La Provincia - Diario de Las Palmas

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'Un día perfecto'

En el fondo del pozo

A Fernando León de Aranoa ya le hemos visto antes visitando escenarios bélicos. ¿Qué era Familia sino una guerra intestina entre paredes? ¿Acaso Barrio, Los lunes al sol y Princesas no mostraban el día a día de unos combates urbanos con guerrillas desarmadas de parias enfrentados al invencible ejército de la suciedad anónima que gobierna el estado de las cosas? ¿No era Amador, tan de odiosa actualidad entonces, ahora y siempre, una batalla perdida de antemano, un desembarco de ilusiones destinado al fracaso?

Como cronista de los conflictos que enfrentan a los débiles con los poderosos, León de Aranoa siempre ha mostrado un coraje que, incluso cuando los resultados no acompañan (Princesas) es digno de todo elogio. Cine social, lo llaman algunos. Cine necesario, mejor, y no sólo porque nos abra una ventana a patios poco confortables sino porque lo hace con talento en la escritura y la realización.

Con Un día perfecto, pues, no se puede hablar de un cambio de registro, ni mucho menos, aunque sí de planteamiento formal. Primero, por la internacionalidad del tinglado (ahí es nada, contar con el gran Benicio del Toro, un sólido Tim Robbins y unas actrices muy convincentes) y, segundo, porque la habitual austeridad visual del cineasta en sus cintas anteriores da paso a una mayor ambición estética, con imágenes realmente potentes aunque sin caer en el preciosismo.

Esto es así porque lo que se narra tiene un poso terrible con un trasfondo de horror, crueldad e ineptitud en grado superlativo (el pozo sin fondo de la inhumanidad) pero adopta un tono que combina la crudeza de la crónica pura y dura de un suceso angustioso con ráfagas de humor que ametrallan las situaciones más dramáticas para sacar fuera el mayor absurdo posible. Se diría que Un día perfecto se asoma de manera no sé si involuntaria al Hitchcock de la extravagante Pero... ¿quién mató a Harry?, que también tenía un muerto creando problemas a los vivientes. Si bien la arriesgada apuesta del cineasta se le va de las manos a veces (es lo que tiene agitar en una misma coctelera Molotov ingredientes tan ki inflamables como la risa, el llanto y la denuncia), y algunos personajes secundarios no aportan gran cosa, el resultado final es notable, a pesar de hay áreas que pueden producir cierto malestar, como la banda sonora.

Desde el minimalismo argumental, Fernando León amplía sus horizontes de forma incuestionable y ofrece una metáfora matizada y ásperamente conmovedora de la guerra balcánica. El siguiente capítulo de su carrera es un enigma que ojalá no tardemos mucho en descifrar. El cine español necesita como el comer de gente como él.

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