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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

¡El Museo Canario existe!

Los últimos años del Museo Canario han sido de vergüenza. Metido en una contabilidad de economía de guerra, su dirección ha tenido que ir a la lonja especulativa para intentar sacar a subasta un edificio para obtener fondos y equipar la ampliación de Vegueta, diseñada por Nieto y Sobejano. Pero los candidatos a la puja prefirieron mirar más para el grueso de las ganancias que para el honor de ser mecenas. La estructura de hormigón de los reconocidos arquitectos, atrevida y heterodoxa para los que se emperran con un casco histórico inamovible, lleva ya tiempo muerta de risa sin que nadie se atenga a la necesidad de una dotación económica para su puesta en funcionamiento. La búsqueda del mejor postor para el inmueble de San Bernardo ha resultado fallida una y otra vez, seguramente porque las limitaciones del planeamiento urbano para actuar en el patrimonio protegido hacían poco atractiva la oferta. De fracaso en fracaso para encontrar recursos propios, la noticia de que el Ejecutivo regional se va a rascar el bolsillo para dedicar una partida presupuestaria (225.000 euros) al Museo Canario, y que el Cabildo hará otro tanto de lo mismo con el objetivo de convertir la institución en museo arqueológico insular, solo puede calificarse de grata y esperanzadora dado que preanuncia (si no se tuerce) la recuperación con mayor brío de una iniciativa que se solapa, como ninguna otra, con la gestación de la primeras inquietudes de los burgueses de Las Palmas de Gran Canaria por crear un armazón cultural-científico sobre el pasado de la Isla.

Hasta ahora los representantes políticos han sido cicateros con la gestión del Museo Canario, cuyo carácter privado (a partir de una testamentaría del doctor Gregorio Chil y Naranjo) ha sido el principal obstáculo para que el dinero público fluya con más entrega entre sus paredes, o como mínimo de manera puntual. Las instituciones políticas, atornilladas por la crisis, pretenden intervenir en las sociedades privadas dedicadas al sostén y divulgación de la cultura con criterios acaparadores, más allá de los comprensibles de cara al control contable de sus subvenciones. Y ello es un error del tamaño de un volcán en el caso que nos ocupa: hay una generación de individuos, en su mayoría galenos formados en Francia, que se preocuparon de que el Museo Canario existiera desde finales del XIX, es decir, cuando esta ciudad era un erial sumido en el analfabetismo. Creo que constituye una razón más que potente para que las haciendas públicas, ya sea por respeto a la memoria de estos patrocinadores o por sentido democrático, sean más comedidas en sus pretensiones, y ofrezcan sus posibles sin exigir un resarcimiento voraz, o simplemente sin poner sobre la mesa contratos que reclamaban del Museo Canario su conversión en empresa arqueológica a cambio de recibir ayudas. Así se las han gastado algunos cabildicios.

La etapa del PP en la cultura insular resultó pródiga en el ámbito arqueológico, aunque de forma paradójica tal derrame de energía no alcanzó al centro con mayor número de vestigios aborígenes de Canarias, y no sólo eso, sino el que se encuentra en una posición más que privilegiada para contribuir a lo que llaman turismo cultural, los visitantes dispuestos a pagar en taquilla o a comprar algún recuerdo prehispánico de Gran Canaria. Desconozco cuál es la letra pequeña de la ofensiva económica que parece haberle tocado en suerte al Museo Canario tras una larga travesía del desierto, en la que no han faltado amenazas de cierre, reducción drástica de personal, limosneo por despachos, y lo que ha sido peor, la falta de interés de los políticos de turno. Décadas atrás entraba en la normalidad ser socio del Museo Canario, contribuir al mantenimiento de la sociedad; plasmar a través de una cuota la excelencia cultural que allí se alberga; objetivar la exhibición de un patrimonio; singularizar la pertenencia a una clase consciente de la riqueza de unos archivos, biblioteca, cerámicas, cráneos terroríficos, enigmáticos embalsamamientos, legajos de la Inquisición que narran tormentos a extranjeros o supuestas brujas, y hasta colecciones interminables de fotografías, discos y revistas donadas por ciudadanos que decidieron que allí, entre sus paredes centenarias, se encontraba la mejor custodia de sus herencias familiares.

Esta globalidad no debe ser malgastada. El Museo Canario afronta, en el caso de formalizarse de manera satisfactoria un nuevo plan de subvenciones públicas, una etapa de modernización con el equipamiento y apertura del pabellón creado por Nieto y Sobejano. La intervención desde las instituciones deber ser cauta, sin el cierre de contraprestaciones que podrían alterar los principios fundacionales y con el reconocimiento a una idea de mecenazgo iniciático con paralelismos muy contados en el suelo español. Suprimir con una firma ese pasado sería un poco como cercenar una parte del Museo Canario. El vuelo de los burgueses que le dieron vida, que hicieron de él parte inextricable de su biografía, no puede ser acallado. Nada venido del mundo que nos atraviesa ahora tiene tanto valor como lo que allí reside, ni tampoco nada de lo que nos marca la ruta es equivalente al esfuerzo y desinterés que ellos mostraron.

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