La Dirección General de Instituciones Penitenciarias del ministerio del Interior ha retirado el segundo grado – régimen que tiene la gran mayoría de los internos en las prisiones españolas- a- a Fernando Torres Baena, condenado a 302 años de cárcel por el caso Kárate de abuso a menores. Además ha ordenado su traslado desde la cárcel de Las Palmas II, en Juan Grande (Gran Canaria), a la de Villanubla, en Valladolid.

Según informó Canarias Ahora según fuentes judiciales, Torres Baena volverá a tener, a partir de ahora, un régimen de primer grado o cerrado, que se aplica a los presos solo en los casos de peligrosidad extrema o de inadaptación grave y manifiesta al régimen ordinario. Esto significa que el profesor de artes marciales permanecerá encerrado en su celda 22 horas al día, con salidas individuales al patio de dos horas.

Por razones que muchos sabrán el “caso Kárate” no me es ajeno, ni a mí ni mucho menos a Micky F. Ayala, autores ambos del libro “La Secta del kárate”. Después de trabajar intensamente en la investigación periodística de uno de los casos de pederasta más importante de la historia de España no tenemos duda de la peligrosidad social de Torres Baena de manera que la decisión de Instituciones Peniténciales es un acierto y una necesidad. Además, sus comunicaciones estarán sometidas a vigilancia y no podrá disfrutar de actividades lúdicas como los internos de segundo grado. La Audiencia de Las Palmas condenó en marzo de 2013 al principal imputado en el caso Kárate, Fernando Torres Baena, a 302 años de cárcel, como autor de 35 delitos de abuso sexual y otros 13 de corrupción de menores.

ASÍ SE FRAGUÓ UN LIBRO NECESARIO, LA SECTA DEL KÁRATE

“¿Y por qué no…? ¿Por qué no contamos lo que tan cerca de nuestras vidas ha ocurrido durante casi 35 años?”, nos preguntamos los autores del libro “La Secta del Kárate” -los periodistas Miguel y Marisol Ayala- cuando de forma casual la historia se nos sirvió en bandeja porque buena parte de los hechos sucedieron en un gimnasio situado a escasos metros de la casa familiar. Ocurre que los barrios guardan todavía la complicidad de las miradas, de esos vecinos que hablan sin abrir la boca de manera que teníamos un terreno abonado.

Cuando a principios de febrero del 2010 la policía detuvo al karateka Fernando Torres Baena, su pareja y monitora María José González Peña a Ivonne González y Juan Luis Benítez -el único de los tres que no fue condenado-, condenados actualmente de haber abusado durante años de menores que captaban en su centro deportivo, personalmente no teníamos ni idea de quienes eran y, mucho menos, donde estaba ubicado el gimnasio en el que se llevaban a cabo las atrocidades que cada día con más fricción contaba los medios de comunicación.

Mi barrio, Arenales, es un barrio en el que nos conocemos todos. Nos saludamos en la esquina, hablamos de los hijos y de las novedades de la vecindad: “¿Sabes quién es el entrenador detenido…?”, preguntó un vecino. “Ni idea…”, respondí. Y el detenido, el líder de lo que finalmente se descubriría como una secta, el hoy ya condenado a 302 años de cárcel, era aquel hombre que casi a diario aparcaba el coche en la cercanía de casa, en la calle. El mismo que con aspecto deportivo, siempre de traje y chaqueta, mayoritariamente de lino marrón, bajaba la cabeza cuando se cruzaba con algún saludo vecinal.

Ya se imaginan los comentarios de la vecindad: “No hablen alto, que la que baja con un cochito de bebé es una alumna…”, recomendaron. Había miedo; todavía el caso judicialmente estaba en pañales pero los vecinos ya estaban (estábamos) noqueados: “Muchas chicas y chicos del barrio los han tenido como profesor de kárate durante muchos años, muchos…”. Una vecina con espíritu periodístico tocó una noche en casa: “Baja…”. Bajé. “Mira, mira… ¿ves esa ventana de ahí?”, señalaba al gimnasio. “Ese es el piso donde tenía el despacho del que hablan en los periódicos. El altillo. Ahí es donde ese tipo llevaba a las alumnos”. Nadie puede imaginarse lo que supone un caso de esta magnitud en un barrio modesto, pequeño.

