La Provincia - Diario de Las Palmas

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tribuna abierta

Abre los ojos

Es la primera y última vez que tuteo al lector. Lo juro por estas, pero era de necesidad hacerlo. El reciente atentado en Barcelona ha venido a confirmar lo que algunos ya sabíamos, aunque fuéramos tomados por locos por ello. Querido amigo, lo que se vive en estos momentos es una guerra, un conflicto abierto entre dos formas de entender la sociedad y el derecho.

Los tibios, los pijoprogres y demás fauna multicultural, devotos de la diversidad mal entendida y la integracion sin regular, son los que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino, con un régimen de convivencia en el que la libertad, que tanto nos ha costado conquistar en siglos de historia, sería la moneda con la que negociar con aquellos que, precisamente, quieren negarla, destruirla de la manera más cruel y absurda, porque será ante nuestros ojos, tus propios ojos. Y, estos mismos que dudan de la hostilidad encubierta de los que se cruzan cotidianamente con sus hijos, que se ufanan cuando se toleran conductas que chocan con los valores que nos representan, serán también los primeros en lamentar la fatal pérdida que se aproxima si no se ponen los oportunos medios para evitarla.

Esta no es la típica columna en contra del terrorismo yihadista, el que lo crea así, no ha entendido nada. Mis palabras van dirigidas a ti y a tu conciencia. Decía Von Clausewitz, que de estas cosas sabía y mucho, que en una situación tan peligrosa como la guerra los peores errores son los que alimentan los buenos sentimientos. Nos atacan y, por respuesta, exhibimos una sonrisa cómplice con los enemigos de la libertad, con aquellos que expresamente buscan el fin del modelo de convivencia con el que nos hemos dotado.

Por ello, mi argumento no tiene por objetivo a los causantes del horror y la barbarie, sino a los que los repudian y aborrecen tanto como los que olvidan e ignoran con el transcurrir de los días. Ya no valen las palabras y las muestras de solidaridad y empatía. Con ser importantes, y hasta necesarias en los peores momentos, todavía lo es más la defensa de una civilización. Somos hijos de una cultura, de un sistema de creencias y valores que requieren de una firme voluntad, de un compromiso cierto en su apoyo.

El derecho, la libertad en todas sus formas y expresiones, el no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti es lo está en juego. Hemos asumido que la civilización, como tal, prevalecerá sin unas manos que la sustenten, y ese es el trágico error del que hemos de zafarnos para, justamente, poder defenderla de los que ansían su hundimiento.

No hay margen para la ingenuidad, ni siquiera para el perdón. La misericordia es para los que se la merecen, aunque hayan perdido por el camino el sentido de la existencia. Lo que no te puedes permitir, porque no es sólo tu renuncia, sino la de una completa civilización, es que, por no exigirla a los que conviven contigo, desprecies el valor de la libertad.

Ella está presente en el pueblo, al igual que preside nuestras costumbres, y, sin embargo, hoy como siempre, únicamente sobrevivirá si, realmente, somos conscientes de su relevancia para la constitución de la persona y para la cohesión social. Abre los ojos, toma conciencia de lo que está en el fondo del ataque de la barbarie y las muertes que provoca a su paso y comprenderás la encrucijada en la que se debate el futuro de tus hijos.

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