Sopa, rollitos de marisco, pescado al horno y todo tipo de dulces con bebidas no alcohólicas. Esta es la base de la cena de los 50.000 musulmanes que celebran este mes en Canarias el mes del Ramadán. La jornada comienza poco después de las cinco de la mañana con un energético desayuno. A las seis y veinte inician la primera oración y a partir de ese momento no pueden beber ni comer hasta el ocaso, a partir de las ocho y veinte de la noche. Es un tiempo de meditación y de acercamiento a la doctrina del profeta Mahoma que se prolongará durante todo el mes de septiembre y en el que se implican hasta los más pequeños de la casa para imitar a sus padres.

Aisha, Khadija y Abdallah forman parte de la comunidad islámica de Gran Canaria. El pasado jueves se reunieron en la capital para celebrar juntos el cuarto día del Ramadán. "Esta es una de las principales fiestas para los musulmanes", explica Aisha, una tinerfeña de 26 años que cambió hace cinco la tradición cristiana de su familia para adentrase en las enseñanzas del Corán. El mismo proceso vivió Abdallah, pero mucho tiempo antes. Este policía local de Arucas se hizo musulmán hace casi 20 años. Su mujer, Khadija, es marroquí y se encuentra en estos momentos embarazada de su cuarto hijo.

"Durante este mes nos esforzamos por ser mejores personas", insiste Aisha, convencida de que el ayuno sirve además para conocer en primera persona cómo viven los más necesitados. "Es importante romper el ayuno inmediatamente después de la puesta del sol y al comienzo del tiempo de la oración", añade Khadija, quien a pesar de estar embarazada se siente con fuerzas para cumplir con todos los preceptos del Ramadán.

Según la doctrina del Islam, las mujeres encintas o con la menstruación no están obligadas a cumplir con el ayuno. Sin embargo, tendrán que recuperar los días de vigilia no cumplidos. También están exentos del ayuno los ancianos, los enfermos crónicos y los musulmanes que ejercen trabajos muy duros. Todas estas personas están obligadas, no obstante, a dar de comer en compensación a un pobre por cada día que no hayan ayunado.

"La verdad es que el ayuno se lleva sin mayor problema", reitera Abdallah, quien se muestra especialmente orgulloso de su hija Soumaya, de 10 años. Ella ha pedido a sus padres que la dejen hacer el Ramadán. "Ella se siente muy bien y además le gusta estar con la gente mayor", celebra su madre, Khadija. Soumaya, ataviada con el hijab o velo islámico, volverá a comer cuando comience el colegio. "Eso es lo que nosotros queremos, pero al final, ella hará lo que quiera y seguro que sigue con el ayuno", comenta resignado su padre. Su madre asegura que la niña "lleva mejor" que ella esta vigilia. "Yo hay veces que tengo hambre, pero ella se entretiene jugando en el parque y se olvida de la comida o la bebida", explica. Precisamente la prohibición de ingerir líquidos es lo peor que llevan los musulmanes que residen en zonas cálidas como Canarias.

El tiempo de Ramadán cambia cada año, recuerdan, "para que unas veces nos toque en invierno y otras en verano", precisa Khadija.

A las ocho y cuarto de la noche todo está preparado en casa de Aisha para romper el ayuno. El imán hace la llamada para la oración y poco después la comunidad se dispone a comer la energética cena que ha preparado Khadija. "Es un momento de agradecimiento por los alimentos, un tiempo para compartir y darse cuenta de que hay muchas personas que necesitan nuestra ayuda", repite esta mujer marroquí que llegó a Gran Canaria en 1997.

Tras la cena, la familia se arregla para acudir a la mezquita que esta comunidad tiene en la calle Viriato de la capital grancanaria. A las diez comienza la oración con la que se concluye el día hasta poco después de las cinco de la mañana, cuando todos se preparan para afrontar otra jornada de ayuno del Ramadán.