En ocasiones la vida te sorprende y en el ritmo frenético que vivimos no tenemos tiempo de disfrutar de esos momento que llegan y huyen hasta que algo o alguien un día te recuerda un episodio que te refresca la memoria.

Hace unos años que la conocí. Un compañero de profesión me invitó a escribir su vida, la de ella. Fue en la década de los noventa. La señora de la que hablo es la viuda del empresario de éxito Juan Padrón, que en los años 60 apostó por los juegos de azar y desde entonces se convirtió en un referente del sector. A Matilde Padrón Quintana, su viuda, la conocí en esos años. No de ella apenas nada.

Solo sabía que la mujer quería que le escribieran su vida, algo que no dejó de sorprenderme ya que lo desconocía todo de ella. No entendía su necesidad de abrirse en canal y contar su vida que, como la de todos, está siempre vinculada a personas que poco a poco sabrás que nada tiene queqver contigo. En Matilde descubrí pronto un rictus de amargura, asustada, como debe ser, dado que iba a exponer su vida y de paso, pinceladas de la vida de su viudo, Juan Padrón, que tuvo mujeres e hijos. Pero no vayan a pensar Matilde lo ocultaba, ni hablar. Contó con naturalidad sus infidelidades y la descendencia que esas relaciones trajo consigo. Varios hijos extra de los que Matilde no hablaba mal.

En los salones del hotel Santa Catalina montamos el cuartel general. Éramos Matilde, un fotógrafo, yo y personal del hotel que le servía café y zumos y fruta a doña Matilde.

La mujer murió el 8 de septiembre y volvieron a mi memoria su bondad.

Gracias, Matilde, por tus risas, tu cariño y tu sinceridad. Incluso por tus lágrimas furtivas.

Descansa en paz, amiga.