Cuántas veces me he preguntado cómo conseguir el éxito. Ya sabéis, el éxito en sus múltiples facetas: en el amor, en el trabajo, en la lotería, en pillar la mejor oferta en las rebajas, mil y tantas ocasiones. Cuando me pareció que llegué lejos de donde inicialmente quería llegar, me agarro al consuelo de que tal vez, haya sido mejor así. Quizás allá, no se estaba tan bien como lo estoy aquí.

Dicen que es consuelo de perdedores, pero a mi me sirve de eso, de consuelo. Probablemente, al fin y al cabo, no me ha ido tan mal.

Éxito, según dicen, no es más que aprovechar la oportunidad, poner todo nuestro empeño en conseguirlo. Nuestro sacrificio, voluntad, interés e ingenio. Si luchamos con estas, que son todas nuestras mejores armas, seguro que lo atraparemos.

Parece que en ello va nuestra felicidad, y a lo mejor, sea sólo nuestras profundas ganas de conseguirlo, lo que verdaderamente nos hace sentir más felices, orgullosos, y olvidadizos de otras carencias.

Pero no lo olvido, y creo firmemente que es así como ocurre. Si plantas un peral, no esperes que te de manzanas, por mucha fuerza que pongas en ese fruto, las cosas, llegan a destinos, que nos guste o no, fueron encaminados desde sus comienzos. Aceptarlos, muchas veces, es duro, pero no quiero engañarme, he de entenderlo.

No seré egoísta, y con sumo gusto me comeré esas peras,

y si es tanto mi afán,

soñaré que saben a manzanas.

¡Qué ricas están!