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París no se acaba nunca

La ciudad de la luz ha sido contada mil veces por escritores tan heterogéneos como Ernest Hemingway, Henry Miller, Patrick Modiano o Santiago Gamboa

París no se acaba nunca

Del mismo modo que la muerte de un escritor famoso hace que la gente acuda a las librerías a comprar sus libros, los atentados de París han vuelto a poner de moda en la capital gala el libro de memorias París era una fiesta de Ernest Hemingway. El libro no sólo se ha agotado en las librerías francesas, sino también está agotado en la web de Amazon, el gigante norteamericano de la venta por Internet. Los días posteriores a los atentados terroristas, numerosos ciudadanos anónimos llevaban el libro en la mano como señal de que la vida y la buena literatura no se acaban nunca. En París era una fiesta, Hemingway narró los años dorados de su juventud en el París de los años veinte del siglo pasado. Allí, en sus calles y en sus cafés (oh, los cafés) inundados de luz y color, el autor de Adiós a las armas y su mujer Hadley fueron "muy pobres pero muy felices" en un pequeño edificio sin ascensor en el 74 rue du Cardinal Lemoine en el Barrio Latino.

En París era una fiesta hay pasajes tremendos que se asemejan a fotografías tomadas por fotógrafos en años posteriores: "Una chica entró en el café y se sentó sola en una mesa junto a la ventana. Era muy linda, de cara fresca como una moneda recién acuñada si vamos a suponer que se acuñan monedas en carne suave de cutis fresco de lluvia, y el pelo era negro como ala de cuervo y le daba en la mejilla un limpio corte en diagonal. La miré y me turbó. [...] Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta, o sea que esperaba a alguien. De modo que seguí escribiendo. [...] Pedí otro ron Saint James y sólo por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para mirarla cada vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían rizándose en el platillo de mi copa. Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío".

Siguiendo los pasos de Hemingway, París ha sido contada mil veces por escritores tan heterogéneos como George Orwell (Sin blanca en París y Londres), Henry Miller (Trópico de cáncer), Julio Cortázar (Rayuela), Mario Vargas Llosa (Travesuras de la niña mala), Enrique Vila-Matas (París no se acaba nunca) o el premio Nobel de literatura francés Patrick Modiano, cuyas novelas han servido a Fernando Castillo para trazar un plano del París de la Ocupación, la colaboración (policial, cultural, económica) y el antisemitismo en su magnífico ensayo París-Modiano, publicado recientemente por Fórcola. Las novelas de Modiano son un relato más o menos secreto de la historia de Francia a partir de la Ocupación. Según Castillo, en la obra de Modiano, desde su primera novela, El lugar de la estrella, hasta la última, Para que no te pierdas en el barrio, "todo es exacto, pero probablemente casi nada es verdad. [...] Todo lo convierte en literatura, a la que somete a la realidad, que a su vez es inseparable como contexto de sus obras".

El escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón también rescató París para la literatura en su novela El buen salvaje, reeditada hace unas semanas por Ediciones del Viento. En su caso, la elevó a protagonista de las andanzas de un joven estudiante sudamericano que intenta sobrevivir y escribir una novela sobre Caín y Abel en los cafés de París: "Para hacer lo mismo que los ganadores de los premios literarios de París, me he puesto a escribir una novela sobre la mesa del bistrot, ante un vaso de cerveza que huele agrio y pierde la espuma rápidamente. [...] Comencé a escribir con una letra redonda y clara que se va deformando y embrollando a medida que se apresura. Pasa una pareja de novios, feos los dos, que se besan entre esta multitud de estudiantes que estudian poco, pintores que nunca pintan y novelistas que aún no ha escrito su primer libro".

Publicada por primera vez en 1965, El buen salvaje es un fresco colosal del París cosmopolita que ha alimentado buena parte de la literatura hispanoamericana desde que el poeta peruano César Vallejo soñó con morir en París un jueves de otoño con aguacero. La ciudad ofrece a sus visitantes muchos atractivos asociados a la diversidad, a la libertad y a la tolerancia, como descubre el protagonista de la novela de Calderón: "París es un baile de disfraz con música de motores al fondo. Venteros disfrazados de artistas, prostitutas disfrazadas de señoras, duquesas disfrazadas de prostitutas, turistas disfrazados de boy scouts, jóvenes disfrazados de actores de cine, actores de cine disfrazados de millonarios, millonarios disfrazados de vaqueros del oeste, etcétera. Con un abrigo raído, una bufanda de lana gris, unos zapatos sin lustrar hace años, el pelo sin cortar hace meses, el cuerpo sin lavar hace días, mi disfraz es de estudiante".

Como el narrador sin nombre de El buen salvaje, el protagonista de El síndrome de Ulises, novela de Santiago Gamboa reeditada recientemente por Literatura Random House y escrita en 2005, está en París para convertirse en escritor. Pero los tiempos han cambiado, estamos en los años noventa y ya no es posible ser "muy pobre pero muy feliz" en París, sobre todo para los inmigrantes que han huido de la pobreza para rehacer su vida en un nuevo lugar: "Los que habíamos llegado por la puerta de atrás, sorteando las basuras, vivíamos mucho peor que los insectos y las ratas. No había nada, o casi nada, para nosotros, y por eso nos alimentábamos de absurdos deseos. [...] Los días eran un hueso duro de tragar, algo de muy mal sabor, así que por las mañanas debía encontrar buenos motivos para salir al frío de la calle. [...] Cualquier cosa es soportable si uno puede ponerle fin, como piensan los suicidas. No sabía cuántos golpes podía soportar y estaba dispuesto a averiguarlo".

Es difícil saber cuánto de experiencia, cuánto de recuerdo, cuánto de deseo o de invención hay en El síndrome de Ulises (como cuando Cortázar dijo que se fue a vivir a París porque los tambores peronistas que retumbaban en las calles de Buenos Aires le impedían escuchar a Bela Bartók en su tocadiscos), pero lo es cierto es que la novela de Gamboa está más próxima al París sórdido de Henry Miller, poblado de putas y periodistas extranjeros, que al festivo de Hemingway. En El síndrome de Ulises, Gamboa nos propone una lúcida y acerada exploración del alma humana enfrentada a la miseria y decidida a sobrevivir. Cada época tiene su París. Algo que es y no es. Que siempre está dejando de ser. Que siempre está empezando a ser. París no se acaba nunca.

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