orden moral y social, construye un desorden simbólico necesario para dar voz a la diversidad, a la pluralidad. El vacío y la nada que la habitan se convierten, a lo largo de su producción literaria, en una representación real que le concede una existencia desde la abyección. Pero lejos de caer en la docilidad, surge la ira y la rabia, esa rabia necesaria que posibilita el cambio y la concienciación: "La ira me estremece. Has cercenado / cuanto había en mí de amor. / Ante mis pies, la llanura se abre. / Furiosa, transida por violentas congestiones, / vuelvo, sin una lágrima, la espalda".

En Autorretrato, a través de versos largos y lentos, en los que parece que no ocurre nada, va dando voz a su verdad desgarradora, impertinente a ojos de los demás. La muerte se identifica en muchos de sus poemas con la idea de la invisibilidad, la ausencia de su ser, que a veces parece estar al borde del abismo de la existencia, como una trapecista, a punto de caer ante las ruinas de su mundo:

No sé si la habréis visto

errante y vagabunda por las noches

lejana, ausente, abandonada y sola,

ni sé si habréis notado

el dolor que tras la risa oculta.

Consciente de su diferencia, crea códigos con los que descifrar su identidad estigmatizada a los ojos de una sociedad que siente absurda, pero ahora, desafiante, edifica una rabiosa y silenciosa protesta desde la que reafirmar su diferencia, como vemos en Frente a la isla:

Mirad a esa mujer, dicen algunos,

callada frente al mar cada mañana.

Es una pobre loca soñadora,

una pobre mujer que desde siempre

soñó con ser gaviota y tener alas.

[?]

Miradme, sí, miradme.

A juicios de los hombres ya no temo.

Helados juicios

que con desdén quisieron

congelar las hogueras de mi pecho.

No los oigo. Soy una pobre loca,

mas, al fin,

mis oídos cerré a las voces vanas.

[?]

¿Llamáis a esto locura?

Seguid vosotros, pues, con la cordura:

Si loca me creéis, no me hacéis daño.

La locura siempre se ha utilizado como argumento para explicar las conductas extrañas, extrañas por diferentes, y lo diferente siempre ha causado miedo y rechazo, así que la explicación más plausible es considerar que aquellos cuerpos y comportamientos que se salen del orden consolidado han perdido el juicio. Desde este desorden marginal consigue ver la realidad a través de una perspectiva más amplia, más lúcida. Así, surge un discurso, que irá in crescendo, subversivo y alternativo al poder represivo con el que descategorizar su subjetividad: "Nunca fui para ti la hija que soñaras, / la hogareña muchacha a tu norma obediente".

Y se posiciona frente a la mentalidad dominante en unos versos cargados de valor estético pero también de una ideología que representa un cambio de actitud y un acercamiento a su aceptación con el que cierra este libro:

Ya no quiero ser la mujer triste,

me cansé del cantar de la tristeza,

de sepultar los años que me viven,

de, invariable, vestir de color negro.

No pediré perdón si me hacen daño

ni nunca ya será la compasión

mi eterna compañera.

[?]

se volverá mi rostro indiferente,

Indiferente y nuevo.

La poesía de Natalia Sosa apela a lo diferente como elemento enriquecedor e incorpora alegorías de lo no-normativo para otorgarle una existencia, porque es necesario verbalizarlo, nombrarlo, para constatar y reclamar su existencia. Sus versos no envejecen y, lejos de estancarse, la autora continúa indagando en sus siguientes obras en la búsqueda de códigos lingüísticos y metafóricos hasta erigirse en una representación simbólica, necesaria para reivindicar la pluralidad y las voces que reclaman otras formas de amar y de estar en la sociedad, necesaria para romper con la mezquina estabilidad de lo unidimensional.

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