R epaso documentación de nueve años decisivos de mi vida en Canarias y encuentro, por ejemplo, una foto de cuando la vida de estudiante en La Laguna era una fiesta. En este caso, la del Rollo, organizada por los colegiales del Mayor San Agustín, desfilando disfrazados por un itinerario del callejero.

Estábamos allá por el año de 1957. En la imagen que puedo aportar, un compañero imitaba muy convincentemente, como seleccionado en un casting, al celebérrimo profesor Hernández-Rubio. Y quien ahora firma esta breve pieza periodística, le precedía, tratando de dar el pego como jurisconsulto romano, disfrazado con una simple sábana, una corona que no llega al laurel y un viejo aunque anacrónico tomazo de título olvidado.

El que se hacía pasar por el catedrático de Derecho Político, José María Hernández- Rubio Cisneros, era Carlos Suárez Cabrera, futuro abogado laboralista en Gran Canaria, donde alcanzaría fama con un heterónimo de guerra: "Látigo Negro". Un cierto aire fisonómico -cabellera y bigote rubios- pese a la diferencia de edad, proporcionaba el parecido, completado, a su vez, por el atuendo informal: camisa a cuadros, por supuesto sin corbata, pantalón corto y sandalias.

Hernández-Rubio tenía trayectoria falangista y había combatido en Rusia con la División Azul. En la crónica oficial que Rafael García Serrano escribió sobre el viaje en barco a Hispanoamérica con los Coros y Danzas de la Sección Femenina, le mencionaba como amigo, en la escala realizada en las Islas Afortunadas. También vivió una corta etapa comunista. Era un profesor que despertaba vivo interés. Con un amplio repertorio de saberes e inquietudes que culminó en una obra extensa dedicada a Fuerteventura, por vericuetos de Geología, Geografía, Clima, Flora y Fauna, hasta entrar en capítulos de Historia.

Desempeñó brevemente su cátedra en Barcelona y en Madrid; pero siempre retornó a la Universidad de La Laguna, donde debía de sentirse más a sus anchas. Nacido en Jerez de la Frontera, eligió ser un lagunero de adopción.

Carlos Suárez, por aquella época estudiantil, hizo sus pinitos en el TEU -Teatro Español Universitario- y creo que compartimos la lectura teatral de En la ardiente oscuridad, de Buero Vallejo. De sus amigos más asiduos recuerdo a Félix Parra, entre quienes residíamos en el Colegio Mayor, y de fuera aunque condiscípulo suyo en la Facultad de Derecho, a Javier Die Lamana; éste, con el transcurso de los años, llegó a desempeñar la Dirección General de los Registros y del Notariado; pero cuando era un simple alumno ya disponía de coche, lo que permitía a su grupo realizar excursiones por la Isla.

En el Colegio Mayor San Agustín pudimos mantener coloquios con dos futuros Premios Nobel de Literatura: Vicente Aleixandre, antiguo profesor de Derecho Mercantil y poeta de apacibles modales; así como Camilo José Cela, por entonces barbado y ya epatante, si bien proclive a concertar sus tres primeros millones de pesetas por la novela La Catira, un encargo del Gobierno venezolano del general Marcos Jiménez aunque "a posteriori" no les gustara el cuadro tremendista; esto interrumpió la continuidad, programada como Historias de Venezuela.

Entre nosotros ya descollaban dos poetas de Las Palmas: Felipe Baeza Betancort y Arturo Maccanti. Baeza había de sumar un rol de protagonismo político, como Diego Cambreleng Roca, Augusto Hidalgo Champsaur o el palmero Antonio Sanjuán Hernández, por supuesto en partidos bien diferenciados.

Ventura Ramírez era un campeón internacional de natación. Pepe de la Coba Betancor dedicaba muchos afanes a iniciativas culturales, personales o colectivas; no se me ha olvidado una conferencia que pronunció en el cine Cervantes de Telde, la ciudad donde vivíamos fuera del curso, al igual que el gran amigo Galileo Monzón Mayor. Las idas y venidas entre Las Palmas y Tenerife solíamos hacerlas en barco, con travesías nocturnas en cubierta, por lo barato.

Me vienen a la memoria algunos otros nombres de aquel Colegio Mayor, entre cuyas paredes se mantenía un talante generalizado de compañerismo y de libertad: Diego Mesa, Frías, Augusto Brosa, Rodríguez Baldellón?

En años posteriores tuve ocasión de ver por Madrid a varios: Augusto Hidalgo, que vivió en una pensión en frente de mi casa, en la calle Cea Bermúdez; a Fernando Cardoso Suárez, con quien me encontré en la Gran Vía; a Nereo Flavio Martín Martín, fiscal palmero, que nos visitó cuando vivíamos en otra casa (calle de Guzmán el Bueno); y a José Mª Delgado Bello, a la sazón notario de Maqueda (Toledo).

Una nota exótica en el Colegio Mayor la ponía el venezolano Mauro Enrique Rojas, el cual disponía para alguna gran ocasión de su traje llanero blanco, el liqui-liqui. Además recibía, a través del consulado de su país en Santa Cruz de Tenerife, la revista Sexología, que nos prestaba discretamente, cuando esa literatura no era de pasto común.

Otro personaje digno de mención era Lorenzo el Percha, jefe del personal subalterno; su aire de "miles gloriosus", presumiendo de antiguo legionario y conquistador en sentido amplio, le proporcionaba atentos auditorios a pesar de que se repitiera con bastante frecuencia. El baile anual en la propia sede, los fármacos al uso para estudiar toda la noche en vísperas de exámenes, y los vinos en la taberna La Oficina o las cervezas en el Bar Alemán aportaban pinceladas inolvidables al cuadro de época. Tras siete años en Telde-Las Palmas y dos cursos en Telde-La Laguna volvimos en familia a la Península. Habrá, pues, lectores que conocerán mucho mejor otros aconteceres posteriores.