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Desviaciones

El mal puede durar más de cien años

Les recomiendo encarecidamente visitar en Mapfre los grabados de Gutiérrez Solana, el amigo de Ramón Gómez de la Serna, frecuentador del Café Pombo y con la moral hecha trizas y muy oscura: nunca levantó cabeza para cruzar el hemisferio de su obsesión, la España negra, mendigos, traperos, prostitutas y muchos rostros con máscaras. La debilidad taciturna del también cronista del ajetreo madrileño en merenderos y bailes podría resultar hasta comprensible. Su pensamiento parece ir en paralelo con la creencia de que el tiovivo nunca se ha parado, y que ahora sobrevive el arte de refocilarnos en un país sobre el que no paran de cagar las palomas.

Todos los días tocan sobre el vidrio de nuestras ventanas egos monstruosos, personajes que amanecen predispuestos a ser más listos que nadie, a demostrar que desde su pequeña parcela de poder son capaces de crecer y matar enemigos como a moscas. Este mundo de corrientes jabonosas, jaleado por insaciables, lustrado por la envidia y la competición, empieza en la punta de la pirámide y se derrama sobre la base. Con Gutiérrez Solana eran las clases populares, hoy se trata de ciudadanos que patinan en un bucle, que ven todo muy mal y que se podrían apuntar a cualquier cosa a la vista de cuáles son las preferencias de los líderes que los rodean.

Y me bajo al planeta: ahí está el debate antimilitarista desarrollado en el Cabildo grancanario (el pasado viernes), donde los representantes emplearon horas en hacer y deshacer triquiñuelas y trampas sobre un acuerdo para liberar Canarias del ejército. Por un lado, el PP babeando por sacar los colores de las sensibilidades del pacto que dirige Morales, y por otra la tropa de Podemos dispuesta a exhibir todas las veces que se quiera la división que hay entre ellos. Entre el narcisismo de estos últimos y la rabia de los primeros, el asombro ante lo que los políticos consideran prioridades. ¡Hemos puesto ahí a unos señores que consumen sueldos y material para dirimir largamente sobre el militarismo o no de las Islas! No sé, entiendo las cautelas siempre que exista la amenaza, ya sea una invasión, un exceso de protagonismo más allá de un toque de trompeta, la ocupación de un barrio por soldados camuflados... Incluso vería magnífico una comisión mixta para ver qué terrenos de la Isla afectados por Defensa pueden ser liberados de manera paulatina, desde La Isleta a la Base Naval.

Pero en el caso de la Corporación y sus meneos la cuestión se desliza al frikismo, al puro y duro postureo de la estrategia nacional de los morados, a echar ácidos en la probeta del laboratorio a ver qué espumarajo sale. La mayoría de Antonio Morales, el reconocimiento obtenido por los votos, no se puede diluir entre este juego diabólico de unos Podemos a su manera, la facción de los britos contra los pitos, que encantados de ser ellos mismos echan el filete al PP. La credibilidad decreciente de la política está en juego, y la necesidad de debatir sobre lo que realmente importa está ahí, en cifras deficitarias en lo social y económico. Por lo pronto no tenemos a Churchill dando ordenes a un ejército para tomar el puerto de La Luz, como así fue con la Operación Pilgrim en la Segunda Guerra Mundial. ¿Saben ustedes si hay algo al respecto?

Manos Limpias se ha convertido en manos negras, y todo por esa inconmensurable potestad del individuo nacional que desea influir, mover hilos, comerse todos los turrones, poner entre la espada y la pared. La corriente se extiende a Ausbanc, una organización dedicada a la defensa de los consumidores contra los abusos de la banca, que por la dirección de otro ego indivisible acaba siendo todo lo contrario, enfangando todo un derecho ganado por las sociedades democráticas.

De los trasuntos judiciales y policiales del terror de los banqueros surge una parábola muy precisa y curiosa: Pineda, jefe del negociado y encarcelado, ordena a un subalterno la redacción en una de su publicaciones de una noticia breve "y con una hostia" para el BBVA. Y a la vista de esta afirmación tan bruta y cargada de motricidad a uno le entra cierto temor: ¿cuántos se levantan todos los días en este país a meterle una hostia al contrario? ¿Cuántos disfrutan con la medalla obtenida tras esconder en el envoltorio de celofán un terremoto? ¿Cuántos son los que van a sus plenos o comisiones para acribillar al oponente? Y de esta manera no hay forma de que el mal no dure más de cien años.

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