Sectarismo, falta de independencia, manipulación de los atentados del 11-M, la burbuja inmobiliaria que nadie vio, la corrupción impune y sistémica del Partido Popular, el escándalo de Bankia, la estafa de las preferentes, el caso Pujol, una profesión periodística muy frágil? Son caras de la misma crisis. La crisis de confianza entre los medios de comunicación y la ciudadanía. Buena parte de la prensa no sólo sufrió una devastadora crisis económica, sino que padeció también una crisis de confianza y credibilidad. La opinión pública tuvo la percepción de que muchos periódicos habían abandonado su función social para atender sus propios intereses. En otras palabras, que parte de la prensa había renunciado a la que era su principal función, la de reflejar la realidad de forma honesta y con voluntad de veracidad e independencia.

La crisis de credibilidad de la prensa se enmarca en una crisis mucho más amplia. La prensa fue reflejo de la sociedad en un momento histórico concreto. En este sentido, participó inexorablemente de la crisis de valores de su entorno, tanto político como social, económico y cultural. La prensa libre es uno de los pilares básicos de la democracia y su debilidad fue fruto de la erosión de su independencia y, en última instancia, a la fatiga y descrédito de la democracia parlamentaria en España.

El gran problema de la prensa escrita fue en realidad la credibilidad. Esta crisis fue el punto de partida de todas las demás. La prensa era un elemento esencial del sistema que entró en crisis. ¿Y qué credibilidad puede tener un periódico si la propiedad depende del sector financiero en un momento en que toda la información más sensible gira alrededor del sector financiero? Los intereses propios, la cercanía a los políticos y los grandes poderes económicos, la pérdida de calidad de la información y el exceso de partidismo y opinión fueron las causas principales de su descrédito.

El periodista y analista Rafael Jorba recuerda que "nos hallamos ante unos grupos multimedia, con una doble concentración de medios: en horizontal, un diario, una radio, una televisión, una editorial, una web, y también a veces en vertical, participaciones cruzadas en compañías de telecomunicaciones que alimentan la red o disponen de satélites para emitir. Si la democracia, al decir de Montesquieu, se fundamenta en el principio de la separación y el equilibrio de poderes, con el poder legislativo como prevalente, se puede apuntar que en el ejercicio de repensar la democracia del siglo XXI habría que incluir también la restauración del equilibrio de poderes, incluido el poder mediático".

Muchos medios sufrieron la falta de confianza de los ciudadanos porque sus periodistas fueron considerados cómplices del poder. El movimiento 15-M fue un detonante, un aviso, de que el ciudadano pensaba que, junto al no nos representan de los políticos e instituciones, los periodistas estaban alineados con el poder y no les contaban toda la verdad.

Un amplio estudio realizado por la Fundación Reuters en doce países de cuatro continentes sobre la credibilidad de los medios en el 2015 resultó especialmente demoledor para los medios españoles. Sólo un 34% de sus ciudadanos confiaban en las noticias que recibían. Es la segunda tasa más baja, sólo superada por Estados Unidos y la mitad del nivel de confianza que tienen los ciudadanos de Finlandia, donde se llega al 68% de credibilidad. Pero si la pregunta se refiere a la credibilidad concreta que tienen los medios escogidos por parte de cada ciudadano, es decir su periódico, canal de televisión o emisora de radio, el resultado también es preocupante. La confianza en España llega sólo al 46%, la más baja de todos los países analizados y entre dos y tres puntos por debajo de Italia y Francia, los otros dos estados donde esta cifra queda por debajo del 50%. Al mismo tiempo, en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el periodismo aparece, de forma repetida, como una de las profesiones peor valoradas.

La credibilidad aparece, pues, como una de las principales claves de la crisis de la prensa. El crack económico y el deterioro de la vida política agravaron el desgaste del sistema de opinión, entendido como la suma de los medios de comunicación y los poderes -representativos o no- que intervienen cotidianamente en el desarrollo de la vida pública. La extensión de prácticas fraudulentas para mantener o ganar influencia fue un hecho incontestable que incluyó todas las variables del género: desde la vieja manipulación o maquillaje de los datos de difusión a las nuevas prácticas de coacción o confabulación para obtener recursos y favores.

