Kékszakállú (en húngaro, Barba Azul) es una película que gira alrededor de la nada. Y ahí radica su fortaleza y su condena. Gastón Solnicki, que firma su debut en la ficción, sigue con la cámara a un conjunto de adolescentes de la clase alta argentina en sus rutinas vacacionales. En este plano documental, las escenas revelan a niños lanzándose en trampolín, parejas que se aman en los parques o amigas cocinando un pulpo.

Sus personajes manifiestan sus inquietudes e incertidumbre con respecto al futuro: qué harán cuando terminen las vacaciones, si buscarán un trabajo o estudiarán una carrera, arquitectura o diseño industrial... Y todo envuelto en una atmósfera onírica y contemplativa, que sirve de nexo entre las distintas secuencias.

El propósito de transmitir el tedio y vacío en un complejo artificioso dedicado al disfrute, funciona. Y a su regreso, la alienación de la urbe, el vértigo y las tiranteces que afloran entre los personajes, brinda el contraste que busca el director en este retrato contemplativo, pero donde la nada vuelve a ser casi todo. Cabe destacar la belleza de sus planos cinematográficos, cenitales, íntimos o fijos, como si se hubiesen pintado en un cuadro, a cuya potencia visual se suma la fuerza emocional de la ópera El castillo de Barba Azul, en que se inspira sutilmente la película. Pero estos elementos sirven para la contemplación de un único aspecto: la nada.