'Kurisumasu ni wa kentakkii'. Ese sería un buen título para la película -"¡En Navidad,Kentucky!" es la traducciónal castellano- que algún director de cine debería realizar contando cómo una franquicia americana, de pollo frito, logró convencer a Japón con una campaña publicitaria de que la tradición occidental por Navidad es comer, casualmente, pollo frito la noche del 24 de diciembre. Los nipones, ansisos hace más de 40 años por empaparse de todo lo que oliera a estadounidense, lo creyeron al pie de la letra y todavía hoy, cada Nochebuena, los habitantes del país del Sol Naciente continúan en esa cena compartiendo un bol de pollo frito. Y si es de KFC, mejor.

Un dato más ilustra cláramente sobre el calado de esta tradición importada e impostada: en el mes de Navidad las sedes niponas de la empresa facturan hasta 12.000 millones de yenes (casi 85 millones de euros), el doble de lo que facturan en un mes normal.

Como evidencia esta historia, hay navidades para todos los gustos y tradiciones con más arraigo que otras. De Papá Noel, por ejemplo, hay muchas versiones: desde el Padre de Hielo Ruso a San Nicolás o el Viejito pascuero escandinavo, pero todos coincinden en traer regalos a los niños por Navidad.

Es un personaje que formaba parte del antiguo mito solar del solsticio de Invierno al que el cristianismo sincretizó con la figura del obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en Anatolia, en los valles de Licia, actualmente Turquía.

Los niños y niñas Ucranianos, por su parte, se deslizan silenciosamente hasta sus madres y les atan los pies y las manos, dos semanas antes del 25 de diciembre, mientras gritan: "Día de la madre, día de la madre, ¿qué darás para que te dejemos libre?" Las mamás se lo toman como muestra de afecto y les dan regalos a cambio de su libertad. A la semana siguiente los niños repetirán la estrategia con su padre, que lejos de enfadarse les hará aun más regalos.

En Austria apuestan por el terrorífico Krampus, un diablo alter ego maligno del mismísimo Santa Claus. El sucio y malvado Krampus amenaza y castiga a los malos mientras que Santa Claus premia a los buenos. Es una encantadora tradición centroeuropea salvo porque a menudo es representado llevándose a los niños desobedientes en su canasto -el hombre del saco mediterráneo- para arrojarlos a los terribles abismos del infierno.

En Italia se espera la noche del 6 de enero a la Befana, que es una bruja buena. La leyenda sostiene que la Befana visita a los niños la noche anterior a la epifanía (6 de enero) para rellenar los calcetines, colgados a tal fin por los chiquillos esa noche, si han sido buenos con caramelos y chocolates, en cambio si han sido malos los rellena de carbón dulce. A menudo la Befana es descrita como una anciana, que vuela sobre una escoba.

En los árboles navideños del Norte de Europa hay también quienes cuelgan arañas con sus respectivas telarañas, pero de mentira. La razón procede de una leyenda que cuenta que una pobre viuda que no pudo pagarse la decoración del árbol familiar se mantuvo despierta toda la noche hasta encontrar una araña que tejiera una telaraña en su abeto.

En Marruecos y Egipto se suele hacer los edificios y dejar una planta sin terminar, porque las constructoras sólo pagan impuestos si el edificio está acabado. Pero eso lo hacen en Navidad y también el resto del año.