En Rusia, antigua URSS, parecen partidarios de que los vicios no se pierdan. Aunque el nuevo presidente de cartón, Medvédev, acaba de suprimir entre protestas la pena de muerte, ha conservado la agonía lenta. Ahora mismo, en la vieja potencia en desguace, que ocupa un lugar destacado entre los países con mayores índices de corrupción y que, tras la caída en el paro de muchos de los 007 de la KGB, ahora prósperos dirigentes de mafias muy cualificadas, quien sigue dirigiendo el ventorrillo es uno de ellos: el ex boxeador, karateca, gimnasta que hacía incluso más abdominales que Aznar, y agente de la Agencia, Putin, más sospechoso que el maitre de Carabanchel a la hora de hacer la sopa.

Hará como un mes (o al menos se sabe ahora, porque ya sabes que en Rusia se hacía pública la muerte de los líderes cuando ya el olor a crisantemos llegaba a la estepa siberiana), que Medvédev anunció a bombo y platillo la guerra total a la corrupción, y hubo alguno que incluso se lo creyó. Por ejemplo, el mayor de la policía (influyente dentro de la jerarquía del Gran Hermano ruso), Alekseij Dymoskij, quien creyendo hacerle un servicio a la patria, viajó de noche a Moscú (tras apagar su teléfono celular para evitar ser identificado) y solicitó una entrevista con Putin para informarle de que la purga por cargos de corrupción de 200 policías rusos no había acabado con la espesa mafia policial.

Aleksej informó con todo lujo de detalles a Putin de que la policía de los nuevos zares estaba obligada a encontrar un número mínimo de culpables al año para cubrir la cuota exigida y daba igual si eran o no delincuentes. Cumplida esa cuota, al año siguiente se aumentaba el cupo necesario y si estabas de servicio en una aldea con diez familias y denunciabas hoy a uno, al cabo de diez años tenías que arrestar a toda la aldea para cubrir la cuota exigida.

Según explicó Aleksej a Putin, debido a esa norma, los agentes se veían obligados a inventar pruebas contra ciudadanos del todo inocentes, y muchos pagaban a la policía para no ser denunciados por delitos imaginarios.

Naturalmente, Putin puso mucha atención, felicitó por su lealtad a su jefe de policía en el mar Negro pero a la salida del Kremlin ordenó su arresto por espionaje y propaganda contra el país al servicio de una agencia de agitación occidental.

Como decir que los vicios no se pierden, porque no sólo el ingenuo Aleksej acabó en desgracia: los servicios secretos procedieron también al arresto de un hijo casi menor de edad de Aleksej alegando su parecido con un disidente...

Firma: Salvador Sagaseta Salpress@aolavant.com