Sucesos históricos

El crimen del patriarca Juan 'el Bueno' conmociona Valsequillo

Seis miembros de una familia campesina de Valsequillo fueron acusados en 1909 de estrangular al padre

Vestidos con trajes raídos y en medio de un absoluto silencio, seis miembros de una familia del pueblo grancanario de Valsequillo se sentaron en el banquillo de los acusados en 1911 para responder sobre el asesinato de Juan Martel Muñoz, conocido por Juan 'el Bueno', en un alpendre de aquella localidad. El crimen, que se había cometido dos años antes, quedó impune, porque al único pariente que se consideró culpable era menor de edad.

Era el seis de diciembre de 1911. La vista popular había despertado un inusitado interés en la opinión pública de entonces, al conocerse los detalles de este sangriento suceso que tuvo como desencadenante la deuda de una novilla. Los seis acusados, la viuda, cuatros cuñados y la suegra del finado, llegaron a la sala de juicio de la Audiencia de Las Palmas exhibiendo un apacible aspecto campesino. Las dos únicas mujeres vestían de riguroso negro.

Guardaban luto desde aquel fatídico anochecer del domingo 25 de julio de 1909, día de Santiago Apóstol, en que ocurrieron los hechos.

El cadáver del labrador Juan Martel apareció con un fuerte golpe en la cabeza y una cuerda alrededor del cuello. Lo encontró un pastor, a la sombra de una higuera tras ser arrojado por una ladera de La Solana del Frenegal.

El suceso quedó desde el primer momento envuelto en el misterio, pero el celo del juez de Telde, "el señor Márquez", aclaró las circunstancias de este horroroso crimen ocurrido en aquel risco junto al límite con la ciudad de Telde, en el barranco de Los Cernícalos, que ahora relatamos.

En una de las cuevas allí existentes vivía Rosario Suárez Martel, viuda, de 47 años, con sus hijos: los jornaleros Antonio, de 33 años y Manuel, de 21 años, y Domingo, de 17 años y huevero de profesión. Y en otra cueva inmediata residían otra hija de Rosario, María Suárez Sánchez, de 29, con su esposo Juan Martel 'el Bueno'. Ambas familias eran pobres y se mantenían de los productos que cultivaban en sus pequeños trozos de tierra en arriendo y las cuatro vacas del alpendre.

La familia vivía en armonía, aunque en ocasiones la paz se veía interrumpida por las habituales pendencias de Juan Martel, "hombre de mal carácter, amigo de riñas y muy aficionado a apropiarse de lo ajeno", según el perfil ofrecido sobre el personaje por el periódico El País, diario vespertino de Las Palmas. "Lo que encontraba a la mano lo robaba con tranquilidad: fruta, pasto para sus animales, herramientas de labranza. O sea, que Juan Martel tenía siempre lo que se le antojaba. Y por malo le llamaban Juan 'el Bueno' como nombrete".

Su cadáver fue descubierto a primera hora de la mañana del lunes por el pastor Rafael Casimiro Velázquez, que pasaba por allí con su ganado y que llegó a creer que dormía hasta que vio la soga al cuello y reparó, estupefacto, que su sueño ya era eterno.

Asombrado, llamó a gritos a la familia del finado, entre ellos a un tal Julio, otro hijo de Rosario, que visitaba a su madre en ese momento. Todos subieron ansiosos por aquel paraje, desarrollándose una escena triste y dramática en la que la recién estrenada viuda lloraba junto al cadáver de su marido. Poco después se dio parte al juez de Valsequillo, quien a su vez envió un oficio al juez instructor de Telde.

Ese mismo día la familia del fallecido prestó ante el juez las primeras declaraciones. No sabían nada; lo ignoraban todo. ¿Sospechas? Sí, algunas. Juan Bueno tenía enemigos, y uno de ellos era su vecino Francisco Santana, en cuya finca fue hallado el cadáver.

Sus familiares contaron que éste había llegado a amenazarle de muerte porque le robaba fruta de su finca.

