Una quincena de ganaderos y queseros se reunieron ayer en el municipio de Tejeda, en el Lomo de Las Moradas, para cumplir con la que ya es casi una tradición desde el año 2005, la búsqueda y 'captura' colectiva de la apreciada flor de cardo, la misma que da sustancia y cuajo vegetal a los afamados quesos de los altos de Moya, Santa María y Gáldar.

Esto, en un año marcado por la escasez de esta joya natural que coge todo su esplendor durante el mes de julio debido a las pocas lluvias caídas en mayo y abril, que es el momento justo cuando esta especie requiere de agua para asegurar su floración posterior.

La recolección de ayer comenzaba a la caída de la tarde, por el fuerte calor reinante en la cumbre, y en el zafarrancho participaron tanto afamados queseros de las medianías, como Cristóbal Moreno; Fefa González, de la quesería Las Mesas; Paca Moreno, de Fontanales; o Pepe el de Pavón, además de personal de Tejeda presto a colaborar, como Paco González, el carbonero, así como el maestro quesero Isidoro Jiménez.

Con todo, y a pesar de la reducida presencia de la flor lograron hacerse con unos 50 kilos de unas plantas que luego hay que desmenuzar para extraer las delicadas pencas dentro de una semana, una vez secas, para después conservarlas para una producción que comenzará cuando las ovejas entren en su periodo reproductivo, en los meses de octubre y noviembre.

De todas formas la producción del queso de flor que utiliza este cuajo vegetal está garantizada porque también se recurre a los cardos que se plantan en las orillas de los cultivos de papas y que se diferencia del 'salvaje' en que no tiene las características púas y se asemeja a una alcachofa, de tal forma que, como explica Jiménez, "entre la salvaje y la mansa queda flor de sobra". Este trajín cumbrero de ayer no para aquí, dado que en las próximas semanas todos los ganados trashumantes del norte insular irán subiendo a la cumbre para pasar el verano entre los pastos de la zona, que estos sí, son abundantes.

Con el final de los calores volverán a sus corrales de origen para, a mitad de invierno, volverse a mover, algunos preferentemente a las laderas viradas al sur y el oeste insular, donde el clima más cálido sigue asegurando el pasto a unos animales que, gracias precisamente a la variedad de flora que consumen, otorgan la acreditada calidad y el peculiar sabor de sus quesos.