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CRÍTICA

Magistral Perianes, con una cálida orquesta

El pianista Javier Perianes que tocó en el Alfredo Kraus el ‘Concierto nº5 para piano y orquesta’ de Saint-Saëns. | | IGORS STUDIO

En su regreso al Festival canario, una de las grandes orquestas europeas aquí habituales, la del Festival de Budapest, con su excelente director-fundador, Iván Fischer, y el privilegio de compartir programa con el más importante, admirado y aplaudido de los pianistas españoles, sumaron al evento una cálida noche. Bien conocido por el público grancanario, Javier Perianes renovó su prestigio de manera arrolladora, con una obra poco frecuentada pero brillante y difícil como pocas: el quinto Concierto para piano y orquesta de Saint-Saëns, llamado el egipcio por la temática de su segundo, movimiento, un popurrí de motivos y ritmos norteafricanos, morunos y hasta flamencos.

La escritura tardorromántica del concierto exige de su intérprete solista una técnica trascendental acumulativa de todos los hallazgos del XIX. El solista andaluz es uno de los pianistas creadores que lideran la inspiración, los avances manuales, la sensibilidad y el estilo de su generación y son, por ello, paradigma de la manera especifica con que se gesta un paso más en la evolución de la musicalida y la técnica. El desbordante primer movimiento de Saint-Saëns merece ser mirado, además de escuchado, porque en manos como las de este artista, son modelo de la velocidad y la flexibilidad alcanzadas, de seguro ataque y del toucher que parece hacer fácil lo más enrevesado y difícil. Es lo que solemos ver en los grandes intérpretes de mucha edad, pero no en los jóvenes, como Perianes, que hacen escuela de la aparente facilidad sin fallar una nota. Inspirado y a la vez apasionado con los temas de la obra, su expresividad es irreprochable, heróica y elegante, moderna y sin tiempo. Quien no amaba este concierto, tiene ahora muchas razones para enamorarse.

El trabajo del maestro Fischer y sus formidables solistas y atriles había comenzado con un maxitango de Piazzola, muy hábilmente abierto por los arcos en ascenso, desde los nobilísimos contrabajos hasta los violines. Tras la actuación de Perianes, (que obsequió al público con el bis de una abrasadora Danza del Fuego de Falla, todo fue nacionalismo y folclore, con el brasileñismo de Darius Milhaud (Le boeuf sur le toit)y las Galantas húngaras de Kodaly. Versiones antológicas en los ritmos, las dinámicas y la cantabilidad. Generosa muestra del gran repliegue sobre las músicas de raza sobrevenido en el siglo XX, entre el final del Romanticismo y el Nuevo Mundo de la Atonalidad. El brillo y el color inundaron la gran sala del Auditorio Alfredo Kraus. Fischer parecía tan feliz como el público. Era tan extraordinaria la excitación y tan genuina la voluntad, que Fischer la batuta vio en el caso de suavizar la excitación con dos preciosas Gnosiennes de Satie, levemente orquestadas por Debussy.

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