La reacción tan vehemente de determinados sectores de la sociedad canaria y foránea ante el espectáculo de Drag Sethlas en la Gala Drag de la capital grancanaria me ha dejado atónito si la enmarcamos en pleno siglo XXI.

Como vocal del Colectivo Gamá y jurista, quisiera opinar sobre algunas cuestiones jurídicas que afectan a un debate que ha resultado tan pasional. Un Estado de Derecho debe proteger la libertad religiosa de cualquier persona, permitiéndole profesar la religión que desee, incluso públicamente mientras no altere con ello el orden público. Eso no debe confundirse con que exista un derecho a que el Estado proteja la santidad de sus ideas.

Mucho se ha hablado estos días de la libertad de expresión y sus límites, que efectivamente los tiene en los derechos fundamentales de las personas, singularmente el derecho al honor y a la intimidad personal y familiar, y también en el respeto a la dignidad humana, el libre desarrollo de la personalidad y el derecho a la igualdad, pilares en los que se sustenta la prohibición de los discursos de odio. Esos límites son los que se están estudiando para ver si la guagua tránsfoba de Hazte Oír debe circular o no por las calles de nuestras ciudades, pero no obligan a que todas las declaraciones sean amables, respetuosas y libres de polémica. Para que se entienda: no necesitamos una ley que proteja nuestro derecho a comer con cubiertos porque nadie nos lo va a impedir. Si existe un derecho a la libertad de expresión es precisamente para proteger las expresiones incómodas y molestas que algunas personas quieran o incluso intenten censurar.

La libertad de expresión tiene un carácter aún más acentuado en las expresiones artísticas, y como todo derecho fundamental, debe ser interpretada de forma expansiva, sobre todo teniendo en cuenta que es la garantía del pluralismo, uno de los valores fundamentales de cualquier democracia.

En el caso de la actuación de Drag Shetlas, parece que la libertad de expresión choca con el delito de ofensa a los sentimientos religiosos, una de esas rémoras de tiempos pretéritos que los jueces demócratas no aplican salvo que no les quede más remedio para evitar prevaricar. Ese delito incluye como elemento subjetivo el ánimo de ofender, que no puede desprenderse del mero uso de una iconografía concreta en una expresión artística ni de las declaraciones del artista ni su equipo. Una cosa es transgredir y provocar, herramientas clásicas del arte, y otra buscar ofender.

Así que igual estamos ante un escenario no más político que jurídico. Y en ese ámbito podemos profundizar. ¿Y si la intención hubiera sido ofender, qué? Porque resulta que lo que merece respeto son las personas y su dignidad, no los símbolos ni las ideas. Y al respeto de las más de 150 víctimas del accidente aéreo de Spanair falta el Obispo de Canarias al compararlas con un espectáculo. En una sociedad democrática libre, las ideas, todas, son susceptibles de crítica e incluso de burla, porque la democracia debe proteger tu derecho a ser, pero eso no te libra del riesgo de ofenderte. Creo que ya está bien de hablar de respeto cuando lo que realmente se pretende es recubrir con una pátina de santidad una determinada ideología que se considera a sí misma privilegiada, intocable e indiscutible.

Hace casi 30 años que Madonna sacó Like a prayer, usando iconografía religiosa como forma de provocación. Detrás vinieron otras artistas como Lady Gaga o Beyoncé, que hace sólo unas semanas aparecía vestida de virgen embarazadísima en la gala de los Grammy. Todas son consideradas iconos de la cultura pop y nadie ha pedido que se retiren sus vídeos de Internet ¿El problema es entonces que en el caso de la gala Drag se trata de un maricón ejerciendo su libertad artística en un carnaval? La respuesta es obviamente sí. Esta reacción es muestra de la más encarnizada homofobia que sigue presente por ejemplo en TVE, que ha retirado el vídeo de su página demostrando nuevamente no es la televisión de todas. Como contrapunto agradecerle de corazón a Borja Casillas, Drag Shetlas, y a su equipo haber realizado un número de tantísima calidad. Con él hicieron historia, han dado una estupenda imagen exterior de nuestra sociedad, abierta, tolerante y acogedora de la diversidad, y le han devuelto a la Gala Drag el carácter transgresor que nunca debió perder. Su actuación ha ampliado nuestra libertad. Porque ni el arte, ni el carnaval, ni la Gala Drag tienen el objetivo de ser cómodas. De hecho, una Gala Drag que es cómoda para todos no es una auténtica Gala Drag.