Opinión | Reflexión

Como atacan a las Instituciones

Archivo - Edificio del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).

Archivo - Edificio del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). / Alberto Ortega - Europa Press - Archivo

Me faltaron cosas en un escrito anterior donde afirmaba que el futuro de nuestra democracia depende de lo bien que fortifiquemos nuestro edificio institucional. Someterse a normas se llama cultura que resulta ser lo juicioso y entrañable que reside en el ser humano.

Conviene para ello reseñar una serie concreta de hechos ya acontecidos que refleja el carácter carnívoro de la actual contienda partidista. Y digo carnívoro porque solo una parte de nuestra clase política es herbívora siendo que solo así, en ausencia de carne, se tiene acceso a la empatía.

Estos políticos que abundan en los principales partidos validan la clasificación de Bobbio, se encuentran bien con un estado de las cosas polémico que tiene cierta carga de violencia y se encuentran mejor en un estado agónico que comporta gran conflictividad, aunque no sea esta violenta. Inoculan veneno, y como Mitrídates quieren que el público aprenda a vivir y a sobrevivir con cierta dosis de veneno en el cuerpo. Me equivocaré, pero reflejaré episodios actuales intentando decir quien, como y cuando se atacó al tamaño de nuestras instituciones que son las realidades que proyectan hacia nuestro futuro, libertad, igualdad y paz.

Empiezo en Canarias con el poema maldito del juez Alba utilizando ese enorme poder judicial que el pueblo deposita en la judicatura para operar de la peor forma en clave injusta. Veredicto, corrupción en grado de consumación.

Pedro Sanchez nombrando a su ministra de justicia de tracto sucesivo, fiscal general del estado. El diagnóstico es un claro ejemplo de confusión de poderes en grado de contumacia. Porque debió sopesar esa decisión con la balanza de un joyero y no lo hizo.

Los parlamentarios españoles incapaces de renovar el Consejo General del Poder Judicial confirmando nuestras dudas en cuanto a que esos jueces actuaran en colindancia con intereses partidistas. Y por ello acontece la reyerta, al querer nombrarlos con el resultado de no poder nombrarlos. Resultado, confusión de poderes y ausencia de transparencia en potencia y en acto.

Al presidente de la federación española de futbol Luis Rubiales, haciendo un nido de delincuencia allí donde se dirige algo tan popular y cohesionante como el futbol. El laudo, corrupción y fraude a la confianza depositada.

Los consejeros de radiotelevisión española que dirigen el ente público con sesgo partidista y de forma tan distante a cómo funciona la BBC inglesa. Diagnóstico de falta de transparencia.

La señora Ayuso llamando hijo de puta al presidente en la sede de la soberanía popular. Veredicto, traición a la confianza depositada, gamberrismo y corrupción verbal.

Los políticos y medios de comunicación que jalean el cortocircuito de actuaciones en el territorio que disponen de todos los permisos necesarios, a menudo apoyándose con recogida de firmas, a lo que Javier Pradera llamaba la lucha firmada. Veredicto, falta de transparencia y ataque frontal a la libre iniciativa dimanante de la constitución.

A ciertos políticos canarios que cuando se conflictualiza de forma recurrente la presión que existe en nuestro territorio por la actividad turística, en vez de contar hasta diez, proponen tasas y moratorias. Resultado, falta de transparencia y testarudo desprecio a la seguridad jurídica en grado de tentativa.

A sectores de la prensa que ocultan noticias veraces que en otros medios ocupan varias columnas por partidismo o competencia mal entendida, hurtándonos el derecho constitucional a ser informados. El mal, ausencia de transparencia y de libertad de prensa en grado consumado.

Todo lo aquí contando aleja a las instituciones de un horizonte inclusivo favoreciendo el poder de ciertas elites y menospreciando al grueso de la ciudadanía, beneficiaria principal de la existencia de esas instituciones fuertes, proyectando una indiferencia en el ciudadano que resulta más dañina que la misma perversidad de los actores.

Para todo ello los actores necesitan la mentira. Y ello nos trae al recuerdo el inicio de un libro de Lovecraft: «admito que le metí seis balas en la cabeza a mi mejor amigo, pero no es mi culpa». Podemos instalarnos en la indiferencia o advertir que aquí nadie es tonto. Por eso estos días tanto nos llaman la atención aquellos rutilantes exministros, Rato y Zaplana.