La disidencia en los cristianos de base, o cristianos de Evangelio, con respecto a la jerarquía eclesiástica española es ya un hecho clamoroso: el congreso de teólogos de la asociación Juan XXIII reunió el fin de semana pasado en Madrid a más de un millar de asistentes. Como colofón de los debates, el público dedicó varios minutos de un aplauso cerrado al teólogo José Antonio Pagola, cuyo libro, Jesús: una aproximación histórica -más de 140.000 ejemplares vendidos- ha sido retirado de la librerías tras haber sido denunciado a la inquisición romana por la Conferencia Episcopal Española. "No podéis servir a Dios y al dinero", les dice el teólogo con respecto a la actual crisis. "Desde la Iglesia hemos de denunciar la falta de compasión. (...) La jerarquía tiene que hablar en nombre de los que sufren, pero eso lo tienen que llevar en el corazón". Los asistentes respaldaron de forma unánime un manifiesto donde muestran su "malestar e indignación por el silencio episcopal".

Es una ruptura pública con la deriva derechista del cardenal Rouco Varela, que guarda un atronador silencio mientras el PP, siguiendo las directrices de los mercados movidos por el capitalismo de casino, y las organizaciones internacionales que comparten la autoría intelectual, procede a desmontar las bases del Estado de bienestar. La simple lectura de los evangelios, sin necesidad de rebuscadas traducciones, expone otra forma de actuar ante la pobreza aumentada y/o provocada por los grandes especuladores financieros, y por la rendición de los gobiernos afines.

Con motivo de las festividades de la Virgen del Pino, Francisco Cases, obispo de la diócesis Canariense, tuvo un recuerdo para los "desprotegidos de la vida", que, dijo, deben ser "los atendidos con preferencia". En la homilía del día 8 reveló que desde que empezó la crisis viene "apelando directamente a los que más pueden en nuestra sociedad, porque tienen o tenemos nóminas suficientes, y mucho más que suficientes, o disponen de patrimonio que puede y debe contribuir a afrontar los efectos de la crisis económica en tantos hermanos". Loable. Pero en el año 2012 la clave está en lo que en la Europa moderna se ha dado en llamar o bien Estado de bienestar o, en Alemania, desde los tiempos de Bismarck, Estado social. Hace unos días, y con respecto a esta cuestión, el exministro Martín Villa, reciclado en presidente de grandes empresas, afirmaba que en los últimos dos mil años la cosa no ha tenido cambios: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, sanar al enfermo, enseñar al que no sabe. Pero el mensaje de Jesús ya no hay que entenderlo solamente en el ámbito de lo particular sino en el de las leyes sociales. La ley de la dependencia, los derechos universales a la educación y a la sanidad, la ayuda a los que pierden el techo por la usura de prestamistas y timadores sin escrúpulos... La Iglesia no puede dirigirse solamente a los que más tienen para que ayuden mediante la caridad a los que sufren; tiene que defender el Estado social con un compromiso activo e indesmayable. No es de recibo que un ministro del gobierno desmochador, que sigue negándose a acabar con los privilegios fiscales de las grandes fortunas y a luchar decididamente contra el fraude, más allá de frases de cara a la galería, diga que, por supuesto, hay que atender a los más débiles. ¿Cómo?

La verdad es que el crac está siendo la gran disculpa para imponer de tapadillo una ideología insolidaria, que traiciona el ideario tradicional de la democracia cristiana (DC) europea para beneficiar al neoliberalismo cuya codicia fue la mecha que prendió la dinamita esparcida por aventureros del dinero faltos de principios que practicaron la estrategia de tierra quemada, y ahora quieren urbanizar lo arrasado.

El cónclave de teólogos suma sus voces indignadas a Acción Católica, a la HOAC, y a los cristianos que siguen creyendo en el cristianismo de su fundador, que acabó a la cruz porque se enfrentó al establishment. Una cruz de la que huyen como posesos los que se han acomodado a la Iglesia que logró codirigir el poder terrenal desde que el emperador Constantino legalizó el cristianismo en 325 en el Concilio de Nicea.