La viuda declaró, por su parte, que la noche anterior al hallazgo del cadáver, su tío Pedro Rodríguez Gil, un labrador de 45 años, así como sus hermanos buscaron a su esposo infructuosamente.

Pero "pocas indagaciones debieron hacer seguramente", acertaba a decir el citado periódico, pues el cadáver estaba a escasos metros de su domicilio.

En aquellas primeras pesquisas, el juez fue tomando testimonio a las personas que la viuda iba indicando como enemigos de su marido. Sin embargo, un registro en las cuevas del finado dio un giro espectacular a la investigación. La Guardia Civil halló la ropa de Juan Bueno con restos de sangre, escondida en un horno de pan y otros trapos ensangrentados entre los colchones de la cama. Los indicios ya pasaron a pruebas irrefutables.

El juez Márquez ordenó la detención de toda la familia del muerto: su esposa, María Suárez, sus cuñados y su suegra, Rosario, así como el tío Pedro.

Pueblo de Valsequillo a principios del Siglo XX.

Pueblo de Valsequillo a principios del Siglo XX. / FEDAC

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El juicio oral por el crimen de Juan 'el Bueno', celebrado dos años después de los hechos, acumulaba toda la morbosidad posible.

La soga y el sacho usados en la muerte violenta del campesino de Valsequillo permanecieron sobre una mesita, frente al estrado de la sala. Con la cuerda le habían roto los cartílagos y todos los tejidos del cuello de la víctima, quien presentaba, además, una fractura craneal, según el informe del forense. La sentencia número 79 de la Audiencia estimó que el único familiar que podría ser acusado formalmente era Domingo Suárez, pero al tratarse de un menor de edad quedó exento de toda responsabilidad penal.

A la vista del fallo, el juez dio la orden al director de la cárcel de que los acusados recobraran la libertad y la inocencia.

Uno de los crímenes más espeluznante de comienzos del siglo XX quedaría impune.

La deuda de una novilla

El móvil del crimen quedó resuelto en cuestión de horas: una discusión por la deuda de una novilla. Juan el Bueno había vendido por treinta pesos una becerra a su suegra Rosario, cuya deuda debía ser saldada no más tarde de aquel domingo, pues al día siguiente tenía previsto acudir a la feria de ganado de la Vega San Mateo, que celebraba las fiestas de Santa Ana. El sábado, Juan Martel recordó a su madre política la deuda contraída, pero ya entonces obtuvo la negativa por respuesta. “No podemos pagarte”, le dijeron sus cuñados. “Pues necesito ese dinero para ir el lunes a la feria de San Mateo o en caso contrario me llevo la novilla”, contestó, algo airado, Juan 'el Bueno'. “Eso nunca”, replicaron.

En la noche del domingo, a la vista de que no cobraba su deuda, Juan Martel se dirigió al alpendre y comenzó a desamarrar al animal para llevárselo. Domingo Suárez, su cuñado, trató de impedírselo.

Cuentan que Juan 'el Bueno' sacó su naife canario y le gritó iracundo: “¡Te mato, perro maldito!”. Fue entonces cuando Domingo levantó un sacho y lo descargó con tanta furia sobre la cabeza de su cuñado que lo dejó sin sentido. Ya en el suelo lo remataron entre él y otros hermanos que acudieron en su auxilio. Luego arrastraron el cadáver, amarrándolo del cuello, hasta la finca del vecino, a fin de que sobre éste recayeran todas las sospechas por ser conocida su enemistad con el finado.

Dos años después se celebró el juicio. El patético y sereno testimonio de los seis acusados dejó entrever que el único culpable del crimen iba a ser Domingo Suárez Sánchez. El muchacho asintió afirmativamente cuando el jurado preguntó si había sido el autor del crimen, pero su condición de menor le libró de toda responsabilidad penal. La defensa de los acusados hizo bien su trabajo. Desconocemos, sin embargo, el destino de la novilla que no pagaron, si al final de su vida llegaría a convertirse en una vaca lechera.

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