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Ciclos

El cómico imperturbable

El cómico imperturbable

Existe una casi imperceptible línea divisoria en el cine de Jacques Tati (Le Pecq/Francia, 1907. Paris/Francia, 1981) que separa sus retratos de corte costumbrista, como Día de fiesta ( Jour de fete, 1947) o Las vacaciones de Monsieur Hulot ( Les vacances de Monsieur Hulot, 1951) de los reflejos de la sociedad contemporánea que muestran películas como Playtime ( Playtime, 1967) o Tráfico ( Trafic, 1970), dos monumentos artísticos de primer orden donde se revela su asombrosa capacidad para examinar los detalles de una realidad social ultraplanificada en la que el hombre constituye un engranaje más en un frío y rutinario mecanismo de actuación deliberadamente automatizado, impersonal y sin alma.

Pues bien, el filme del que se sirvió Tati para consumar este periodo de transición estilístico no fue otro que Mi tío ( Mon oncle, 1958), un trabajo donde se entremezclan sus "gags" más habituales, es decir, los que se centran única y exclusivamente en el flemático perfil que ya mostraba su pintoresco personaje en Las vacaciones de Monsieur Hulot o en Día de fiesta con la aguda observación de una sociedad hipertrofiada por su adictiva dependencia al confort y a otras comodidades propias de la bonanza económica de los años de la posguerra. El mundo salía de un conflicto internacional de consecuencias devastadoras para iniciar un largo y próspero período de bienestar del que surgiría un hombre nuevo caracterizado, principalmente, por un apego incontenible al consumismo y al repliegue familiar.

Tati, el tío jovial, divertido y soñador que rechaza la impostura social que induce a sus parientes a alardear de una casa dotada de los más sofisticados avances tecnológicos, busca irremediablemente la complicidad de su joven sobrino, tan refractario como él al nuevo orden que propone el recién estrenado hogar familiar, creando un simpático frente común contra el insufrible aburrimiento de un universo aséptico, grisáceo y convencional al que intentan incorporarle su hermana y su ocioso cuñado. Y aunque con una trama argumental mínima y con actor es no profesiona-les, el autor de Zafarrancho en el circo ( Parade, 1974) consigue articular magistralmente uno de los alegatos más sutiles que ha conocido nunca el género contra la alienación material de la sociedad moderna y contra su obsesión por levantar a su alrededor paraísos artificiales como mecanismos de compensación contra un mundo sembrado de hostilidad e indiferencia.

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