Nueva mayoría en el Parlamento | Sesión de investidura del presidente del Gobierno de Canarias

La propuesta blairista de Fernando Clavijo

Torres dedicó intervención a defender su gestión, y aunque parezca ya un chiste, repitió las inhumanas dificultades que tuvo que superar

La propuesta blairista de Fernando Clavijo

La propuesta blairista de Fernando Clavijo / Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Fernando Clavijo llegó con su paso habitual, que es el de una pantera que caminara escuchando Pedro Navaja, pero fue uno de los últimos en llegar. Primero se fueron descolgando todos mientras sostenían una conversación común que no era el REF, ni Bruselas, ni el debate entre Pedro Sánchez y Núñez Feijoo, sino el calor. Excepto los habitantes de las islas más orientales los canarios soportan mal los calores, como soportan mal los fríos. Claro que hay cosas peores, como ganar las elecciones pero no tener suficiente mayoría parlamentaria para gobernar, y ahí, en su escaño, el presidente saliente, Ángel Víctor Torres, rumiaba todavía su decepción. El mundo es injusto, César Augusto. Lo lleva mal Torres, pero es necesario reconocer que no conozco ni un solo presidente que no se le revuelva el estómago cuando pierde el poder. Dudo mucho que ningún dios de las religiones monoteístas tenga una opinión de sí mismos superior a la de un presidente. Con todo Torres se mantiene aproximadamente sereno pero tiene una expresión de decepción ya irreparable, como el niño que ha descubierto que los reyes magos son los padres o que se necesitan 36 diputados para formar Gobierno. La actitud de Román Rodríguez es la opuesta. Entra en el salón de plenos como en un salsódromo y bailotea entre los diputados entre sonrisas que amenazan la estabilidad de su mandíbula. El aun vicepresidente se acercó a Clavijo y le ajustó el nudo de la corbata. Me pareció que se la cerraba un pelín más de lo necesario.

Cuando ya estaba más o menos cada mochuelo en su olivo el candidato a la investidura fue a saludar a Manuel Domínguez, su socio principal, pero no estaba en su escaño y se dio la vuelta. Paseíllo a la inversa donde estrechó todas las manos, incluso la de los miembros de la Mesa de la Cámara. Al cronista le resultó curioso esta imposición de manos que no acierta a saber si era para la unción de diputados enfermos o una ordenación sacerdotal para la nueva mayoría. En primera fila del grupo nacionalista estaba el núcleo duro de la legislatura. Junto al inminente presidente, el secretario de Organización de CC y presidente del grupo, David Toledo, y muy cerca –desde el siglo XX ha estado muy cerca– José Miguel Barragán, y a continuación Nieves Lady Barreto, Pablo Rodríguez, Cristina Valido y Migdalia Machín. Cuando Valido marche al Congreso de los Diputados – si consigue las suficientes papeletas – su lugar la ocupará probablemente Socorro Beato, otra cualificada curranta del grupo.

Lo más interesante del discurso de investidura de Fernando Clavijo, en contra de los que luego lo criticaron, fue su descripción general de la situación de Canarias y la orientación estratégica de lo que constituye el aliento y el núcleo su propuesta. Es imprescindible ver a través de una supuesta prosperidad relativa –la que ha llegado después de la pandemia y que está patologizada por la inflación, la aceleración de la desigualdad y la mediocre o mala calidad del empleo– lo que con seguridad ocurrirá en los próximos años: volverá a imponerse la disciplina fiscal desde Bruselas, acabarán los fondos europeos extraordinarios, las restricciones presupuestarias en Alemania, Francia y el Reino Unido pueden contraer el flujo de visitas turísticas, la delicadísima estabilidad del Magreb amenaza con ruptura, la inmigración irregular seguirá escalando. Se entrará en un mar de incertidumbres. No es un cuento de terror sino una prospectiva razonable con la información disponible y las tendencias en marcha. Clavijo vino a decir que, ahora mismo, la primera condición para el progreso es ganar autonomía respecto de la incertidumbre del entorno. Y lo más interesante es que conseguir esa autonomía es, para el candidato presidencial, pasa por cambiar el chip. Inmediatamente los portavoces del Gobierno saliente tomaron notas con prisa furibunda.

Clavijo lo que propone – y es una actitud bastante arriesgada – es crear las condiciones desde el Ejecutivo para empoderar a la ciudadanía canaria, para impulsar nuevos proyectos, nuevas ideas, nuevas propuestas empresariales, comerciales, organizativas, reivindicativas.

