Crimen en Gran Canaria
El crimen que sacudió el Carnaval de Telde
Este 2 de marzo se cumple un siglo del asesinato de un guardia municipal que atendía un incidente en una fiesta en el parque Franchy Roca
Recibió dos puñadas mortales, una en la garganta y otra en el pecho
"Me ha matado". Esas fueron las últimas palabras que pronunció Alejandro Arroyo Santana después de que Antonio Casimiro Perera le clavara un "un cuchillo de grandes dimensiones" en la garganta y en el pecho un domingo de carnaval, hace mañana cien años, en la antigua plaza León y Joven, hoy parque Franchy Roca, en Telde.
Este 2 de marzo se cumple el centenario de este suceso que conmocionó a la ciudad de Telde y marcó un antes y un después en las celebraciones del carnaval de esta ciudad. Gracias al periódico La Provincia, que publicó el 6 de marzo de 1924 una crónica del suceso, se sabe que a media noche de ese domingo de carnaval el cabo Juan Jiménez Martín y el guardia Alejandro Arroyo Santana, conocido como José Ríos, eran los encargados de hacer la ronda por Los Llanos y al llegar a la plaza León y Joven escucharon "una discusión acalorada en la casa de Nicolás Ramos López, donde se celebraba un baile de taifa".
Intentó calmar la situación
Mientras Jiménez esperaba en la puerta, Arroyo entró para ver qué ocurría y "en la habitación encontrose con Antonio Casimiro Perera empeñado en bailar y dispuesto a que terminara la fiesta de no accederse a su deseo". El guardia (los antiguos policías locales) intentó convencerle de que se calmara y de que ya tendría la oportunidad de bailar, pero este le contestó "con injurias". Entonces, detalló el periódico, "creció el alboroto, entró el cabo y después de luchar un rato con Perera, que intentó agredirle con una botella, obligándolo a defenderse con el sable, consiguieron sacarle a la plaza".
Y fue allí donde se produjo el crimen. Cuando el cabo intentó cachearle, Perera aprovechó para herir "en la garganta y en el pecho al guardia Arroyo con un cuchillo de grandes dimensiones" y echó a correr.
Que disparara
Jiménez, sin percatarse de lo ocurrido, pidió a su compañero que hiciera uso "del revólver porque el mío no tiene cápsulas", a lo que el guardia solo pudo responder "me ha matado" antes de desplomarse en el suelo. Las dos heridas, se constató posteriormente, eran mortales.
"El guardia Arroyo contaba con 26 años de edad, casado y con dos hijos, y disfrutaba buen concepto y general estimación", mientras que el agresor, "cuenta con 30 años y es un hércules. También es casado y tiene cinco hijos", recogía la crónica.
La excusa perfecta
El cronista oficial de Telde, Antonio González, afirma que más allá del impacto que este trágico incidente produjo en la sociedad teldense y, en especial, entre los vecinos de Los Llanos, la muerte de este guardia y otros delitos producidos en Gran Canaria fueron aprovechados por el obispo Pildain y las autoridades civiles para prohibir el carnaval.
"Se cogían las vestimentas más antiguas de las casas y se ponían caretas que se hacían con cartón, y se hacían burlas de viejos, de diablos, borrachos y de defectos físicos como los jorobados", pero también se disfrazaban de "mujeres embarazadas, de los curas, monjas y frailes, con carteles que hablaban de voto de pobreza y un saco que decía dinero".
Robos, violaciones y asesinatos
Junto al crimen de Telde, "hubo varios años en los que es cierto que se excedían (algunos participantes) con robos, violaciones, extorsiones, palizas sangrantes e, incluso, asesinatos", lo que fue tomado por "las autoridades del régimen franquista y por el obispo Pildain para decir que era una fiesta inmoral, incívica y que ocasionaba el deterioro de la sociedad, y, por lo tanto, debían ser suprimidas, prohibidas y perseguidas, y así se hizo".
De toda Gran Canaria, continúa González, "solo Agaete y Agüimes siguieron haciendo carnavales muy de mañana o muy de noche" y en este último municipio" se hablaba no de celebrar, sino de correr los carnavales porque la Policía corría detrás".
En Telde se mantuvo
En el caso de Telde, detalla el cronista también se mantuvo en cierto modo la celebración. "El barrio más carnavalero era Los Llanos, tal vez por su comercio, ya que era el lugar donde más número de bares había". También se atrevió a ir en contra de la prohibición la sociedad recreativa de Cánovas del Castillo, que recibió múltiples "multas y toda clase de problemas con la Justicia". Y en menor medida, con pequeños bailes y encuentros, en El Casino, La Fraternidad, la asociación Tabaiba o Lomo Magullo, entre otras. Eso, hasta que el alcalde Manuel Álvarez dejó que se celebraran nuevamente en la calle "bajo el nombre genérico de fiestas de invierno".
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