Volando desde Lanzarote a Gran Canaria reparo en la conversación que mantienen dos mujeres de unos cincuenta años. Una de ellas está muy angustiada. Sin poner mucha atención, me entero la razón de su angustia: «Tengo que buscar un centro para meter a mi madre, ha ido perdiendo la memoria y ya no puede estar sola». La historia se repite. Hace unos 15 años, cuando el hospital Doctor Negrín estaba en marcha, circuló la idea por parte de los gestores sanitarios de ordenar a los enfermos, sociales o crónicos, que ocupaban camas hospitalarias, para que, bien tratados, pudieran ocupar camas para pacientes sociales. Esa idea ocupó espacio en los medios de hace años. Creo recordar que Paulino Rivero fue uno de los impulsores de la misma, que se diluyó en el debate. Flor de un día. La clase política canaria ha sido incapaz de abordar con firmeza un plan sociosanitario que ampare a los enfermos. En los últimos años esa carencia asistencial es tema de conversación por una razón muy sencilla. Cada vez somos más viejos y más pobres, por tanto lo vivir los últimos días en una cama privada es impensable.

Vuelvo a la conversación que escucho. La otra chica atiende con atención y pregunta si no tiene hermanos. “Sí pero viven en Tenerife y Fuerteventura. Son maestros. No puedo contar con ellos. «Y ¿qué has pensado?». «Ni idea; ahora, viajo a Las Palmas para conocer a una mujer que está dispuesta a cambiar de isla y cuidar a mi madre. ¡Ojalá!». Está dispuesta a pagar lo que le pida, dentro de un orden. Una conversación que se repite más de lo creemos. Conozco a una mujer de 83 años, viuda y sin hijos, que acaba de vender una finca en el sur de Tenerife con el único objetivo que destinar su venta a los achaques de la vejez. Un grandioso problema social que sigue creciendo sin que nadie haya sido capaz de ponerle freno.