Cuando se autorizó oficialmente la celebración del carnaval en nuestro país, las dos capitales canarias comenzaron a organizarlos de manera que no coincidiera uno con el otro. La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria establecía el suyo una vez que acababa el chicharrero. El principal motivo de este desfase era que ambos querían televisar sus galas aprovechando la financiación de las empresas comerciales.

Este despropósito originaba que el Carnaval capitalino coincidía avanzada ya la Cuaresma y muchos de sus actos se mezclaban con las procesiones de Semana Santa. Para más inri, varios eventos se celebraban en la plaza de Santa Ana. Se consideraba lamentable que el mismo Viernes de Dolores las charangas de nuestras murgas y comparsas rivalizaran en televisión con las de Tenerife, originando sus atrevidos repertorios, dimes y diretes agresiones a la feligresía católica que quería vivir cada cosa en su justo momento.

El paralelismo de las carnestolendas con la Pasión de Jesús preocupaba al entonces obispo don Ramón Echarren, y en más de una ocasión trató el tema con la Junta de Semana Santa, que por aquella época presidía don Agustín Manrique de Lara. Su deseo era que nuestro carnaval se celebrara en sus fechas correctas.

El propio prelado escribió un artículo sobre esta fiesta que se publicó en LA PROVINCIA en febrero de 1989, titulado El Carnaval y la Cuaresma y, entre otras manifestaciones, don Ramón decía: "Que hay fiestas y fiestas, que hay alegrías y alegrías. El Carnaval, en muchos casos, más que una fiesta se convierte en una mascarada en la que las caretas, los disfraces, rompen con toda alegría y sentido festivo, para convertirse en una ocasión de dar rienda suelta a odios y agresiones, para hacer daño aprovechándose del anonimato, para dejar de lado represiones mal llevadas y dejarse llevar de instintos que pueden llegar a ser deshumanizantes para los propios protagonistas y para los demás. Que no sea así entre nosotros..."

Por su parte, la Junta de Semana Santa también tenía deseos de que este entuerto se solucionara, y después de varias reuniones se dirige al Ayuntamiento para que formulara en debida forma el cambio.

La instancia, dirigida al entonces alcalde, José Vicente León Fernández, que era un edil comprometido con las tradiciones grancanarias, especialmente con las efemérides de Semana Santa, comprendió que de manera inmediata había que dar carpetazo a aquel desfase. La misiva enviada no tiene desperdicio.

Comenzaba el escrito haciendo exposición que todos los estamentos religiosos representados por las cuatro parroquias antiguas de la ciudad, Cabildo Catedral, Obispado de Canarias, cofradías, hermandades, patronazgos y vínculos, y por el propio Ayuntamiento, que es vocal de la Junta por acuerdo de la Comisión Permanente municipal de fecha 26 de mayo de 1984, estimaban improcedente que las populares Fiestas de Carnaval fueran celebradas en Las Palmas de Gran Canaria durante la Cuaresma, hecho que no tenía precedente ni en la referida municipalidad ni en otra provincia del Estado español.

Se continuaba indicando al regidor que tal celebración desarrollada en unas fechas completamente inoportunas la entendían los cristianos como una burla hacia los sentimientos religiosos, cuyo desarrollo se hacía más deplorable al elegirse como marco principal de las fiestas la plaza de Santa Ana, enclave, no hace falta recordar, que flanquea tanto a la Catedral Basílica de Santa Ana y al Palacio Episcopal de la diócesis.

Se incidía en que si el Ayuntamiento autorizaba la celebración del Carnaval en sus fechas reglamentarias, contribuiría a la estabilización regional, pues lograría acabar con el lamentable espectáculo que aprovechan las agrupaciones musicales para denigrar y vejar soezmente a los habitantes de cada una de las Islas, pues una provincia le daba a la otra la oportunidad de preparar sus insultos, y en este caso era la de Gran Canaria la que contestaba con saña a la tinerfeña.

Terminaba el escrito refiriéndole al alcalde que la importancia social y comercial de nuestra ciudad se bastaba por sí sola para organizar una popular celebración sin tener que adaptarse a las peculiaridades de la otra capital de menor población. Ni al carnaval de la provincia hermana le podíamos proporcionar ningún tipo de ventajas, ni los vecinos carnavaleros solucionarían la puesta en marcha del nuestro, sino todo lo contrario. Por ello se estimaba que ya no tenía sentido el continuar manteniendo desfasada la celebración del Carnaval de Las Palmas.

El 14 de abril de aquel año del 89, el alcalde José Vicente León contestaba al presidente de la Junta, Agustín Manrique de Lara, con una carta particular que por su importancia para la Memoria Histórica del Carnaval capitalino se reproduce:

"Estimado amigo:

He recibido su atenta carta en la que expone la preocupación de la Junta de Semana Santa y el acuerdo tomado en el sentido relativo a las fechas de celebración de los Carnavales.

Me complace comunicarle que el Excmo. Ayuntamiento Pleno ha tomado el acuerdo de trasladar la celebración de estas fiestas en fechas que coincidan con los carnavales del resto de las ciudades españolas, para evitar así su cercanía con la celebración de nuestra tradicional Semana Santa y que gracias al extraordinario trabajo y entusiasmo de esa Junta tiene un lugar destacado en el corazón de nuestra gente.

Esperando que esta decisión adoptada satisfaga a la mayoría de los ciudadanos, le saluda muy cordialmente y le da una vez más las gracias, su affmo. amigo José Vicente León Fernández".