No es solo un mal de España. Ides Debruyne, presidente de Journalismfund.eu, se plantea estas preguntas: ¿Podemos esperar un reflejo democrático de los grandes medios de comunicación? ¿Podemos esperar de los medios tradicionales que sean perros guardianes de la democracia europea? "Me temo que la respuesta es no. Y lo que es más preocupante, no lo podemos esperar porque no es su objetivo principal. Si queremos un periodismo de calidad, en profundidad, que fomente una democracia moderna, entonces necesitamos perros guardianes democráticos reales. Aliados de los ciudadanos. Periodistas independientes. Está en sus manos el destino de la democracia".

La historia reciente de la prensa está por escribir. Falta aún la perspectiva del tiempo. Pero sí que podemos tener la osadía de avanzar sólo unos apuntes. Después de la muerte de Franco, España vivió un gran momento para las libertades. Existía prensa de tendencia claramente franquista y golpista, pero irrumpió una prensa libre y diversa. Nacieron periódicos como el Avui o El País, con accionariados muy plurales y amplios. Y existieron editores valientes y comprometidos como los fundadores de Cambio 16 y Diario 16 o Antonio Asensio, que fundó primero Interviu y después El Periódico de Catalunya, el diario que, posiblemente, ha mantenido una línea más coherente a lo largo de su historia. Interviu aportaba el erotismo que había perseguido el franquismo y el periodismo de investigación y denuncia que descubría las miserias de la dictadura que aún persistían. Nadie como uno de sus reporteros, Xavier Vinader, simboliza el coraje del periodismo de aquella época.

Xavier Vinader ejerció el periodismo de investigación como resultado natural de su compromiso con el periodismo valiente, libre, independiente y comprometido. Lo ejerció en tiempos muy difíciles y pagó un alto precio. Con la cárcel y con un largo silencio roto, por fortuna, en la última etapa de su vida. Fue incómodo para los poderes e, incluso, para una parte de la profesión que eligió la acomodaticia cercanía a los poderes. Murió el 9 de abril del 2015. Medios y periodistas que lo habían marginado, silenciado o incluso despedido en vida, lo ensalzaron a la hora de la muerte.

Fueron años difíciles, marcados por los atentados de la extrema derecha con paquetes bomba contra la revista satírica El Papus en 1977 (en el que murió un trabajador) y contra El País, que causó un muerto y dos heridos graves en 1978. O por el asesinato de José María Portell (Diario 16) por parte de ETA ese mismo año. También fueron tiempos duros desde el punto de vista económico, con el hundimiento del Grupo Mundo. Sus periódicos (Mundo Diario, Tele/eXpres, Catalunya Exprés, el deportivo 4/2/4, Informaciones y Diario de Valladolid) se añadieron a la larga lista de periódicos que entraban en crisis en aquellos años. Pero existía una sensación de libertad e independencia profesional que se fue diluyendo a medida que los partidos, las instituciones y las grandes empresas creaban sus propios aparatos de control de la información. Y, también, de forma paralela a los crecientes intereses propios de los grupos de comunicación.

El impacto del golpe de Estado del 23-F, en 1981, fue un primer punto de inflexión. El golpe fallido contra la democracia despertó un sentido de responsabilidad que derivó, en muchos casos, en autocensura. El año 2000, con la mayoría absoluta de José María Aznar, y su intervencionismo en los medios públicos y privados, podría marcar claramente un antes y después en la historia reciente del periodismo. Un año después murió Antonio Asensio (creador del Grupo Z) y en el 2007, Jesús de Polanco (alma del Grupo Prisa), con lo que, de alguna forma, desaparecían las figuras de los editores de la Transición.

(?) A principios del 2015, moría José Manuel Lara, que aún encarnaba la figura convencional de editor después de la desaparición de personajes como Asensio o Polanco. Cuando la mayoría de grupos mediáticos estaban ya en manos de fondos de inversión, acreedores o difusos grupos de directivos, José Manuel Lara mantenía el poder y lo ejercía en sus medios de comunicación. A los que aplicaba la misma estrategia que a su editorial, Planeta. Lo importante son las ventas, la audiencia, y por esto era editor a la vez de un periódico de derechas como La Razón y de La Sexta, con una programación nada conservadora. La creación de grupos multimedia acabó las- trando a los periódicos. Este no es el caso de José Manuel Lara. Él construyó el grupo mediático a partir del negocio de los libros. Y logró convertir en rentable el negocio audiovisual que había resultado ruinoso para otros empresarios del papel. Una de sus últimas decisiones fue la entrada de Planeta en la empresa editora de El Periódico de Catalunya.

