El 24 de octubre de 1938, unos seis meses antes de abandonar España, Juan Negrín escribía en Cataluña una amarga carta a su amigo Pedro Corominas, nacionalista catalán (ERC) y presidente del Consejo de Estado. El presidente desgrana su idea sobre la unidad nacional, pero también confiesa su "asco a lo que llaman la política". Quizás sea la misiva más larga de su Archivo.

La extensa epístola dictada o escrita en borrador por Negrín está localizada "en el campo", es decir, desde un lugar secreto de la Guerra Civil. Cataluña es la sede del agónico aparato del Estado republicano. Sobre un territorio asediado por la tropas de Franco, el político grancanario oculta sus desplazamientos e incursiones fugaces al sitio de la batalla. El historiador Manuel Tuñón de Lara afirma que su actividad frenética no evita las "profundas depresiones" de Negrín en la soledad de su despacho, aunque de cara a sus colaboradores siempre trate de transmitir optimismo. El político canario naufraga entre varios frentes: las indisciplinas militares; la falta de armamento; la incomprensión de Francia e Inglaterra con la II República; su falta de entendimiento con Azaña; el contencioso de su gobierno con Esquerra Republicana de Cataluña (ERC); la acusación de que era un agente de Stalin...

Uno de esos momentos de abatimiento y fatiga moral de Negrín enmarca la carta, considerada por el historiador Sergio Millares, responsable de la digitalización de la documentación, como una de "las principales" del Archivo del estadista. Su admiración por Corominas, pedagogo en los círculos obreros y republicano histórico, lleva a Negrín a sincerarse. Es en la última parte de la misiva donde manifiesta su hastío, asco y pesimismo por la coyuntura histórica que la ha tocado vivir. El científico no duda en subrayar su soledad intelectual en un momento dramático para España. La determinante batalla del Ebro (acaba en noviembre de 1938) se cobraría miles de víctimas en los dos bandos. "Y si la guerra no sirve para sanear el ambiente y desinfectar el medio político nunca habrá paz verdadera y nuestro país sucumbirá víctima de la codicia de otros no menos podridos y menos fuertes", afirma el científico.

La estrecha relación con los nacionalistas de ERC era inevitable dado que Cataluña era el punto vital del Gobierno republicano desde 1937. El vínculo, sin embargo, provoca más quebraderos de cabeza que ventajas. Prueba de ello es la carta que el presidente de Cataluña, Lluis Companys remite a Negrín el 23 de abril de 1938, en la que le da cuenta de los expedientes abiertos por su administración por invasión de competencias de la Generalitat. La mayoría de los desacuerdos son por asuntos de desorden público con resultado de muerte, colectivizaciones de empresas e impartición de la Justicia. Companys encuentra el origen de los contenciosos en la progresiva hegemonía de los socialistas del PSUC, ayudados por los comunistas del PCE. El Frente Popular, por su parte, responde a los nacionalistas con sus extralimitaciones al precario orden constitucional, como es la apertura por la Generalitat de delegaciones en el extranjero que alcanzan acuerdos ajenos al Estado de Azaña y Negrín.

El pleito entre los nacionalistas y el Ejecutivo republicano fue, con toda probabilidad, el caldo de cultivo para la dimisión de Pedro Corominas al frente del Consejo de Estado, decisión que provoca la reflexión que ocupa gran parte de la carta del Presidente. El científico agradece a Corominas su rectificación y aprovecha para dar a conocer su tesis sobre el nacionalismo catalán en un contexto bélico. Tal como refleja Companys, el Estado de la República, en Barcelona desde 1937, es cada vez más proclive a invadir competencias de la Generalitat, una situación que se constata, afirma el nacionalista, en nombramientos de la judicatura que corresponden al gobierno autónomo, en detenciones arbitrarias o en asaltos a sedes de la administración catalana que acaban con muertes. Negrín alaba la condición de "ciudadano medio, con juicios ponderados y discretos" de Corominas, es decir, eficaz y trascendental para ofrecerle sus justificaciones y las de su gabinete político.

"Yo creía, y sigo creyendo, haber respondido a la carta en que me anunciaba la retirada de su dimisión, aceptando y agradeciendo su acuerdo y reconociendo y exaltando las nobles y auténticas consideraciones patrióticas en que se inspiraba", afirma el científico canario. El presidente reconoce que "su aparato oficinesco" está desbordado, y atribuye a ello su confusión sobre si realmente contestó o no a Corominas. Los bombardeos eran continuos sobre Barcelona, y la sedes secretas de la República se repartían entre el castillo de Figueres (con Negrín) y el castillo de Perelada (con Azaña), mientras que el general Rojo se asentaba en el pueblecito de La Agullana.

Para el historiador Sergio Millares, el intercambio entre Negrín y Corominas prueba el carácter centralista del primero frente a las veleidades extremas de los nacionalistas. "En todo caso", añade el investigador, "da en la misiva una de cal y otra de arena. Me parece muy importante la división que hace entre modus vivendi y modus operandi a la hora de manifestar a Corominas la urgencia por ganar la guerra". El autor de la carta exalta la unidad: "Y hay que ganar la guerra. Y la guerra no se gana sin concentración. La armazón jurídica de la guerra no puede ser más que una, la que logre el mando único y eficaz". En este sentido, Negrín acude a "su pragmatismo" , a "la razón práctica" de su formación científica y a los necesarios "recortes espirituales" para dar soporte teórico a su argumentación.

En la tarde del seis de marzo de 1939 tres aviones Douglas despegaron del aeródromo de Monóvar (Alicante); en ellos iban Negrín y sus ministros, salvo Uribe. También salió un Dragón llevando a Dolores Ibárruri, el general Cordón, Rafael Alberti y María Teresa León. La evacuación saldaba el fin del orden republicano. Meses antes, desde "el campo", el defensor de la resistencia ante Franco escribía a Corominas en su larga carta, casi confesión ("en estos principios inspiro yo mi política"): "La armazón jurídica de la paz puede ser varia, pero un espíritu democrático y liberal no admitiría más modalidades que las que permitan una convivencia en el culto y en el sacrificio por los sagrados destinos del país, porque país que no cree en sus destinos es país que sucumbe. Lástima que la guerra no se pueda conjugar con el mantenimiento íntegro del individuo, de las regiones o de los pueblos. ¿Pero es que si se pudiera conjugar habría guerra?".

El general golpista Casado aceleraba en Madrid su conspiración contra el ejecutivo de Negrín. Azaña dimitía. El bando republicano luchaba entre sí en el absurdo de los más absurdos. El espionaje trataba de abrir la veta de una paz justa, humanitaria, en el bloque de Franco. En febrero de 1939, el poeta Antonio Machado muere "casi desnudo como los hijos de la mar" en Colliure (pueblecito francés de los Pirineos Orientales). No quiso exiliarse en París, pese a las llamadas desesperadas de José Bergamín y Louis Aragón. Era el desastre.

Las palabras de Negrín a Corominas ya eran esclarecedoras por sí solas: "¡Tal es la repulsa casi irrefrenable que siento ante esta cloaca donde bulle tanto partidismo mezquino, bajo personalismo y ambición inconfesable! Porque todas estas cosas han traído esta situación". Se despide del presidente del Consejo de Estado como "servidor".