Les voy a poner a prueba a ver sí la memoria está a punto y sí soy capaz de contar algo real cuya primera parte relaté en esta columna en febrero del 2020, una historia complicada que espero recuerden. No pensé poder escribir jamás la segunda parte de aquel encuentro a quien conocí en la calle. ¿Recuerdan el relato de una joven, guapa, negra, con unas copas de más encima que perdió el equilibrio y cayó al asfalto de la rotonda del centro comercial El Muelle, a punto de ser atropellada? Pues nada, acudí a socorrerla y le dije que me agarrara del brazo para evitar otra caída. Ni hablaba español ni recordaba la dirección de su casa pero de pronto de su bolso saltó una especie de DNI. Paré un taxi para que nos llevara a la dirección que figuraba en el documento. Y así fue. Ahí acabó la primera parte de la aventura de una mujer guapa, joven y negra que por la hora y su estado supuse que había estado en fiesta. Estaba en una curva y corría peligro de ser atropellada, víctima propicia para ser agredida.

No volví a verla más pesar de que hice algún intento para encontrarla pero fracasé y decidí que era un intento baldío. Tenía curiosidad pero la olvidé hasta que sonó la campana. Meses despues paseando por Triana me senté en un banco para ordenar un bolso. De pronto levanté la cabeza y frente a mí, en otro banco de la misma calle, estaba ella. Me acerqué y le pregunté si era de Guinea. Su respuesta disipò todas las dudas. Hablamos pero no recordaba nada. Supe que lleva 15 años en Canarias y que aquí nacieron sus dos hijos. Busca trabajo y recibe una paga que no llega los 400€ y esa situación le obliga a salir alguna noche.