No, no me parece que sea una actitud derechista, porque el compromiso con los servicios públicos y un Estado de Bienestar sostenible está ahí. Lo que propone el discurso de Clavijo de ayer le recuerda al cronista poderosamente lo que en su momento se llamó Tercera Vía, teorizada por Anthony Giddens y propugnada políticamente por Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Es decir, compatibilizar la solidaridad intergeneracional, el estado de bienestar y la justicia social con los postulados del libre mercado: menos intervencionismo, menos burocracia asfixiante menos gubernalización de la vida económica, menos (y mejor gestionados) impuestos. Una síntesis entre lo socialdemócrata y lo liberal o, si se quiere, un socioliberalismo impregnado de nacionalismo. Y es la primera vez que una propuesta de tal naturaleza es abocetada por un candidato a la Presidencia del Gobierno en el Parlamento canario. «Queremos contar con la sociedad civil para transformar Canarias», subrayó Clavijo, «pero no sustituirla». ¿Se puede repensar el estado de bienestar en Canarias? ¿Y la relación entre el poder político, el poder empresarial y el resto de la sociedad civil organizada? ¿Es posible pensar en que, desde los poderes públicos, se pueda estimular la creación de grandes empresas canarias y se articule un verdadero mercado regional? ¿Es posible conseguir que la inversión privada en Canarias, entre la decisión de realizarla y la ejecución del proyecto, no tarde una media de una década? Una observación de Jorge Wagensberg, un científico que el cronista está releyendo: la modernidad es volver a caer en la cuenta de que todo es repensable.

Por supuesto la acusación de derechismo incontrolado e irresponsabilidad fiscal cayó inmediatamente como un diluvio sobre el candidato a la investidura. Especialmente Torres se aplicó a una insobornable danza de la lluvia. El presidente, en realidad, dedicó más de un tercio de su intervención en defender su gestión política, y aunque parezca ya un chiste de Chiquito de la Calzada («era un presidente pecador de la pradera que se encontró un virus, y un volcán, y un Thomas Cooook») volvió a repetir las inhumanas dificultades que tuvo que superar. Sus diputados le aplaudían cada dos por tres: hasta en la cara se notaba que lo necesitaba.

Como hizo Luis Campos después, le advirtió que bajar el IGIC del 7% al 5% suponía perder más de 350 millones de euros de recaudación. ¿Dónde estaba dispuesto a recortar entonces? La pregunta tiene su miga porque, con estos 350 millones de euros se están pagando los cientos de sanitarios y cientos de profesores que se han contratado en los últimos años ¿O Canarias se los ha podido permitir gracias a transferencias que ya no se repetirán en el futuro y que dejaban un margen de gasto suficiente? ¿Por qué con 900 millones más de gasto en sanidad la atención primaria y los servicios hospitalarios funcionan peor que nunca? Campos se escudó en la pandemia, pero esa excusa es insostenible, como denuncian sindicatos de médicos y enfermeros de toda Canarias. Lo que está en quiebra es el modelo de gestión y el despilfarro en los cuellos de botella de la misma. Pero, según la inminente oposición, no hay nada que cambiar, y lo que menos hay que cambiar, por supuesto, son los impuestos: una convicción teológica de izquierdas de medianías sin problemas ni con la hipoteca ni con el supermercado, que son las que pueden encontrarse en el Parlamento patrio.

La otra novedad del pleno fue escuchar por primera vez la voz del portavoz de Vox, cuyo apellido lamento ahora mismo no recordar. Un señor bajito, atildado, con zapatos de un brillo cegador. El portavoz ultraderechista tenía una voz infantil y una sonrisita de gnomo malicioso cuando creía estar lanzando un argumento veloz como una saeta. Por ejemplo, cuando reprochó al PP aliarse con un partido socialista (nada menos que la ASG de Casimiro Curbelo, el bolchevique del Garajonay). Clavijo le manifestó al ultraderechista su respeto como representante democrático e incluso le dijo que estaba dispuesto a hablar con el grupo parlamentario de Vox. «Pero no se haga falsas esperanza», le precisó, «porque ustedes están en las antípodas de nuestro modo de entender Canarias y de nuestros valores políticos». El ultraderechista sonreía con esa malignidad de pacotilla. Van a estar muy solos los de Vox. Espero que durante los cuatro próximos años y un día.

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