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Teatro Juan Mayorga Dramaturgo

Juan Mayorga: "Más lenguaje es más vida"

Juan Mayorga.

El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965), uno de los nombres más destacados, críticos y sensibles de la escena nacional contemporánea, hace doblete en el Teatro Cuyás este mes con la puesta en escena de El jardín quemado, de la compañía canaria 2RC Teatro, y El Golem, dirigido por Alfredo Sanzol.

Su texto de El Golem tomó forma en 2015, pero la vivencia del confinamiento y la pandemia le llevaron a intervenir en este texto sobre el poder transformador de las palabras. ¿Cómo recuerda ese proceso de escucha y reescritura de un Golem escrito en otro tiempo?

Efectivamente, El Golem es una obra reciente que ya tenía una versión previa, pero que fue desestabilizada por la experiencia del confinamiento y la pandemia. Recuerdo que, en un cierto momento, quizás afectado por la impresión creciente de colapso y de abandono, pero también de una cierta impresión de injusticia que, a veces, se expresaba como rabia o ira, me llevó a pensar todo ello en que, si alguien era capaz de dar palabras a esa angustia y reclamación de justicia, eso tendía un enorme poder, porque había una fuerza informe en la calle que estaba buscando las palabras. Y toda esa impresión fue lo que me llevó a reescribir El Golem, que es una obra sobre las palabras y el poder de las palabras. 

Precisamente, en paralelo a El Golem también se encuentra de gira su montaje Silencio, que reflexiona sobre los significados, revelaciones y roles del silencio en la voz de Blanca Portillo. ¿Cómo dialoga esta obra con El Golem? ¿Cómo se miran palabra y silencio en ambos textos?

Claro, El Golem es una obra sobre las palabras y su poder bifronte, porque las palabras pueden salvar y pueden matar, pueden desencadenar una guerra y pueden frenarla, pueden ayudarnos a amar y pueden ser instrumentos de odio. Y en otro extremo próximo, Silencio es una obra sobre lo que está más allá, más acá y por debajo de las palabras, porque las palabras son su soporte. Pero también el silencio tiene un carácter conflictivo y bifronte, como las palabras mismas, ya que el silencio puede ser ominoso cuando es el silencio de la obediencia o de la palabra reprimida. Y al contrario, cuando el silencio se elige, este puede ser un ámbito de libertad y un espacio que puede ser extraordinariamente fértil, más fecundo que ningún otro. La obra Silencio reivindica el valor del silencio pero, a su vez, también atiende a ese otro silencio que es el de la represión y el miedo, el de la expropiación de la palabra por el poder.

Más allá de la palabra y el silencio, las dos obras encierran una crítica al ruido, a la opulencia y manipulación informativa en tiempos de fake news.

Claro, porque, siendo distintas el silencio y la palabra, ambas tienen un antagonista común, que es el ruido. Porque el ruido se opone al silencio pero también se opone a la palabra imaginativa, la palabra memoriosa, la palabra que es capaz de ayudarnos a conocernos, a compartir experiencias. Pero conviene también decir que a veces la palabra misma es ruido o, mejor, la palabra también enmascara el ruido. Y creo que de lo uno y de lo otro hablan ambas piezas, Silencio y El Golem.

El filósofo Emilio Lledó reivindica siempre ese principio de la Antigua Grecia que sostiene que «somos lenguaje». ¿Cree que nuestro dominio sobre la palabra influye en nuestra manera de ver el mundo, en nuestra relación con los otros ocon nosotros mismos?

Me alegra mucho que menciones al maestro Lledó, a quien admiro mucho y con quien comparto, además, los jueves de Real Academia. Dice muy bien Lledó y, respecto de esto, él podría dar una lección y yo simplemente podría hacer un comentario balbuciente, pero me parece extraordinario que los griegos utilizasen la palabra logos para hablar de «aquello que compartimos». La palabra logos nombra a la razón, al lenguaje, que es aquello que los seres humanos comparten. Sí conviene decir también que el lenguaje lo hacemos entre todos aunque, como decía Heráclito, cada ser humano tiene la tentación de pensar que la razón es suya cuando, en realidad, la razón se produce entre todos. Pero el medio más importante que tenemos para compartir nuestras experiencias y conocimientos es el lenguaje, que es, al mismo tiempo, falaz e insuficiente, pero que podemos también criticar y examinar desde el lenguaje mismo. Y a ese examen estamos convocados todos. 

Entonces, ¿somos o no somos?

