Estos días en los que hemos celebrado el orgullo por la libertad de quienes optaron y optan por vivir la vida sin atajos, sin mentiras ni medias tintas, viviendo y disfrutando del respiro libre a sabiendas de que muchos, muchísimos, están al acecho para echarle la pata encima, por su valentía, por su osadía, por su necesidad de ejercer la libertad que le pide su cuerpo y su alma; estos días he recordado y recuerdo hoy a personas de mi vida, queridas guerrilleras que han sido objeto de mofa, de burla; sin entrar en el menudeo, nadie tiene derecho a revelar lo que solo a ellas y ellos les pertenecen; confesar con quien vives y con quien duermes es una intimidad tuya y como tal personal e intransferible pero de un tiempo a esta parte en este país ese Interrogario ha sido una amenaza. ¿Estudias o trabajas? De eso podría hablar mucho mal. He tenido amigas, entonces tan chiquillajas como yo que fueron machacadas no solo por la sociedad en general no, por su familia. Esos burros les prohibieron, imaginen, usar vaqueros o el viejo reloj del hermano, detallitos y otros cosas de mayor enjundia que en pequeñas dosis han jodido a muchas mujeres que si no tuvieron al lado a unos padres sensatos, una familia que le da importancia a lo importante, nunca pararon campañas familiares que tenían su procedencia en expertos calentadores de cabeza que hay en cada familia. Me encantaría dedicar esta columna a una de las mujeres que más he querido y admirado, un ser humano único, pero ni puedo ni debo mencionarla. Está muy unida a mis recuerdos de juventud; cuando iba a su casa de Ciudad Jardín sabía que subiendo los dos primeros tramos de la escalera la vería escribiendo. Ya no está entre nosotros así que no soy nadie ni para mencionarla ni para alterar el dolor de la familia.