La noticia del fallecimiento de Enrique Quique Martínez Marrero, ha llenado de luto al mundillo de la natación canaria, nacional e internacional, que no han podido olvidar el historial de un hombre que dedicó toda su vida a este deporte y, sobre todo, a su club de siempre: el Club Natación Metropole.

Hablar a estas alturas de Quique Martínez es caer en la reiteración de un historial y unos reconocimientos que llenarían un periódico y que todo el mundo ya conoce, dado que se han escrito bastantes páginas. Premio Canarias del Deporte, Hijo Predilecto de su isla, Gran Canaria, y de la ciudad que le vio nacer en 1920, Las Palmas de Gran Canaria; medallas de oro de la Federación Española y Canaria, del Consejo Superior de Deportes, de su club, y un largo etcétera.

Seguro que serán muchos los que en estos momentos de tristeza y reflexión, recordarán escenas y anécdotas vividas a lo largo de la brillante historia de la natación canaria y nacional con Quique de protagonista, no en vano fue el máximo responsable técnico durante varios años de los equipos canarios en campeonatos nacionales y de los seleccionados hispanos en campeonatos internacionales y Juegos Olímpicos.

Es precisamente la capitalina Playa de Las Canteras, el escenario de sus primeros pasos como nadador, con tan sólo 12 años, con ocasión del Gran Concurso de Natación, que convocaba LA PROVINCIA en el verano de 1932 y donde Quique nadaba 25 metros de crol, su estilo, dentro de la Copa Ford.

En aquella playa traba amistad con gente como Fernando Navarro Valle, que fue su amigo a lo largo de los años y sobre todo con Julio Navarro, el considerado padre de la natación canaria y que es quien lo lleva a la piscina de El Lido, en el Hotel Metropole, y lo enrola en el recién fundado Club Natación Metropole, de cuyo grupo inicial forma parte.

Quique destaca pronto en las pruebas de crol desde los 100 libres hasta los 1500 y ya empezaba a dar señales de su potencial en los encuentros con Tenerife, considerados los primeros regionales de donde sale la selección canaria para competir en el primer campeonato de España con partición canaria, en 1935, en Las Arenas de Valencia y donde Quique es convocado p ara nadar las pruebas de libre, los 400, 1.500, los 2.000 en mar abierto y el relevo 4 x 200 libres y que lo hacía con tan solo 15 años, el considerado más joven de todos los participantes.

Quique como buen sportman de la época compartía la natación con otros deportes como el remo, donde también conseguía resultados destacados. Eso y los estudios en La Laguna, de alguna manera parece que influyeron en su ausencia de aquel equipo legendario que ganaba para Canarias su primer título de campeones de España en 1941 en Palma de Mallorca, pero no por eso su huella desapareció de la natación canaria.

Después del éxito de 1941, Pepe Feo, que era el entrenador de la selección Canaria junto con el tinerfeño Raimundo Afonso, también asumía la parcela técnica del Club Natación Metropole hasta que sus obligaciones profesionales y militares se lo impidieron, pasando el testigo en primera instancia a Fernando Navarro Valle, que también tuvo que dejarlo posteriormente y ahí aparece la figura del Quique Martínez técnico y nace así su leyenda, en aquellos primeros años cuarenta.

Quique toma las riendas de su club, el Metropole, y de la selección canaria, donde pronto se gana el respeto de todos, nadadores sean del club que sean, dirigentes, aficionados, etc.., sus éxitos con el equipo de Canarias llaman la atención de los federativos nacionales y Quique asume responsabilidades técnicas con España, destacando sobre todo aquella de los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, con nada menos que con seis canarios en sus filas, dos del Victoria, José Vicente León y Heriberto de la Fe; y Emilio Díaz, José Manuel Cossío, Julio Cabrera y Rita Pulido, todos ellos productos de su cantera metropolista.

Una cantera que tenía como artífices a un perfecto binomio entre Quique y su compañero ya desaparecido, Argimiro García. Éste, con su labor de enseñanza y formación, detectaba a los talentos y Quique los pulía, así años y años hasta llegar a llenar los anales de la historia y las paredes del Metropole con centenares de campeones de España, de récords de España, de participantes olímpicos y así un largo etcétera que ha encumbrado la figura de Quique Martínez como uno de los mejores, si no el mejor, técnico de España, como así lo atestigua su título de Maestro Entrenador (entrenador de entrenadores), de la Real Federación Española de Natación.

Quique cerraba su currículo deportivo en los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, donde acudió como entrenador no sólo de Natalia Pulido, nadadora de la cantera de su club e hija de otra nadadora que él también llevó a unos Juegos Olímpicos, Rita Pulido, con lo que parecía cerrar el círculo y además llevó de la mano a un nadador valenciano, Ramón Camallonga, que se puso en sus manos para llegar a la cita olímpica barcelonesa.

El secreto de sus éxitos era sin duda el trabajo diario y, sobre todo, muchos de sus antiguos nadadores reconocían que lo que mejor dominaba era la puesta a punto, el estar al cien por cien en el momento de la competición, donde el nadador tenía que dar el todo por el todo.

Pero otros muchos reconocen que quien lo fue era su hambre de conocimientos y de innovación constante. Quique devoraba cualquier trabajo, libro o artículo científico que llegaba a sus manos, aunque fueran en otro idioma, ya que a su lado siempre tenía alguien que le echaba una mano, como Fernando Morales.

Así pudo estar al día y adelantarse a su tiempo y al resto de entrenadores, algo que no siempre fue fácil, pero él supo mantener el listón alto y los demás, sobre todo del resto de España, no tuvieron más remedio que rendirse ante la evidencia de la realidad de sus resultados. Un entrenador modesto venido de unas islas que, afortunadamente, han sabido reconocer y recompensar su valor como nadador pionero, como técnico destacado y como excelente persona, de esas que dejan huella. Una buena enseñanza para todos los que, a lo largo de todos estos años, se encuentran entre sus discípulos. Descanse en paz, Quique Martínez.