Somos. Y más lenguaje es más vida. Más palabras es más vida. Por eso, el acoso a los seres humanos suele comenzar por la expropiación de la palabra, por la reducción de su lenguaje, que es la reducción de su decir y de su pensar. Por eso creo que todos estamos llamados a ese examen de la palabra y a ser especialmente críticos y celosos de los textos que nos rodean y nos atraviesan. 

Luego, todo este discurso que enuncia se enmarca y recontextualiza en el espacio del teatro y, a menudo, en muchas de sus obras, en ejercicios de metateatro. En concreto, en El Golem, el personaje de Felicia percibe que, conforme hace suyas las palabras de un texto, su memoria comienza a estar habitada por las palabras de otro.

Claro. Por un lado, El Golem puede ser visto como un cuento escénico, como los cuentos que contamos a los niños o que nos contaron cuando niños, en los que aparecen ficciones como la niña pobre que se pone los zapatos de la princesa y estos le conducen hacia un bosque, y aceptamos esa lógica del cuento. En El Golem hay un dispositivo semejante, en el sentido de que hay una invitación al espectador a que sea cómplice de ese juego: en la trama hay una mujer que, si quiere que el hombre al que ama siga siendo cuidado en el hospital en el que está, ha de aceptar memorizar unas palabras, que la transformarán. Entonces, estamos ante algo tan sencillo y tan complejo como un cuento, que pueden decir algo muy serio sobre la realidad más cercana. Yo creo que siempre hay que tomarse muy en serio los cuentos. Y El Golem es un cuento que, al mismo tiempo, puede ser muy serio. Luego, en un cierto momento, el personaje de Felicia se pregunta si no es ella ante todo una actriz, en el sentido de que puede estar siendo tratada como una actriz y se está comportando como una actriz en la medida en que está asumiendo unas palabras que la están llevando a convertirse en otra. Sucede que esa es la experiencia central de un actor, donde que las palabras que hace suyas transforman su cuerpo y su interior, de forma que sí, claro, la obra puede ser leída también como una meditación sobre el teatro mismo o, también, sobre el teatro de la vida. 

Dice que Alfredo Sanzol, que dirige esta obra, es un director y dramaturgo al que admira y por el que, además, se siente influido. ¿En qué le ha influido el imaginario teatral de Sanzol?

Yo creo que Alfredo es, en primer lugar, un autor y director extraordinariamente sagaz y sabio. Entre muchas cosas que yo admiro, Alfredo tiene mucho instinto para lo teatral, que solo tienen los directores sabios. Pero además está lo que podríamos llamar su «mirada cervantina» hacia sus personajes, así se lo he dicho alguna vez, que es fundamentalmente una mirada compasiva. Con esto me refiero a esa mirada que siempre está atenta a la dignidad de cada personaje y al misterio de cada personaje, y eso es algo que yo admiro mucho. 

Este mes hace doblete en el Cuyás con el estreno absoluto de El jardín quemado, de la compañía grancanaria 2RC Teatro, que rescata un antiguo texto suyo sobre la memoria histórica y la búsqueda de la verdad. ¿Cómo ha vivido el reencuentro con esta pieza?

Me produce una ilusión muy especial este estreno de El jardín quemado, porque se trata de una obra que escribí a principio de los años 90 y que, por distintas razones, no había llegado a escena, sobre todo, por la complejidad de su puesta en escena y quizás también por la aspereza del tema que trata. Yo siento una enorme gratitud hacia 2RC y hacia el Cuyás por que hayan puesto en escena esta pieza. Además, como siento un enorme respeto hacia Rafael Rodríguez [director de 2RC y de El jardín quemado], estoy deseando que llegue el momento de asistir a este estreno en Las Palmas de Gran Canaria, que para mí es muy importante. Esta obra solo se ha puesto en escena en Italia y en italiano, por lo que para mí se trata de un estreno muy importante, que no pienso perderme. 

Y para redondear con el poder de las palabras, ¿Juan Mayorga termina transformado después del viaje intelectual que supone cada texto dramatúrgico?

Sí, es así, sin duda. Yo soy un cuerpo ocupado por palabras y también mis propias palabras se abren dentro de mí y explotan. Una frase que llega al papel, casi de forma inesperada e imprevista, se puede acabar convirtiendo en importante no solo para ese texto al que llega, sino para tu propia vida. El trabajo del escritor no es solo comunicación de lo que hay, sino que es también revelación y es, además, esclarecimiento de uno mismo.

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