Lo mejor para llevar bien lo de ser de Las Palmas es tomárselo con resignación. No invita a mucho más la temporada que cursa la UD. Así todo lo bueno que pueda venir será una dádiva a su comprensión, a lo que vaya quedando de su fidelidad. Porque esta UD de Paco Herrera tiene pinta de que llegado el mes de febrero da para muy poco más. Es duro, pero ver cómo se desenvuelve Las Palmas ya no invita a otra cuestión.

Puede que sacase un punto de La Rosaleda, uno de los campos más difíciles de esta Segunda División, pero más allá del empate, las sensaciones que destila el equipo son de pura intrascendencia, de lo que se puede convertir el año hasta que llegue mayo y, una vez más, la UD se reinicie de alguna u otra forma, que pocas quedan por ver ya en Gran Canaria en los últimos lustros.

Escapó vivo de Málaga por el banderín de uno de los asistentes de Ocón Arráiz y por el exceso de furia de los blanquiazules, que se toparon con la expulsión de Bare, igualada unos minutos más tarde por una roja a Deivid, que andaba como mediocentro improvisado de un Paco Herrera que deambula entre sus propios miedos. Todo contagiado por unos jugadores que tampoco invitan a otra cosa que no sea acabar una temporada sin apuros por abajo, navegando en la nada de la clasificación. O algo cambia de manera drástica o esto es lo que hay. Y mejor será que se vaya aceptando. El 0-0 fue demasiado duro. Creer está bien, pero mejor es hacerlo en algo.

Paco Herrera reconstruyó su centro del campo sobre la silueta de Javi Castellano, obligado ante la baja infantiloide por sanción de Gaby Peñalba. El otro apunto en el once inicial cayó en la banda, donde Danny Blum, tras esa cuestión de confianza a la que le sometió Paco Herrera en el mercado invernal, se abrió paso por delante de Fidel Chaves. De resto, el mismo once que hace unas semanas; el mismo once sobre el que Herrera quiere levantar a esta UD difusa. Todo con el mismo dibujo, donde Javi Castellano figuró como pivote único.

Había alentado durante la semana Juan Ramón López Muñiz a su gente, a la búsqueda de una Rosaleda imponente. Cómo iba a igualar la intensidad, ganas y fútbol del Málaga la UD era una de las incógnitas a descubrir en la ecuación del día. El cuadro boquerón de agarró al balón. Lejos de achuchar a arreones, su plan consistía en domar el balón y esperar al hueco. Un espacio que llegó pronto, a la espalda de Dani Castellano, donde alejo se sirvió a gusto para regalarle un gol a Bare. Solo el banderín del asistente de Ocón Arráiz salvó a la UD: no era fuera de juego, pero su mano apuntó al cielo.

Se creció el Málaga, que no se salía ni una línea de su guión. Las Palmas, plana solo encontraba la opción del balón largo hacia la nada para intentar romper líneas. Con Javi Castellano clavado, Ruiz de Galarreta se intentaba multiplicar, sin la colaboración de David Timor. El recurso final, casi siempre, era que el balón despegara del césped de La Rosaleda a la noche estrellada de Málaga.

Andaba por el aire el balón cuando el colegiado Ocón Arráiz, quizá por la ley de la compensación al intuir que había errado en el primer gol, amnistió a Iván Alejo, que clavó sus tacos en la cabeza de Dani Castellano. Después y antes de todo ello, la misma tónica: bombardeo sobre los poco más de 170 centímetros de cuerpo de Rubén Castro. Y cuando intentaba otra cosa, el resultado acababa también en pérdida. Dramático.

De la nada, Blanco Leschuk volvió a avisar. Esquinado, casi pegado al córner, salvó un balón de volea que se convirtió en remate improvisado. El argentino, sin ver portería desde el 29 de octubre, casi lo hace sin querer. Cosas del fútbol. Y es que aquel balón impactó contra el larguero de Raúl Fernández. Si alguien miraba a la portería, ese era el Málaga.

Porque de Las Palmas poco se sabía. Cruzada la media hora, ni siquiera había lanzado a portería. Y el Málaga, con la cabeza de Diego González, volvía a avisar; la siguiente, de Alejo, sobrexcitado en su debut como boquerón, con un potente golpeo raso desde la frontal; la siguiente, un poco más centrada, llevó la firma de Adrián González. Olía a gol del Málaga.

Si escapó fue porque en la siguiente jugada, el banderín volvió a saltar. El balón, antes de encontrar a Adrián, rebasó la línea de fondo a la salida de un córner. En una jugada de escuadra y cartabón, la moneda cayó del lado de Las Palmas. Se incendió La Rosaleda y los nervios desarbolaron al Málaga. Encontró ahí la UD un filón en forma de falta clara sobre Javi Castellano al borde la línea del área. El primer tiro de la UD acabó en el fondo de la grada. Rubén Castro no atinó y Las Palmas se marchó al descanso sabedor de que el resultado, visto sus nulos argumentos futbolísticos, era lo mejor que le había podido pasar.

La primera jugada del segundo acto resumió la primera de la UD: balonazo en largo de Cala. Las intenciones de Las Palmas, al menos, sí que parecían otras. Se abrió más el Málaga y dio un pasito adelante la UD. En un fugaz contragolpe, Rafa Mir desperdició un servicio preciso -vía aérea cómo no- de Ruiz de Galarreta. El control del murciano en el uno contra uno a la carrera fue pésimo; esquinó el balón y sus opciones de adelantar a Las Palmas se esfumaron en cada zancada. Escorado su tiro solo valió para las estadísticas.

Si Las Palmas tenía problemas para hilvanar algo de fútbol, la historia se recrudeció con la lesión de Timor. El valenciano no es que esté de doctorado con el cuero, pero mirar al banquillo era descorazonador. Con Momo en la grada y Maikel Mesa en casa, Herrera tiró de Deivid para crear un doble pivote junto a Javi Castellano. La noticia no era demasiado alentadora.

Algo se tenía que poner muy a favor de la UD para que el partido invitase al optimismo. Y sucedió. Lo hizo cuando Keidi Bare sacó el codo a paseo sobre el rostro de Cala: segunda amarilla para el albanés y media hora por delante con un hombre más sobre el césped.

Y ni con esas. El combo que había en el centro del campo era demasiado duro como para intentar tener criterio, para sobrepasar alguna línea del Málaga con cierta sorpresa. Previsible en su fútbol, la UD dilapidaba minutos. La Rosaleda y el Málaga creían. Una emulsión que tocó techo cuando el cuadro amarillo se quedó con diez.

A los 19 de minutos de entrar al campo, Devid sacó la tijera para cerrar una escapada de Alejo (min.71). La cartulina roja, tan interpretable como evitable la entrada del ex del central grancanario, perdido con tantos galones ofensivos. Otro micropartido se abría en la Rosaleda. Pero de ahí al final poca cosa. Más ganas que ocasiones, con el temor a caer palpable en ambos bandos.