¿Qué le pasó el domingo al tenor coreano Francesco Hong, durante la primera función de la Turandot de Puccini que cierra la cuadragésimocuarta temporada de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria? Cuando soltó el chorro, no más salir a escena, nos felicitamos en silencio ante una voz spinto de gran cuerpo y belleza, magníficamente timbrada. En su primera aria, Non piangere, Liú, titubeante y con frases a mezza bastante mates, quedamos perplejos. Se recuperó en los golpes de gong pidiendo y aguantó el tipo en la escena de los enigmas del segundo acto, aunque ya calante y llevando las manos a la cabeza, como aquejado de migraña. La soprano se lo tragaba materialmente. Tras la última llamada y con todo el público en sus butacas, tardaron más de diez minutos en subir el telón. Algo pasaba en backstage. Corrieron bisbiseos que el tenor estaba muy afectado por la calima, pero después de oírle el Nessun dorma entendimos que el ataque era de pánico. Le vimos definitivamente anulado y, por lo que se dijo, costó un triunfo hacerle salir a escena para culminar la función. ¡Fuerte fiasco!

La dirección de ACO buscaba ayer otro tenor para las tres funciones restantes, y lo encontró de puro milagro pues muy pocos cantan el Calaf. Se llama Piero Giuliacci. Una lástima, porque la voz de Hong, en su impostación forte y aguda, es de primera calidad.

Una Turandot sin tenor es como un océano sin sal. Por fortuna, el elenco tenía dos sopranos sensacionales. La portuguesa Elisabete Matos, en el rol protagonista, me hizo evocar a Birgit Nilsson en varios momentos, y con esto digo bastante. Voz fastuosa de cuerpo y potencia, timbre diamantino, color igual en toda la tesitura, squillo salvaje. La gran escena In questa reggia, de brutal exigencia para cualquier intérprete, es para ser cantada como ella lo hizo, con alma, vida, corazón, pulmones de acero y cuerdas de oro. Y más de lo mismo en el durísimo tercer acto, majestuosa siempre, galvanizando la escucha. Difícil me fue identificarla con la pizpireta Fiordiligi al lado de Carlos Álvarez, en el Cosi fan tutte de hace unos veinte años en el mismo Galdós. Ambos comenzaban, y hoy son estrellas.

En los antípodas, como debe ser, la exquisita Liú de Yolanda Auyanet, uno de los colores líricos más seductores de la escena actual, tan joven y fresco que es casi floral, y una línea de canto absolutamente maravillosa. Sus tres dolientes arias sonaron tan bellas en la coloración y el fraseo que no se puede pedir más. La ovación final más desenfrenada fue para esta espléndida artista grancanaria, tan querida y buscada internacionalmente.

Por cerrar el capítulo de voces solistas, añadamos que Elía Todisco, Luis Cansino, Josep Ruiz y las canarias Carmen Esteve y Rosa Delia Martín cumplieron con suficiencia. Los dos últimos, junto al también nuestro Francisco Navarro, hicieron casi soportable, a base de gracia y buen cantar, la escena infame de los tres ministros, que Pontiggia aprovechó para uno de sus guiños de niño malo vistiéndolos de oficinistas con visera y manguitos.

El Coro de la Opera y su directora Olga Santana cerraron espectacularmente una formidable temporada. ¡Qué empaste, poder y afinación, incluso en el decibélico final de Alfano! Los chicos del Coro Infantil de la OFGC, dirigidos por Marcela Garrón, mejor que nunca en el canto y la presencia escénica. La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, impecable en manos del director-concertador Pier Giorgio Morandi, maestro en toda la extensión del vocablo por la intensidad de las tensiones y la impresionista distensión de las atmósferas, con el acierto de ubicar al fondo de la escena sendos grupos de trompetas y trombones que equilibraron las posibles durezas del foso.

Finalmente, Mario Pontiggia, escenógrafo y director de escena, luce su gran experiencia incluso con bajo presupuesto. La brillantez y grandiosidad que consigue moviendo a cantantes, coros, bailarines y figurantes en un espacio abigarrado de decorados y atrezzo, merece nota alta. Algún detalle kitsch, como el de convertir la luna en un anuncio de óptica, está de sobra compensado por el acierto de dar a las tablas del Galdós, precarias de boca, su perspectiva más panorámica a base de espejos en los laterales. Pese al tenor, que lo pasó fatal, creo que todos despedimos la temporada con el mejor sabor de boca. ¡Hasta la próxima, y que no nos fallen las instituciones!