Cuesta imaginar a una niña de apenas 16 años viajando desde Las Palmas de Gran Canaria a Tokio en la década de los 70 sin haber salido jamás de su isla, Gran Canaria. La historia de Eva es el típico relato que se esconde en las ciudades y que salvo que tengas la suerte de darte de bruces con ella es imposible que lo conozcas. Eva Sosa nació en el seno de una familia trabajadora cuyo padre tenía un buen sueldo y sus tíos una pensión en la que se quedaban algunos marineros. Uno de ellos era Minoru Serata, 20 años, que trabajaba en el Puerto de la Luz y que cada poco desaparecía y cada poco volvía a la isla y, por tanto, a la pensión.

Todo indica que Minoru se enamoró perdidamente de Eva la niña de 14 que transitaba el hostal hasta el punto de pedirle el matrimonio. Dos años de novios. Habló con sus padres y sus abuelos y luego hablaron con la niña. Todos dieron su consentimiento. “Yo tenía solo 14 años cuando mi abuela me dijo que él me quería. Dos años después me subí al avión rumbo a Japón y no paré de llorar hasta que terminó el viaje. Era una niña…”. “Minoru”, recuerda ella,”era una persona muy querida en mi casa y yo también le tenía cariño porque era un hombre bueno, que es lo que una madre quiere para sus hijos, pero claro, yo solo tenía 14 añitos, era muy chica”. Como digo el marinero japonés insistió tanto que finalmente los papás de Eva aceptaron el casorio –ella solamente cumplía órdenes como niña obediente que era- y se casaron no sin antes acordar con su suegro que cada año tenía que traer a su hija a Las Palmas de Gran Canaria para verla y saber de su boca si estaba bien. Así se hizo.

Eva se casó en la Iglesia de Nuestra Señora del Pino en 1971 y si observamos la foto del acto no vemos a una novia especialmente feliz, al contrario, parece asustada. Dos días después viajaron a Japón y ella, que como ya he dicho no había salido jamás de Gran Canaria, hizo el viaje llorando, recordando a sus padres y a sus hermanos. “Yo no tengo imágenes de felicidad de aquel día, no, tengo recuerdos de miedo porque yo era una niña, me iba con un hombre al que apenas conocía y con un aspecto físico que a mí me parecía raro porque nunca había visto a una persona con los ojos así, rasgados. Si hoy me preguntas si dejaría que una hija mía hiciera el mismo trayecto en las mismas condiciones te digo que no. Fue muy duro, de mucho desgarro y eso que mi marido era muy bueno, buenísimo”. Cuando la pareja hispano/japonesa llegó a Japón fue recibida con alborozo por amigos y familiares de Minoru quienes entendieron el esfuerzo de la chiquilla y la acogieron como una hija hermana, cuñada… “Gente maravillosa a la que adoro”, recuerda emocionada. Al poco tiempo el matrimonio abrió en Japón un restaurante de comida japonesa cultura gastronómica que domina hasta el punto de que en varias cadenas de la televisión japonesa Eva y su marido se convirtieron en invitados habituales porque la niña canaria se había adaptado espectacularmente a su cultura gastronómica. Frente a las cámaras ella hacía demostraciones. En Japón nacieron sus dos hijos Hideo y Mina.

Recuerda que en esos años, los setenta, la única forma de comunicarse con sus padres en Canarias era por cartas que tardaban semanas y semanas en llegar. Una cosa le había prometido Minoru a Eva: “Cuando tu mamá te necesite nos iremos para Canarias”. Dicho y hecho. En un cumpleaños su marido le hizo el regalo de su vida. Regresaban a su tierra, Las Palmas de Gran Canaria, y montarían un restaurante japonés. Y así fue. Un “japo” en Las Coloradas que fue muy transitado por quienes nos gusta la comida japonesa....

Continúa leyendo en el blog www.marisolayala.com