Ni rastro de aquella Rosario Porto que charlaba con los agentes, reía y se mantenía relajada en la puerta de la casa donde había aparecido el cadáver de su hija. La entereza con la que fotografió el féretro de Asunta y su actitud tranquila tras las primeras horas del crimen fueron desapareciendo, dando lugar a una mujer que evita ser grabada, que en su primera declaración ante el juez se muestra compungida y casi al borde de un llanto que nunca se llegó a ver. Aquella mujer sofisticada hoy se ha presentado vestida de negro y su estado de calma parece ahora alterado por los nervios.