Váyase, don Paulino Rivero. Haga el favor, señor presidente. No nos abochorne más con discursos ridículos. En concreto, me refiero a sus palabras en defensa de la hora menos en Canarias. En primer lugar, en estas islas no vivimos a diario una hora menos.

Los canarios no permitiríamos que nos negaran, además del pan y de una vida digna, sesenta minutos al día. Multiplique por año. Demasiado tiempo, ¿no cree?, teniendo en cuenta la corta duración de la existencia humana. Simplemente el reloj camina aquí con una demora de tres mil seiscientos segundos, según una costumbre tan antigua como respetable. Una hora antes en Canarias. Pasemos al fondo de la cuestión. Transcribamos sus declaraciones, no piense que me las invento con ánimo de desacreditarle: "¿Cuánto vale en términos publicitarios que se nos cite cuando en los medios peninsulares se da la hora? ¿Cuánto perderían las Islas de presencia en los medios de comunicación si los horarios con la Península se igualasen y ya no hiciese falta la famosa coletilla ´una hora menos en Canarias´?" Ante sus manifestaciones, cabe como primera reacción ruborizarse. Sentir una vergüenza ajena indecible. Sin embargo, después llega la rabia, porque su reivindicación de esa coletilla en los medios subraya todavía más la desatención de nuestra realidad. En gran medida, por parte del Estado español, pero también por parte del Gobierno que usted preside.

Una última cuestión: recordarle que se impone de forma acelerada la era digital. Tanto los medios de comunicación como las personas de a pie acceden al espacio virtual desde cualquier punto del planeta y sin aludir a diferencias horarias. Parece entonces una perogrullada que los medios se hagan eco de la hora antes en Canarias. Por idéntico motivo, podrían anunciar el horario de Argentina, Cuba o Nueva York.

Váyase, señor Rivero. Su modo de gobernar perjudica a nuestro archipiélago. Y no se enfade por mis palabras. En la arena de lo público y como ciudadano corriente, siempre será posible compartir unos vinos y un buen plato de papas con mojo. Sin contenido ideológico y demás.