La curiosidad la fue alimentando la prensa porque a la noticia bárbara de abusos a menores publicada un día la superaba al día siguiente otro dato que erizaba los pelos: “A este fulano”, contaba el dueño de un taller a quien Torres Baena trataba con la prepotencia de quien se cree Dios, “un día casi le meto mano al payaso ese”. Dejó su todoterreno para repararlo y como el taller se retrasó unas horas en entregárselo “se puso chulo y me dijo que lo necesitaba para llevar a sus alumnos a Playa Vargas… No me jodas con la casa de Vargas…”. El hombre cada vez que recuerda aquel episodio se encabrona porque “ya sabemos que pasaba en jodido chalé. Menudo bandido”.

En ese contexto de perplejidad, al levantarse el secreto de sumario, que dejó en carne viva las mil barbaridades cometidas por Torres Baena y sus cómplices, Ivonne y María José así como su primera esposa, la voracidad periodística era máxima. Poco a poco el chalet de Playa Vargas (en el sureste grancanario) se convirtió en el eje central del caso de pederastia más importante de España y uno de los que más víctimas ha originado en Europa. Había que ir. Una tarde decidimos acercarnos a sus calles, ver la casa y tratar de hablar con vecinos. Una amiga danesa se hizo pasar por quien buscaba una casita en la zona para vivir unos meses. La excusa nos sirvió para que alguien hablara si bien nosotras teníamos los ojos puestos en el chalet que habitaba Torres Baena, piedra angular del caso kárate: “¿ese es el chalet donde dicen que…?”. Preguntamos con naturalidad: “Si…ese pero nosotros nunca vimos nada, nunca. Eran muy amables, él y su mujer [María José]. Los vecinos estamos asombrados”. Sin embargo en la televisión alguna ciudadana de la urbanización El Edén ya había dicho antes de que el caso alcanzara las dimensiones que acabó alcanzando que “veía como los niños que se quedaban en la casa salían de noche desnudos a tirar la basura”. Acudir al chalet de Vargas nos sirvió para sospechar que los vecinos vieron y callaron; no hay más que asomarse a un muro del chalet, apenas metro y medio de alto, para divisar las dos casas, la que ocupada la pareja Torres Baena y su esposa, María José y en la que se quedaban los menores abusados.

La historia nos pareció tan impresionante, tan dura, tan impactante y tan cercana que en la cabeza comenzamos a oír un soniquete, ese que se nos pone a los periodistas cuando “olfateamos” que detrás de un caso hay algo más. De manera que a los pocos días cuando Micky me propone escribir un libro sobre el suceso dije “si” sin dudarlo.

Había que hacerlo por mil cosas pero especialmente porque la sociedad debía saber de qué manera una persona de conducta aparentemente intachable es capaz de vivir en la clandestinidad de sus debilidades y abusar de menores a su cargo años durante más de 30 años. Sin embargo nosotros no descubriríamos hasta meses más tarde el alcance de los hechos que pretendíamos relatar.

Escribirlo fueron meses de complicada investigación, a veces desalentadora y desde luego dura siempre. Quiero comentar que ambos vivimos un año con el “caso Kárate” en la cabeza porque el suceso nos superó. A cada uno de una manera, pero a ambos nos dejó ‘tocados’, impactados.

Un mes y pico de su publicación, cuando ya el libro estaba en las últimas correcciones, sonó el móvil. Era el abogado José María Palomino defensor de las víctimas: Nos citamos y en su despacho y hablamos largo y tendido. Estaba preocupado. Le dije que sus víctimas, sus defendidos, son nuestros defendidos. Que le transmitiera a sus representados que en el libro no desvelaríamos un solo nombre.Una vieja y sólida amistad sirvió para compartir nuestros miedos:

-“Las víctimas y familias me han pedido que hable con ustedes. Están asustados con el libro…”.

-“Que no lo estén José María. Estamos de su lado y serán respetados y protegidos”.

El libro La Secta del Kárate consiste en eso; un trabajo de investigación que no solo describe cronológicamente lo sucedido sino que incluye textos de expertos en sectas y psiquiatras que ofrecen el retrato devastador del campeón Fernando Torres Baena, sus métodos de entrenamiento y el de su entorno, y advierte asimismo sobre la importancia de estar alerta frente a quienes se erigen en padres de niños que solo son alumnos. Nadie matricula a un menor en un gimnasio para que se convierta en amante del profesor y que éste le acabe regalando a una niña de 9 años una alianza de prometida… Baena creía que sí.