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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

El día más feliz de mi vida

Querido amigo, supongo que a ti también te habrá pasado alguna vez. Es algo tan tonto como que no sepas qué día es de la semana, como si de repente se te quedara la mente en blanco y ya no supieras en qué día vives. Y es que no hay forma de saber qué día de la semana es hoy si no te acuerdas cuál fue ayer...

Recuerdo un sábado por la mañana que mi padre se encontró por Telde con alguien que debía conocer bastante bien. Era un tipo serio y con cara de pocos amigos. Mi padre, medio en broma, le dijo: "Alegra esa cara, hombre, que mañana es domingo..." A lo que aquel individuo le contestó: "Domingo no, será víspera de lunes". Es curioso pero, aunque estoy jubilado y ya no tengo la obligación de cumplir un horario, cuando llega el fin de semana y sin poderlo evitar, me siento liberado. Ya sé que no tiene mucha lógica, pero debe ser como consecuencia de haber estado muchos años bajo la disciplina del trabajo. Pero hay quien nunca consigue acostumbrarse a esa libertad por más que se jubile, y sigue madrugando voluntariamente como cuando trabajaba. Es una especie de masoquismo o un trauma que debe estar asociado al Síndrome de Estocolmo.

Pero no es mi caso porque, el mono de funcionario de corbata me duró más bien poco, y ahora solo me queda la parte buena de aquella costumbre, y disfruto cada vez que llega un fin de semana o una víspera de fiesta.

El secreto está en encontrar tiempo para las cosas que te gustan mientras trabajas, y así, cuando te sobre tiempo, sabrás cómo y en qué ocuparte. Claro que al principio no es fácil y cuesta mucho aprender a no hacer nada pero, si lo consigues, ya puedes tumbarte a la bartola sin remordimiento. Antes me preocupaba el verme inactivo y hasta me sentía culpable de ser demasiado cómodo, pero ahora puedo quedarme tranquilamente en la cama mirando al techo, porque pienso que, llegados a una edad, ya le hemos devuelto a la sociedad todo lo que le debíamos.

Luis Meca, un amigo madrileño afincado en Canarias desde hace años, me contó hace poco que le había preguntado a su padre cuál había sido el día más feliz de su vida. El buen señor ya estaba cerca de los noventa años y había criado nada menos que a diez hijos. Pensaba Luis que su padre le diría que ese día había sido el de su boda o el día que nació su primer hijo, pero no, el mejor momento de su vida fue, según dijo: "El día que me desperté y, de repente, vi que aquello ya no se me empinaba... ese día sí que me sentí feliz y liberado, hijo".

Apréndete la lección, Gregorio. Lo que también tenemos que conseguir ahora, es que estos petardos que nos gobiernan nos permitan disfrutar de nuestra jubilación, que bien que nos la hemos ganado.

Un abrazo y hasta el martes que viene.

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