Ocurrió el viernes. Salía de la casa de un amigo bien avanzada la noche, ¿23:30h?, puede ser. Más o menos. De pronto al cruzar la calle reparo que alguien de pelo cano trata de incorporarse. Está en el medio de la calle, sentado en el asfalto. Reparé en su estado de debilidad y con prudencia me acerqué: “¿Le ocurre algo?, ¿se siente usted mal?”, `pregunté. Y el hombre, con su dignidad dañada, contestó desde el suelo..."se me han ido las piernas. Debí sufrir una fatiguita y aquí me tiene, sin poder levantarme…". Nada, le dije, “descuide que pido ayuda”. Desde el borde de la acera hasta donde pude llevarlo con esfuerzo me miraba con los ojos muy abiertos detrás de unas gafas de montura marrón. "Es que tengo ochenta y dos años...", me dijo casi justificando su estado. "¿Y qué, amigo?" Traté de conocer algo de su vida para localizar a su familia, pero no tuve suerte. Como un niño observaba mis movimientos en medio de la oscuridad. "A ver…no se mueva de aquí, ¿vale?, pediré ayuda y volveré". Por una de esas cosas del destino yo no llevaba móvil y el señor, tampoco. Recurrí a un amigo cercano y contacté con emergencias médicas. No supe decir en qué estado se encontraba en señor solamente dije que no tenía mal aspecto y ni por asomo una copa. Más parecía el típico hombre mayor que ha salido a dar un paseo ha sufrido una caída, las piernas fallan y la dignidad se resiente. Cuando llegó la ambulancia a la que avisé ya no estaba. Seguramente alguna persona lo vio, lo atendió y lo llevó a casa. Me dio pena. Me dio lástima no saber nada de su vida y especialmente lamenté no poder decirle que la vejez nos llega a todos y que el regalo de caerse es la heroicidad de ponerse en pié. Así es la vida. En fin, una noche de sorpresa.

Si por una casualidad alguien sabe de quién hablo (igual el señor lo contó en casa) agradecería poder localizarlo. Me encantaría. Caprichosa que soy. Lo que relato ocurrió ayer viernes en los alrededores de Magisterio, entre las calles Curva y Padre Claret.

Cuándo el día moría.