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Zigurat

Que viene el lobo

Que viene el lobo decía una y otra vez en el cuento Pedro, el pastor casquivano; así una y otra vez has-ta que apareció y diezmo el ganado. Los intelectuales europeos más conservadores, apaniguados de los medios de comunicación o de los partidos políticos, hace tiempo que andan preocupados con la manada de lobos que acecha a las puertas de Europa y recuerdan a Carlos Martell.

Las orejas del lobo ya están a la vista de todos. Por un lado, en Austria, los verdes han impedido que la ultraderecha democráticamente elegida -como ya pasara hace ochenta y tres años cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder en Alemania e inmediatamente se anexionaron Austria- gobierne el país. Una lectura somera de aquellos tiempos nos pone ante la repetición de unos hechos que sospechosamente se vuelven límpidos con la seguridad de que una comunidad de personas instruidas, que ya no es analfabeta ni tiene conciencia de clase, pueda superar por el sistema común democrático cualquier obstáculo que impida que seamos libres y semejantes ante los poderes de los Estados.

No estamos hablando de cuatro, de mil o de un millón, es algo más serio y preocupante; porque no solo es Alemania, Polonia, Bélgica o Francia, donde los partidos de ultraderecha son fuerzas capaces de llegar a gobernar. En Austria los han separado treinta mil votos y por lo que se entiende éstos son los enviados por correo; así que a más distancia de la realidad menos preocupación y temor.

El mismo día que me iba por ahí, cayó un avión al Mediterráneo; todavía no saben qué ocurrió, pero algunos temen lo peor. Los aeropuertos, aparentemente tranquilos, esconden equipos de intervención rápida de la policía y miles de cámaras y miembros de los cuerpos de seguridad caminando sin parar de un lado a otro. Y hay que ser algo más que policía para ver lo que no está a la vista. Entre miles de viajeros, entre un mundo de mochilas y bolsos y maletas, puede haber algo que se les escape y esa es la gran preocupación de los gobiernos europeos.

Pero parece que no hemos aprendido mucho o por lo menos estamos en un aprobado raso. Leer la realidad es contextualizar y quien no ve el infierno de desplazados, de la guerra y la miseria de millones de seres humanos que en la Europa de la libertad viven como los dejan y no como pueden, no han entendido nada. Los artículos denunciando la derechización extrema de Europa están en todos los medios desde hace años y si en cien años no hemos sabido escrutar la cotidianidad de la vida y cultura, de las distintas identidades y de la particular forma de halagar al pueblo, tendremos que ir pensando en los futuros años de oscuridad. ¿Cómo es posible que los jóvenes en formación entiendan lo que nos ha llevado hasta aquí? ¿Cómo explicarles que sus abuelos o bisabuelos sufrieron en sus carnes y espíritus una guerra entre hermanos? ¿Cómo se puede compadecer o sentir algo que no se ha conocido? Están leyendo la historia con la memoria, la de siempre, intelectualmente, pero lo que falta por saber es a qué están dispuestos para cambiar la deriva de esta historia, la de siempre, que sigue dejando millones de seres humanos en la cuneta -o si quieren al margen-, en el borde, en la orilla de un olvido que se declina como precipicio y del que no se ve el fondo, ese fondo existencial como aún parece que no han tocado los que nos gobiernan.

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