Todos hemos convidido con personas tóxicas, dotadas para la maldad, capaces de intoxicar y dinamitar todo lo que esté a su alcance en beneficio de ellos mismos o deshaciendo en perjuicio también de ellos mismos. Es un modo vida que nunca acaba bien. Conozco casos para escribir cientos de páginas. En mi profesión tenemos historias para no dormir. Ayer hablaba con una compañera que también vivió los días de gritos, agresiones verbales y pasión en los baños, aquí podía haber escrito ‘retretes’ teniendo en cuenta que hablamos de basura. Tipejos y tipejas que llegaron a las redacciones con el único fin de ajercer de pandilleros.

Una madrugada reciente hablé largo y tendido con la cara opuesta de los tóxicos. Se llama Rafael Avero, un amigo y compañero impagable. Rafa es un brillante periodista gráfico con el que trabajé, más cerca o más lejos, pero siempre al acecho de la noticia. Le recuerdo en los noventa cuando comenzó a trabajar para El País y otros medios. Juntos fuimos a vigilar los meneos de la pequeña de los de Mónaco en sur de Tenerife. Hicimos un trabajo estupendo. Rafa cogió por sorpresa a la chica con su novio y esa fue la foto de primera al día siguiente en La Provincia.

Amigo y compañero, ambos

valemos más por lo que callamos que por lo que contamos.