Crítica

Fastuoso debut florentino, con Metzmacher y Hampson

G. García-Alcalde

La famosa Orquesta del Mayo Musical Florentino, ahora estable aunque conserve el nombre del festival que la vio nacer, ha debutado en el Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC). Es una de las grandes de Europa, titularizada por el legendario Zubin Mehta.

El colectivo ha venido con otro director debutante en los podios canarios, Ingo Metzmacher, actual director general de la Opera de Hamburgo y principal invitado de la de Amsterdam. Dos batutas muy distanciadas en estilo, que hacen evocar la versatilidad del oficio, indispensable para la lectura sinfónica y la representación operística.

El alemán Metzmacher despliega a los 65 años una muy fuerte autoridad en la sonorización de partituras que estamos habituados a escuchar con mayor dulzura y elasticidad. Pero es magnífico en los resultados.

La limpieza, la absoluta unidad de los instrumentistas, la tensión sostenida de los tutti, la calidad armónica y la brillantez sonora desarrollan la grandeza de un estilo desafiante y catalizador de la participación oyente. Pero tambíén capaz de sutilezas admirables cuando así lo requieren las partituras.

En suma, un creador de estilo. Comenzó la velada con la sorpresa de una cortante, pero brillantísima lectura del preludio definitivo de la ópera Fidelio de Beethoven. En los lieder mahlerianos con textos de Rückert todo fue originalidad y transparencia de los timbres orquestales, exquisita en los cuatro instrumentados por el autor. Del quinto se ocupó Putnam (por desgracia).

La voz de estas canciones fue la muy bella e intacta del barítono lírico norteamericano Thomas Hampson, que ha hecho en Europa una larga carrera de primer nivel y a sus 76 años conserva una facha y una riqueza canora infrecuentes.

Es la segunda vez que canta en las islas y su criterio de Mahler me parece modélico. Con insólita pausa y ovación entre los cuatro primeros y el último del cuaderno, motivó dos grandes tandas de aplauso, muy merecidas. El acompañamiento orquestal fue intachable en el subrayado de la parte canora. Dos coetáneos (el director solo tiene un año menos que el barítono) y, en definitiva, un lujazo.

Concluyó el programa con una fastuosa lectura de la última sinfonía de Schubert, La Grande. Los cuatro movimientos, orgánicamente sostenidos por un sólido bajo de trombones, contrabajos y timbal, mantuvo en toda la obra la densidad de los temas y sus desarrollos, los acentos y los metros, el aliento de grandeza y el lirismo de los temas cantábile.

¿Un poco marcial el conjunto? Quizás sí, pero fue una manera de honrar al divino Schubert (muerto a los treinta y un años) la riqueza y el poder de una obra inmensa, genial y abarcadora de todos los géneros. En suma, la mejor versión del saber orquestal del genio, descubierta y conocida once años después. En esta ejecución germánico-florentina, un nuevo exitazo del Festival.

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