Existe la tradición en EE UU que como adviento de la primavera la marmota sale de su hibernación cada año de manera inexorable.

En España no tenemos ese bicho pero proliferan personajes que se repiten más que el pepino, entonando la misma cantinela día tras día.

Llevamos hablando de lo mismo desde el 20-N. Unos dale que te pego con la hoja de ruta, recortes, reformas y otros erre que erre con lo mismo pero al revés; estos últimos deberían cambiar el discurso fácil y recurrente de que todo esta mal. ¡Coño, ya lo sabemos! ¿A nadie se le ha ocurrido por ejemplo que mientras España no devalúe un 25% su riqueza, no hay nada que hacer?

Da igual, mañana seguirán hablando de lo mismo y los comentaristas y tertulianos aburriendo y acongojando a la parroquia, hasta el punto de crear no solo el desconcierto sino lo que es peor, el más absoluto desprecio a todo lo que huele a política, con las nefastas consecuencias que esto puede suponer.

Cada jornada muchos políticos con el pelo de la dehesa, se levantan creyendo que durante la vigilia nocturna les ha llegado la inspiración con una nueva manera de resolver lo que previamente se encargaron en desbaratar, como el mito griego de Aracne que tejía y tejía y no paraba de tejer.

De verdad todo esto debería estar recogido en el código penal por sadismo contra la ciudadanía, con penas que vayan desde darlos de alta como funcionarios en Grecia hasta vendedores de sueños en Irlanda, pasando por despachar toallas en Portugal.

Deberían hablar, todos esos que tanto platican, y que digan si tuvieron alguna vez goce sin dolor, paz sin discordia, descanso sin miedo, salud sin flaqueza, luz sin sombras, risa sin lágrimas.

Si todo, tanto en la sociedad como en la vida, ha de tener un fin, es indudable que hay existencias cuyo objeto y utilidad son inexplicables. Seres que no esparcen a su alrededor ni el bien ni el mal, porque el mal es un bien cuyos resultados no se manifiestan inmediatamente.

El político es un alma pequeñita que lleva a cuestas un cadáver.