Será difícil que alguien consiga levantar el ánimo del escudo de esta UD. Incapaz de ganar al Extremadura UD, uno de los cuatro equipos del vagón trasero de LaLiga 1|2|3, Las Palmas se deja ir. No encuentra motivos a los que agarrarse para creer en algo. Y es que para tener fe hay que escudarse en un dogma, en un alegato sobre el que edificar una creencia. La UD no la tiene. Y aunque Paco Herrera, con solo dos victorias en 13 encuentros, desfile por la puerta de salida del Estadio de Gran Canaria, poco parece que pueda trascender en un equipo que apunta a año perdido en Segunda División. La travesía pinta a eterna.

Porque Las Palmas acentúa su drama después de empatar con el Extremadura en casa (1-1). Arregló Rubén Castro con una maravilla en el área, donde es depredador despiadado, una pifia con el pie de Raúl Fernández, que en su intento de despeje entregó un gol a Alfredo Ortuño. La UD acabó el tramo final del partido con 10 tras la expulsión de Juan Cala, bombardeó con corazón el área de un Casto formidable y acabó rendido, rudo en sus formas y nulo en en eficacia.

La radiografía de esta UD va mucho más allá de un entrenador, un puñado de jugadores o un resultado. A estas alturas del año, con el despido de Manolo Jiménez, el técnico elegido para el ascenso; otro, Paco Herrera, cuestionado cada día más y en plena caída libre, el problema se intuye mucho más profundo y gravoso. Porque también hay una ristra de futbolistas lejos de su mejor versión, impotentes, delante de una grada cada vez más anestesiada, frente a un palco sin cabeza visible en el día de ayer. Con lo servido delante, creer en algo más que no sea una salvación plácida para emprender en verano una refundación parece casi utópico.

Ante el Extremadura, Las Palmas vivía otro día de juicio público en su Estadio, al estilo del gladiador en el coliseo romano, en la búsqueda del pulgar hacia arriba como veredicto del emperador, de su salvación. De entrada, la escuadra amarilla no parecía muy condicionada por ese hecho, fría en sus primas marcas sobre el césped del Gran Canaria.

Y es que no encontraba Las Palmas la suficiente regularidad en el manejo del juego como para apabullar al Extremadura, que llegaba a Gran Canaria con el objetivo de revitalizarse de la mano de un ídolo: Manuel Mosquera, el máximo goleador de su historia, que debutaba en el banquillo del cuadro de Almendralejo.

En ese inicio tibio, ni UD Las Palmas ni Extremadura eran capaces de marcar el terreno, de lavantar la pata como un perro en una esquina. El balón circulaba lento, con la previsibilidad que marcaba el ritmo pasivo de Peñalba y el gambeteo de Ruiz de Galarreta, solo salpicado por el nervio de David Timor. En esas el Extremadura estaba cómodo, sin verse contra las cuerdas, solvente en ese vacío de poder sobre el campo, sin prisa por nada.

Se lo empezó a creer el equipo de Manuel, que fue ganando metros, como si fuera un equipo de rugby. Ni siquiera el primer aviso de la UD, con un golpeo de David Timor, le hizo recular en su empeño de sacar algo positivo de Las Palmas.

El partido se cocía en la nada. La grada pedía testosterona, en la búsqueda de algo con lo que empezar a agobiar de verdad al Extremadura, que sin pisar el área encontró el gol. Por primera vez en toda la temporada, la UD Las Palmas se vio por detrás en el marcador en una jugada con toda su miga. Erró Raúl Fernández, uno de los hombres de amarillo más regulares en toda la campaña. Y es que su exceso de confianza para despejar un cesión atrás la olió, quién si no, Alfredo Ortuño.

El delantero yeclano, propiedad de Las Palmas hasta la temporada pasada, con mil cesiones antes de salir del club después de ser fundamental en el último ascenso, presionó al meta vasco, que no acertó a que el balón sobrepasase la estampa del ariete. El balón chocó en el pie del murciano, que cumplió con su palabra: no celebró el gol ante un club que puso confianza en él en Segunda, pero que se encargó de desvalorizarlo en Primera División. Casi de justicia poética.

Aquel desliz sucedió en el minuto 23 de partido y al menos el golpe animó el interior de Las Palmas, que no es poco. Arengó Ángel Rodríguez, con Herrera escondido en el banquillo, en la sombra. Timor ejecutó una falta con su zurda que despejó Castó donde crece el césped en el poste. Una parada de mérito del meta extremeño, que la última vez que pisó el césped del Gran Canaria fue el día del ascenso ante el Real Zaragoza.

En esas, el Extremadura pudo incendiar el Gran Canaria, pero Olabe no acertó a ejecutar a Raúl, tras un gran centro de Álex, en un contragolpe de manual. Las Palmas le vio las orejas al lobo y, a lomos de Timor encontró otra opción de gol. El valenciano agitó su izquerda, casi desde el centro del campo, para exigir de nuevo a Casto, tras un error en la salida de balón del cuadro de Almendralejo.

Timor, hiperactivo, se remangó para apurar un balón por la banda que sirvió al corazón del área. Ahí Rubén, no llegó tarde: recogió el servicio, tumbó a un rival cuando cualquier otro delantero hubiese rematado y fusiló a Casto. Una definición excelente, de '9' puro para poner el 1-1 que se sostuvo hasta el final del partido.

Nada de nada

El partido se marchó al descanso y en su regreso, la UD siguió por los mismos derroteros. Andaba plana ante un rival sin alardes, esforzado por sobrevivir, sacar ese punto y poder creer en la salvación.

Las Palmas no ofrecía más argumentos futbolísticos para llevarse el partido que no fueran los de alguna acción individual, un momento de lucidez, una pizca de gracia de alguno de los once hombres que tenía sobre el césped. El susto del Extremadura tuvo el nombre de Olabe, que recogió un servicio con la firma de Ortuño para entregarle el balón blando a Raúl.

Rodaron los cambios. Arriesgó Herrera con Rafa Mir -salió por Peñalba- y Maikel Mesa. Los cambios le dieron físico y presencia a una UD que fue incapaz de generar alguna ocasión realmente inquietante, más allá de un disparo de Mir a pase de Blum que rechazó Casto otra vez. El reloj se acababa y Las Palmas se quedaba a nueve puntos de la promoción (12 en realidad), en una extrema y dura realidad para la UD.