Poco a poco se configuraban dos mundos que eclosionaron el 11-M del año 2004, con los terribles atentados yihadistas de Madrid. Fue el gran momento de la revolución de los móviles que abría la era de las redes sociales, una era que alcanzó cotas exponenciales con la irrupción en España de Facebook (2007) y Twitter (2009). Mientras, estallaba la gran depresión en el año 2008, agravada en España por la burbuja inmobiliaria.

Era la suma de todas las crisis que ya hemos contado. La suma de crisis que provocó en el año 2011 la movilización del 15-M y, como reacción, la mayoría absoluta del Partido Popular. Los dos mundos se hicieron visibles de golpe. El que reaccionaba frente a la crisis y que basaba su capacidad movilizadora en la indignación y en el poder de las redes sociales. Y el que pretendía mantener el estatus quo, que todo siguiera igual. Y el primero de los mundos tuvo la percepción que la mayoría de los medios de comunicación pertenecía al segundo. Que buena parte de la prensa, la radio y la televisión había optado por el silencio frente a una realidad que resultaba incómoda.

¿Y dónde estuvo la verdadera ágora, donde se discutía en libertad de lo que nos acontecía como sociedad? Pues en programas de radio y televisión que reflejaban un país real que, a menudo, se difuminaba en las páginas impresas o digitales de los diarios. Y reflejaban una pluralidad de opiniones que difícilmente se encuentran en un mismo periódico. ¿Y la profundidad periodística, una de las grandes bazas de la prensa escrita? Pues, por ejemplo, en programas de reportajes en profundidad de TV3, 30 minuts y Sense ficció y ya no en los suplementos dominicales de los diarios o en las viejas páginas de reportajes que hoy son una excepción a causa de los recortes.

Y en este escenario, se produjo una conexión entre los dos mundos que, de alguna forma, cambió la actitud del periodismo en España. El mundo emergente, nuevo, que se sublevaba contra una realidad que consideraba injusta, de pronto, se vio representado en un medio que pertenecía al otro universo, la televisión. En el fondo y en la forma, la llegada del programa Salvados, de Jordi Évole, representó esto, llevar la realidad a un medio de gran difusión, con un lenguaje nuevo, que combinaba muy bien el humor, el documental y el periodismo.

Con las preguntas que se hacía buena parte de la ciudadanía y que los grandes medios sólo plateaban entre líneas. Salvados arrancó a principios del 2008 sin una periodicidad fija y con una audiencia modesta, tanto que su continuidad estuvo amenazada durante meses. Pero, poco a poco, la audiencia fue creciendo de forma sostenida. Del 5% de share inicial se pasó al 15%, hasta llegar al 25% de algunos de sus programas. Jordi Évole siempre que tiene ocasión afirma que "el éxito es lo que te da libertad y fuerza". Porque es la complicidad de la audiencia la que mantiene a Salvados en la programación. Este es, también, el principal argumento de Editorial Planeta, accionista de referencia de Atresmedia (La Sexta), ante las críticas que recibe el programa.

Uno de los momentos de inflexión claves fue el 15-M, cuando el espíritu de denuncia que se vivía en las plazas conectó plenamente con la vocación de entender la realidad de Salvados. El programa incrementó todavía más su apuesta por reflejar el impacto de la crisis económica y política. Y muchos ciudadanos presenciaban por fin en la pantalla aquello que vivían a diario y que había sido tabú para los grandes medios.

El caso más paradigmático, posiblemente, es el del accidente del metro de Valencia ocurrido el 3 de julio del 2006 y en el que murieron 43 personas. Eran los años del poder absoluto del Partido Popular en la Comunidad Valenciana y el accidente, que ponía en evidencia la mala gestión y la falta de inversiones en el metro, fue cubierto por una espesa capa de silencios, roto solo por la actitud valiente de algunos periodistas de Valencia. Hasta que en abril del 2013, Salvados logró 'reabrir' el caso en prime time. Seis meses después, la Generalitat cerraba Canal 9 y durante los 24 días que duró la rebelión de sus periodistas, los familiares de las víctimas del accidente del metro fueron invitados por primera vez en el canal público para contar su historia. Los siete años de 'silencio oficial', el programa de Salvados y el perdón que los periodistas de Canal 9 pidieron a las víctimas del metro de Valencia constituyen una metáfora apropiada para explicar aquellos tiempos de crisis de buena parte del periodismo en España.

(*) Fragmento del libro del periodista Josep Carles Rius 'Perodismo en reconstrucción. De la crisis de la prensa al reto de un oficio independiente y libre'.