Cuanto más me digan que debo olvidar, más contaré la historia de mi abuelo. No tengo rencor, pero estoy decidida a que se sepa esto, porque es la única forma de pasar página". Quien así habla es Isabel Méndez, nieta de Eduardo Suárez, diputado canario en las cortes de la II República fusilado por los franquistas, que vaciaron los cargadores de sus armas sobre él en agosto de 1936 tras un proceso sumarísimo, como represalia por haber intentado organizar una resistencia grancanaria a los sublevados.

Méndez es historiadora y presentó ayer en el Club Prensa Canaria el libro Eduardo Suárez Morales en el recuerdo. La memoria recobrada, en el que traza el perfil público y privado del aquel abuelo que no conoció, aquel contable de los Betancores que alcanzó a ser diputado por el PCE y al que le fue arrebatada la vida con sólo treinta años. "Se desvivía con todo el mundo y hacía lo posible para ayudar. Ganaba poco dinero, pero si podía, se quitaba hasta la camisa para dársela a los necesitados", dice.

Y, efectivamente, las crónicas de la época recuperan a un Eduardo Suárez de vibrante oratoria y preocupado por los problemas de los más desfavorecidos. El historiador Sergio Millares, que también participó ayer en la presentación del libro, destaca esta faceta. "Su trayectoria es muy corta, apenas alcanza un año, quedando como una estrella fugaz en el panorama político canario.

Destacó como extraordinario orador en mítines y por la defensa de los

trabajadores, como ocurrió en la huelga de los tabaqueros", explica.

La represalia del régimen franquista contra Suárez no se agotó con su fusilamiento, serpenteó en expedientes abiertos post mórtem, que Isabel Méndez también se ha tomado el trabajo de investigar. "Se le abrió un expediente en 1939, sobre la Ley de Responsabilidades Políticas, acusándolo de rebelión militar, desmanes y alteración del orden público". El proceso acumulaba denuncias de algunos pilares del régimen, desde el Gobierno Civil a la Guardia Civil, para concluir con una multa impuesta a su familia, ya en 1949, de cien pesetas de las de entonces.

La peripecia final del diputado canario, tratando de organizar una resistencia imposible y huyendo de municipio en municipio, es dramática. "Intentó una pequeña resistencia en la isla, hizo lo que pudo, pequeñas manifestaciones", comienza a hilvanar Méndez una secuencia de hechos que llevó a su abuelo a atrincherarse en el Ayuntamiento de Arucas. "Los falangistas llegaron y bombardearon la fachada de ese ayuntamiento. Se fueron retirando hasta llegar a Agaete, pues querían coger un barco republicano". Finalmente la huida por mar se frustró con funestas consecuencias para aquel "hombre valiente y consecuente con sus ideas, que acabó dando su vida por y para el pueblo, que era quien le había elegido".

Durante su relato, la autora rescata una y otra vez el nombre de Fernando Egea, delegado gubernativo para el norte de Gran Canaria, que acompañó a Suárez en su intento frustrado de resistencia y cayó fusilado junto a él. Dicen que ambos, en la víspera de su final, se negaron a recibir a los curas y acudieron al lugar donde iban a ser ejecutados cantando la Internacional.