El local que abrió nuevos horizontes en la noche frente al monopolio de las terrazas y otros locales orientados hacia la música comercial o latina, deja su nombre en la historia de la capital grancanaria en la categoría que figuran los templos urbanos del último medio siglo: espacios que marcaron época y tendencia como fueron Flamingo, Tam-Tam, Utopía o La Calle. "La ciudad se queda huérfana", señala el dj, productor y programador de la sala, Oswaldo Hernández, toda vez que será difícil armar de nuevo un proyecto de estas características.

La Plaza de la Música seguirá albergando locales con programación de directo, caso de Nasdaq, que abrió puertas antes que Mojo Club en la zona con el nombre de Ibex. Lo que ocurra con éste y cómo funcione a partir de ahora es otra historia.

El cierre de Mojo Club, a juicio de los regentes del local, se presta a una reflexión más amplia sobre el coste de trabajar la cultura y la noche, y si el público está a la altura del esfuerzo empresarial que requiere un establecimiento de este tipo. En este caso, y salvo excepciones, por razones de aforo y política de la empresa, Mojo Club apostó desde sus inicios por la entrada libre y gratuita. Según Lorenzo de la Hoz, la taquilla no era el modelo de negocio que perseguían los socios cuando apostaron por lograr la concesión en concurso público. Las dimensiones de la sala marcaron la tendencia que ha sido su fuerte a la vez que debilidad, según lo que se programe.

"El público muchas veces no se mueve ni acude con la frecuencia y número que precisa un local de estas características, y en esta ciudad hay que ser un militante de la cultura", razona el dj y productor Oswaldo Hernández. Y esa gratuidad en los conciertos es la que ha marcado los últimos tiempos en la actividad de la sala.

150 personas

Con un aforo de 150 personas, en su favor está que el local mantenía una programación mensual que ejerció de plataforma de artistas canarios en construcción, tanto de Gran Canaria como del resto del Archipiélago.

La hora del adiós que llega a mediados de enero se presta a escarbar en la memoria y en los impulsos que hace más de una década llevaron a un grupo de amigos, universitarios aspirantes a convertirse en abogados, a liderar desde su parcela una cuota de ocio nocturno que no se frecuentaba desde que otro pub de leyenda, La Calle, había cesado en su actividad.

Seis fueron los socios que hicieron empresa para levantar en la entonces inhabitada Plaza de la Música lo que sería la sala que como clientes echaban en falta en la capital grancanaria. En este grupo y además de los mencionados Lorenzo de la Hoz y Antonio Hernández, estaban Juan Antonio Sarmiento, Víctor González, Armide Santana y Norberto Fresno.

Todos ellos ya compartían intereses comunes de barra de bar en El Bote, el negocio que preside la esquina entre las calles Cebrian y Eusebio Navarro desde 1998. Pero El Bote era lo que es, y se ansiaba por un local de mayores pretensiones que tuviera como plus la música en directo.

Lo que se diseñó como un club de jazz en proyecto, y con una previsible competencia del empresarado local y de franquicias que ya funcionaban en su segmento en el sur de Gran Canaria, fue una apuesta en un concurso público que finalmente, y para sorpresa de sus promotores, les fue favorable.

Un 11 de agosto de 2007 se ponía de largo Mojo Club. Sin duda, tal como recordaban esta semana Antonio Hernández y Lorenzo de la Hoz, todos los caminos conducían a la Plaza de la Música. Con un arranque espectacular, el local rebosaba de un público que hacia una fiesta de cada noche, y que a la postre se convertiría en una clientela fija que ha mantenido inalterable su condición.

El primer grupo que subió al escenario de Mojo Club fue Fufú-Ai, y desde entonces la sala capitalina forjó su marca como sitio de paso obligado para cualquier artista del Archipiélago, en cualquier estilo y formato, que tuviera algo que contar en público. El cambio de año trae un cambio de ciclo en la noche de la ciudad. "Lo que ocurra a partir de ahora ya no es cosa nuestra", bromea Lorenzo de la Hoz.