Opinión | Volando bajito

El médico

Este hombre grande y bueno es la otra cara de esos profesionales que cada poco piden que los entrevisten porque necesitan notoriedad

Un profesional de la salud.

Un profesional de la salud.

Si les digo que en 30 años ejerciendo como médico en la medicina pública solo una vez o dos, que yo sepa, salió en los medios, no lo creen. Discreto hasta el extremo, una discreción que de alguna manera es una lección de respeto hacia sus enfermos, hombres y mujeres cuyo anonimato forma parte de su proceso curativo.

Durante años intenté entrevistarle pero me imponía su determinación, su honestidad. «En otra ocasión, en otra ocasión» y así que pasen mil años. Este hombre grande y bueno es la otra cara de esos profesionales que cada poco piden que los entrevisten porque necesitan notoriedad. Lo que no es malo ni bueno, es así. El médico a quien hoy dedico la columna sin un dato que lo identifique es la otra cara de los profesionales que jamás asoma la cabeza.

Recuerdo la primera vez que lo vi. Fue en el viejo Hospital del Pino. Entonces, él era un joven médico y yo una joven periodista. Tengo buena memoria fotográfica y el día que lo conocí se estaba presentando en una habitación destartalada del Pino un servicio médico que pretendía frenar complicados problemas de salud de aquel momento.

Cuando a lo largo de los años necesité que me explicara algún proceso médico complicado, lo hizo con la paciencia de Job.

Estos días, por razones que no vienen al caso, he coincidido con alguna vaca sagrada de la medicina isleña que han sido grandes médicos pero de mal carácter, vanidad y altas dosis de soberbia hasta que la vida los arrinconó. Ese mundo lo conozco bien. Justo por eso valoro tanto a ese médico ejemplar del que hablo hoy. Ha habido, por cierto, quien acabó taponando la lógica proyección de médicos jóvenes de su equipo. El día que le llegó la carta que le comunicaba su baja en el Servicio Canario de Salud no lo soportó. En fin.