Solo el bajísimo nivel de los tres equipos situados en zona de descenso salva al Real Betis de estar con la soga al cuello a nueve jornadas para el final de la temporada. El equipo verdiblanco, acostumbrado a la histeria, se ha ganado a pulso otro curso para el olvido: 18 millones de euros en fichajes -la mayoría han decepcionado-, cambio de entrenador en el primer tramo de competición y juego muy poco vistoso.

La destitución de Gustavo Poyet en la undécima jornada y la llegada de Víctor Sánchez del Amo es el reflejo de la irregularidad del equipo bético en este curso. El uruguayo llegó con el discurso del juego bonito. Su idea era imprimir un sello estético al Betis después de unos años con una identidad indefinida y plagados de decepciones. El gran aval era Miguel Torrecilla, el director deportivo que había dibujado el envidiable proyecto del Celta. Parecía que su ojo clínico y la enorme inversión de 18 millones de euros iban por fin a impulsar al Betis hacia la mitad-alta de la clasificación. Pero ni así.

Al poco de empezar el curso se dieron cuenta que el perfil de los fichajes realizados no cuajan en las ideas de Poyet, por lo que llegó Víctor Sánchez del Amo, amante de la solidez defensiva y el contragolpe, estilo con el que cuajó unos meses sobresalientes en el Deportivo. Pero su espíritu de orden e intensidad no se ha visto plasmado en sus sistema de cinco defensas y el Betis, una vez más, ha tenido que recurrir a Rubén Castro. A su olfato goleador se ha sumado este curso las cabalgadas de Durmisi por el carril zurdo y la clase del canterano Dani Ceballos y Rubén Pardo por dentro. Y en los últimos meses se está uniendo Sanabria.

El paraguayo ha esquivado la etiqueta de fichaje fracasado, pero no así Jonas Martin, Nahuel, Felipe Gutiérrez o Zozulya, que apenas han jugado. Otros sí han tenido continuidad pero a un nivel más bajo de lo esperado.